“No sería extraño que una de las tareas del Brasil de Bolsonaro, como aliado estratégico de EEUU, sea lo que llamaríamos la ‘neo occidentalización’”.,El embajador Carlos García-Bedoya sostenía que era inevitable para países como los nuestros “tomar distancia frente a los Estados Unidos”, y al mismo, “reforzar nuestra propia capacidad de negociación económica, de presencia internacional y de identidad internacional”. También planteaba que un bilateralismo activo tenía sentido si venía acompañado de una política que esté al servicio de la unidad regional o, como él mismo decía, de un “nacionalismo latinoamericano”. Cito estas palabras del embajador García-Bedoya no solo porque en estos días ha tenido lugar el segundo gabinete binacional entre Chile y Perú (hace un mes se dio el gabinete binacional con el Ecuador) sino también porque se están produciendo una serie de hechos y cambios internacionales y en la región que afectarán nuestra política exterior. Uno de estos cambios tiene que ver, por cierto, con el próximo gobierno de Jair Bolsonaro en Brasil que ha planteado una política exterior que nos debe preocupar. Su próximo canciller, Ernesto Araújo, además de ser enemigo de la “ideología globalista”, ha dicho, que el “cambio climático” es un “complot” de los “marxistas culturales”. Su idea es que “este dogma se ha utilizado para justificar el aumento del poder regulador del Estado sobre las economías y el poder de las instituciones internacionales sobre los Estados nacionales y sus poblaciones”. También sostiene que el presidente Donald Trump es una suerte de “caballero cruzado que pelea para rescatar la identidad del occidente”. Para Araújo, Trump no es el jefe de la principal potencia mundial sino más bien el que representa “la recuperación del pasado simbólico, de la historia y de la cultura de las naciones occidentales” (El País: 15/11/18). Su propuesta no es otra que la lucha por un occidente, cristiano y anticomunista. Y si a ello le sumamos el planteamiento de algunos diplomáticos norteamericanos de que el Brasil ingrese a la OTAN, es claro hacia dónde camina la región. No sería extraño, en ese sentido, que una de las tareas del Brasil de Bolsonaro, como aliado estratégico de EEUU, sea lo que llamaríamos la “neo occidentalización” de América Latina, es decir, terminar con los aires de independencia y las políticas progresistas que hasta hace poco se vivieron en el subcontinente. El objetivo sería “recuperar” los principios occidentales, cristianos y anticomunistas, eclipsados en estos últimos años por “los marxistas culturales”. Asimismo, imponer un nuevo concepto de seguridad que va más allá de los marcos interamericanos del viejo TIAR porque supone una hegemonía global y total de EEUU. La otra tarea de Bolsonaro es la construcción de una suerte de Santa Alianza con los gobiernos de derecha de los gobiernos de la región Chile, Argentina, Colombia, Paraguay (me pregunto si el Perú participará de esta alianza) para aislar y terminar con lo que queda del progresismo en la región. A esto se suman los evangélicos, los católicos conservadores, los grupos de ultraderecha que son, además de los militares, los nuevos “ejércitos” de esta “neo occidentalización” que lucharan contra la “ideología de género”. Un ejemplo de lo que se puede venir es el anuncio del propio presidente de Chile, Sebastián Piñera, a fines de octubre, de que había conversado con Jair Bolsonaro, para que el famoso tren bioceánico pase ahora por Paraguay y Argentina hacia el norte chileno, excluyendo a Bolivia del proyecto. Este hecho, más allá de que sea un acto soberano entre dos países, afecta el interés del Perú, más aún cuando el 2015 Bolivia formalizó un memorándum de entendimiento con nuestro país para impulsar la construcción conjunta del tren bioceánico que debería finalizar en Ilo. Me pregunto si este tema se ha conversado en el gabinete binacional con Chile. También preocupa el frío recibimiento que se le dio a la visita no oficial de Evo Morales en octubre pasado a Ilo. Lo recibió el viceministro de Transportes cuando se sabe de fuentes confiables que el propio presidente Vizcarra se había comprometido a estar presente en Ilo. Todos estos hechos nos deben de llevar a discutir seriamente la política exterior del país. Me parece equivocado un activo bilateralismo que no tome en cuenta tanto una “inevitable” distancia de EE.UU. como una política de unidad regional, como proponía Carlos García-Bedoya, lo que supone enfrentar el ciclo conservador y neoliberal que hoy vive la región.