El general Augusto Pinochet en su momento negó haber sido un dictador: “Solo fui un aspirante a dictador. Siempre he sido un hombre muy estudioso, aunque no destacado.,Todos los dictadores se niegan a reconocer las maldades que cometieron. Siempre encuentran la frase, la oración, la palabra para exculparse. En 1933, cuando se encontraba en la cúspide del poder e imponía a sangre y fuego, Emil Ludwig entrevistó a Benito Mussolini. “¿Un dictador puede ser amado?”, preguntó el periodista y escritor alemán. “Sí, siempre y cuando las masas le teman al mismo tiempo. La muchedumbre adora a los hombres fuertes. La muchedumbre es como una mujer”. “¿Muchos lo consideran a usted un dictador?”, interrogó Oriana Fallaci al sátrapa iraní Mohamed Reza Pahlevi, en 1973, conocido por torturar y asesinar a sus opositores. “Eso lo escribió Le Monde. Y a mí ¿qué me importa? Yo trabajo para mi pueblo, no para Le Monde”, contestó con cinismo. El general Wojciech Jaruzelski, que condujo con mano de hierro el régimen comunista de Polonia y aplicó la Ley Marcial en 1981 para sofocar los reclamos de democracia, lo que produjo el asesinato de decenas y la detención de millares de miembros del sindicato Solidaridad, confesó al periodista italiano Riccardo Orizio que estaba orgulloso de haber preferido la dictadura: “Yo me encontré delante del precipicio, pero tomé la decisión realista de no arrojarme a él, de no realizar un gesto hermoso pero de trágicas consecuencias”. Sobre el atroz régimen que encabezó y aplicó la “guerra sucia”, convirtiéndolo en uno de los más sanguinarios del continente, el general Jorge Rafael Videla aludió a valores religiosos para justificar las desapariciones, fusilamientos y secuestros de bebés: “Fue una guerra justa, en los términos de Santo Tomás: una guerra defensiva. No acepto que haya sido una guerra sucia: la guerra es siempre algo horrible, sucio, pero Santo Tomás nos introduce ese matiz importante de las guerras justas, y esta lo fue”. El general Augusto Pinochet en su momento negó haber sido un dictador: “Solo fui un aspirante a dictador. Siempre he sido un hombre muy estudioso, aunque no destacado. Leo mucho, especialmente historia, y la historia enseña que los dictadores nunca terminan bien”, arguyó ante el periodista Jon Lee Anderson. Y cuando Tomás Eloy Martínez cuestionó a Hugo Chávez por haber expresado su solidaridad a uno de los más grandes terroristas del mundo, “El Chacal”, el venezolano no rectificó y alegó que fue un acto solidario: “Usted es un jefe de Estado y ‘El Chacal’ puso bombas irresponsables que mataron en Europa a decenas de inocentes”, replicó el argentino Martínez. “Fueron razones de compasión”, contestó sin remordimiento el venezolano. ¿Y qué ha dicho Fujimori? En una de las últimas entrevistas que concedió, declaró al periódico chileno El Mercurio, el 8 de noviembre de 2015, sin pasión, fríamente, con escalpelo: “En los crímenes de los que se me acusaron, de Barrios Altos y La Cantuta, no se exhibió prueba alguna”. Nada de remordimiento, ningún ápice de compasión, desprovisto de cualquier tipo de emoción, como cualquier otro dictador.