Hay una hipótesis que desconfía de esa cifra, y sostiene que el antivenezolanismo es un voto oculto que se hará evidente más adelante, o en la última hora de las urnas.,A cinco semanas de la votación, en algunas encuestas los renuentes a opinar se acercan al 60%. No lo dicen, más pareciera, incluso, que preferirían no votar. Así avanza esta campaña municipal despintada por las emociones fuertes de la política nacional, el desagrado frente a los políticos mismos, y por el limitado magnetismo de los principales candidatos. Varios candidatos hacen esfuerzos por vestirse con los temas de la política nacional. Renzo Reggiardo ya traía puesto el de la seguridad. Ricardo Belmont se encontró por el camino la tirria contra el inmigrante venezolano. Daniel Urresti ha empezado a probar suerte con el referendo. Solo les está produciendo intenciones de voto deleznables. El caso más llamativo es el de la xenofobia. En algunas versiones es lo que realmente ha puesto a Belmont sobre el mapa electoral, con la ventaja adicional de que ningún otro candidato lo ha seguido, con lo cual tiene el monopolio del feo sentimiento. Aun así, la cosa no le ha dado para más de un flaco segundo lugar, hoy con 8% en la encuesta Vox Populi. Aunque hay una hipótesis que desconfía de esa cifra, y sostiene que el antivenezolanismo es un voto oculto que se hará evidente más adelante, o en la última hora de las urnas. En otras palabras, que la inmigración puede ganar las elecciones, y el candidato que los competidores de la cola deben derrotar es Belmont, y no Reggiardo. Pero si los temas nacionales municipalizados con calzador no han logrado atraer a ese desganado 60% hasta ahora, ¿por qué lo harían más adelante? Otra hipótesis es la del candidato que captura la fantasía de los electores, sobre todo los jóvenes, en el último minuto. En verdad hasta ahora las cifras han demostrado no ser muy movedizas, pero hay que esperar. Quizás una encuesta donde se indague por la segunda opción de los consultados revelaría algunas cosas. Mientras tanto la campaña avanza en una suerte de oscuridad, donde los candidatos más interesantes no son los que más suenan, ni los que tienen ubicuos cartelones, y son muy pocas las propuestas que son municipales y convincentes a la vez. La sensación es que todo puede terminar devorado por un gran bostezo.