“A Vizcarra lo rodea un gris consejo de ministros encabezado por el dúctil César Villanueva. Y su entorno más cercano es conocido... como el de ‘los moqueguanos’”.,Como los insectos de marras, el presidente Vizcarra parece necesitar que a su alrededor todo sea oscuro o gris para poder brillar en contraste. Es el síndrome de la luciérnaga. Queda claro a partir de la fallida reconstrucción del norte, la inundación de aguas servidas en San Juan de Lurigancho y ahora los huaicos en el sur, que el Estado peruano es una calamidad, no funciona, está infectado de ineficacia y corrupción. Frente a ello, un gobierno solo puede hacer dos cosas: o reforma radicalmente ese Estado o se rodea de un equipo de operadores tecnocráticos y políticos capaces de tomar atajos dentro del laberinto burocrático para lograr algunos resultados concretos. La reforma del Estado estuvo cerca de ejecutarse en el segundo gobierno de Fujimori. El régimen tenía alta aprobación, cuadros técnicos dispuestos, sin mayores problemas políticos (mayoría en el Congreso y ausencia de gobiernos regionales), pero la angurria electoral, el afán de reelegirse el 2000, llevaron a un mediocre Fujimori a tirarse abajo esta reforma. Desde entonces, ningún gobierno posterior ha vuelto a acometer esta reforma. Ni Toledo, ni García, ni Humala ni PPK. ¿Puede hacerlo Vizcarra? Algo muy tímido se ha empezado a hacer en materia de modernización digital, un proyecto financiado por el BID, pero eso es muy poco en relación a la complejidad y vastedad del problema. Se requiere un equipo ad hoc destinado a emprender la madre de todas las reformas. O rodearse de operadores y ministros con suficiente poder político o tecnocrático para llevar a cabo la misma o movilizar al Estado. Y eso, lamentablemente, es a lo que parece resistirse el Primer Mandatario. A Vizcarra lo rodea un gris consejo de ministros encabezado por el dúctil César Villanueva. Y su entorno más cercano es conocido por él mismo como el de “los moqueguanos”, dada su filiación regional con el Presidente y su cercanía afectiva. Un organigrama cómodo para el Presidente pero poco útil. Ni siquiera serviría para manejar una empresa, menos para conducir un país. La responsabilidad política de Vizcarra es muy grande. Si a él le va bien, se ecualiza el statu quo político, se normaliza la atmósfera política, y el país seguiría su rumbo hacia una opción centrista el 2021. Pero si a Vizcarra le va mal y colapsa, les abriría las puertas a los aventureros de siempre o a los radicalismos, tanto de izquierda como de derecha. Si algo así ocurriese, la medianía de la transición democrática post Fujimori lejos de ser superada, como debería ocurrir, estallaría por los aires, conduciendo al país hacia una situación incierta, que podría comprometer no solo los avances económicos de las últimas décadas sino la maduración democrática de los recientes lustros. Lo normal, bajo las actuales circunstancias, es que el país siga discurriendo por opciones de centro o centroderecha, que alberguen la promesa de mantener las líneas maestras del modelo económico, con los ajustes de mercado que se necesitan, y que la institucionalidad democrática siga reforzándose luego de la implosión de múltiples redes de corrupción. Pero si el gran ecualizador de la crisis, que es en estos momentos el presidente Vizcarra, termina sucumbiendo a la mediocridad que el Estado peruano impone por su ineficiencia, esa “lógica” podría perder fuerza y llevar al país a un escenario en el que podrían prosperar opciones más radicales, que de otro modo no tendrían ningún pronóstico de éxito. -La del estribo.- Una recomendación libresca. El periodista y politólogo José Alejandro Godoy ha publicado El Comercio y la política peruana del siglo XXI, editado por el IEP. Una crónica cruda de las disputas ideológicas al interior del decano y su influencia en la vida política del país. De imprescindible lectura para entender cómo se mueven las relaciones de poder en el Perú.