“Todos quieren hablar con el dueño del circo porque es al único al que le creen y porque es, de verdad es, el único con el capital político suficiente para poner las cosas a funcionar en el país”.,Sí, gobernar es muy difícil cuando el único miembro del equipo que tiene súper poderes es el presidente y por eso a este se le termina usando como varita mágica, llave maestra, comodín y hasta pata de conejo. Porque con 63% de aprobación, pareciera que Vizcarra tiene más propiedades que la uña de gato (ah, no, ese es AG) y que el resto no tiene ninguna o tiene muy pocas. ¿Se rompió el desagüe? Llamen a Vizcarra. ¿Se rompió el tubo del norte? Llamen a Vizcarra. ¿Hay huelga en el sur? Llamen a Vizcarra. ¿Cayó un huaico? Llamen a Vizcarra. ¿Los niños que nacieron a las 12:01 del 1° de enero necesitan padrino? Llamen a Vizcarra. Solo falta que lo llamen para patear los penales en la selección. Parece una broma, pero esto que vemos es la manifestación de un problema estructural grave dentro del gobierno. Un presidente con un 63% de respaldo al frente de un gobierno con 35% y al lado de un primer ministro con apenas 27%, se vuelve indispensable, incapaz de delegar porque todas las contrapartes del gobierno y del Estado piensan o creen –no sin alguna razón– que el único interlocutor válido es el presidente. Todos quieren hablar con el dueño del circo porque es al único al que le creen y porque es, de verdad es, el único con el capital político suficiente para poner las cosas a funcionar en el país. Nadie más lo tiene, señor presidente, y eso es, a la vez, una gran oportunidad y un riesgo enorme. El presidente parece disfrutar la fama y la popularidad tanto como sus enemigos en el congreso y en la oposición (rencorosos, envidiosos, verticales y autoritarios con sus cuatro gatos como las hermanas malas y feas de la Cenicienta) se la envidian y lo maldicen (literal lo maldicen: ¿o qué creen que quiso decir la congresista Milagros Salazar de Fuerza Popular cuando lo llamó “malnacido” en el chat la botica?). Pero eso tiene un límite y el bajón de su popularidad en el centro (de 71% a 55%) y en el sur (de 70% a 56%) del Perú puede tener que ver con que a la ciudadanía ya le está empezando a aburrir la que parece ser la única gracia del presidente. Vizcarra es a la lucha contra la corrupción como Edith Barr al vals “José Antonio”. Y la ciudadanía necesita empezar a ver gobierno; gobierno que se haga cargo de sus necesidades inmediatas porque no solo de Justicia TV viven los peruanos. Un gobierno que se manifieste en la lucha contra la corrupción, sí, pero, también –como hemos venido diciendo desde setiembre del año pasado en esta columna– en educación (48%), salud (35%) y seguridad ciudadana (32%). Todos reclamos válidos sobre los que Vizcarra y su gobierno tienen (quizás demasiado) poco que mostrar. Porque hasta las mejor escritas y más entretenidas telenovelas series de Netflix tienen que llegar a su fin (Breaking Bad, por ejemplo) y a ninguna se le puede estirar indefinidamente a riesgo de matarla bien muerta. Si Vizcarra no entiende esto, estará perdido. Es cierto que la mafia y los ladrones y los hampones y el lumpen en el Estado y fuera de él (en particular los que parasitan a los peces gordos y malviven a su alrededor) intentan defenderse desesperadamente construyendo narrativas que embarren a los pocos que los combaten (porque si todos son corruptos, nadie lo es); pero Vizcarra tiene que dejar a alguien a cargo de eso y su ministro del Interior (con estrategia de medios de shock y todo) no está siendo suficiente. Quizás, a estas alturas, Vizcarra ya no pueda delegar el protagonismo en la lucha contra la corrupción que es, probablemente, lo más importante pues sin eso seguimos en fojas cero. No hay nadie en el gobierno (o fuera de él) con la credibilidad suficientemente grande y el rabo de paja suficientemente pequeño y húmedo para enfrentarse a la mafia sin que esta pueda apañarlo o incinerarlo. Pero Vizcarra sí puede delegarle en alguien más la gestión del gobierno. Idealmente ese debería ser su primer ministro, César Villanueva, pero la función de este como operador político (muy exitoso hasta ahora) le consume demasiados recursos y tiempo y dedicarse a coordinar y supervisar mecanismos de desarrollo con las regiones no debería ser un asunto marginal. Tampoco sobran los operadores políticos en el equipo del presidente, menos con las buenas migas que este ha hecho y los puentes que ha tendido con algunos personajes de la oposición. El presidente deberá tomar una decisión pronto porque, si bien la ciudadanía no cree una palabra de las acusaciones que le lanzan todos los que no quieren que Barata y la gente de Odebrecht abra la boca y los incinere, lo real es que cuando la ciudadanía se sienta verdaderamente desencantada, Vizcarra pasará de ídolo a chivo expiatorio en una semana. Y eso pasará indefectiblemente si el gobierno no hace un esfuerzo muy grande por ponerse a gobernar. Y que se note.