Tenemos derecho a criticar los fallos con los que estamos disconformes, pero afirmar que detrás hay corrupción para deslegitimarlos afecta también a los que sí nos favorecen.,Le estuve dando varias vueltas a lo de Fujimori y Urresti: 1. El doble rasero cunde: Si la justicia me da la razón es lo máximo, aunque me la dé sin pruebas. Pero si no me la da, entonces es una basura inservible que debe ser reformada, aunque todas las pruebas señalen que yo no tengo la razón de mi lado. ¿Humano? Sí, sin duda. ¿Profesional? De ningún modo. Podemos ser periodistas y activistas, pero jamás las dos cosas al mismo tiempo. 2. Ese doble rasero es la viga en los propios ojos. Para quienes aseguran que los derechos humanos son irrenunciables e inalienables, respetarlos no debería ser opcional. Vivir señalando con indignación el poco respeto de los demás por los derechos y la humanidad de terceros está muy bien hasta que te toca respetar los derechos y la humanidad de aquellos a los que criticabas por no hacerlo. Ejemplo corto: “Creo y defiendo los derechos humanos, pero ese csm debe morir en la cárcel”. Lo mismo, pero con panela: “que no muera, pero que cumpla hasta el último día de su condena”. El tipo tiene 80 años, taquicardia, un carcinoma recurrente y le quedan 16 años por cumplir. Reclamemos empatía para todas las víctimas (que sí) en nombre de derechos humanos inalienables, pero celebremos que Fujimori vaya preso (que sí, también) y exijamos que muera adentro. Rechacemos que la justicia o la ley muestren emociones o que estas se consideren en las decisiones judiciales: nada de empatía, la ley es la ley y la justicia solo debe hacer que aquella se cumpla. Digámosle eso a Sharmelí Bustíos o a Ysabel Rodríguez Chipana; que la justicia y la ley no deben ocuparse de su dolor, que debe ser ciega, precisa y fría como un bisturí y que, si no tienen pruebas de los hechos que denuncian, piña pues. Celebremos que Fujimori vaya a morir preso; la pena, la duda o la empatía le bajan la “calidad” del reclamo justo por el indulto trucho. Pero si la justicia dice que la hija de Bustíos no tiene razón y que Urresti es inocente, entonces no es justicia y el Poder Judicial y el juez son basura o están comprados. De “Fujimori debe regresar a prisión” (que sí, por supuesto) a “Fujimori debe morir en prisión”, hay un trecho grande que muchos activistas de los derechos humanos no parecen tener problema alguno en saltarse. 3. Cierta corrección política está revictimizando a las víctimas. Varios destacados colegas y líderes de opinión sabían desde el principio -o desde hace cuatro años, por lo menos- que el caso contra Urresti tenía pies de barro. Sabían que Urresti podía ser cómplice por no denunciar el crimen cometido contra el periodista Hugo Bustíos pero también que era prácticamente imposible probar que él fuera el autor mediato o material del asesinato del periodista porque lo más probable era que, de hecho, no lo fuera. Y aun así acompañaron y respaldaron un proceso largo y doloroso que lo único que ha logrado al día de hoy, 30 años después, es revictimizar a una familia y reavivar su legítimo dolor y exigencia de justicia. ¿El Poder Judicial hace agua? Sí. ¿Hay garantía de que los procesos sean verdaderamente justos y objetivos? No. Con eso debería bastar para sospechar que la mayoría de sus fallos tienen truco, incluidos los que favorecen nuestros puntos de vista. Tenemos derecho a criticar los fallos con los que estamos disconformes, pero afirmar que detrás hay corrupción para deslegitimarlos afecta también a los que sí nos favorecen. ¿Lo ven? Allí reside el doble rasero; ese que sin reparo usan desde el aprofujimorismo anencéfalo más recalcitrante hasta la DBA más rancia y fascista. Y, en la vereda de enfrente, nosotros, señalándolos con el dedo por hipócritas mientras hacemos lo mismo. Cuando liberaron a Maritza Garrido Lecca, escribí esto en Perú21: “La aspiración terrorista era destruir la sociedad y sus instituciones, el Estado de derecho, los fallos judiciales, […] los derechos humanos. […] el mayor daño que nos hizo el miserable y asesino de Guzmán fue lograr que muchos de sus enemigos no sientan ningún respeto por la ley ni por las instituciones cuando [estas] les son “inconvenientes”. Esa ley e instituciones que sostienen la sociedad que Guzmán consideraba inconveniente y que intentó destruir matando a casi 70 mil personas. Puede leerse quijotesco, pero la altura moral se trata de eso: de no convertirse en el monstruo que se combate. Y eso también quería Abimael: que todos fuéramos como él”. Alberto Fujimori también quería que todos fuéramos como él.