"Cambio de palabras es uno de esos libros que no pierden actualidad, que mantienen la frescura, y que reivindican la labor del periodismo y del género de la entrevista".,Lo compré el 3 de mayo de 1988. Lo sé porque tengo la antigua costumbre de fechar los libros el día que los adquiero. Lo escribo en una esquinita en la primera página. Y lo debo haber leído ahí nomás, pues coincide con la fecha en que empiezo a coquetear con el periodismo. Me refiero a Cambio de palabras, el libro que reúne casi una treintena de entrevistas hechas por César Hildebrandt en la revista Caretas y que Mosca Azul Editores publicó en 1981, y que más tarde Tierra Nueva Editores imprimió, en el 2008, una versión corregida y aumentada, y que ahora Penguin Random House ha vuelto a relanzar en un formato más fino y con mejor empaque que los anteriores, déjenme añadir. No sé ustedes, pero para mí Cambio de palabras es un clásico. Un clásico de buen periodismo. Se trata de conversaciones con políticos y escritores. Aunque hay más de los primeros que de los segundos. Ahí están: Víctor Raúl Haya de la Torre, Aníbal Quijano, Luis Miró Quesada de la Guerra, Pedro Beltrán, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Andrés Townsend, Julio Cotler, Enrique Chirinos Soto, Alfonso Barrantes, Luis Alberto Sánchez, Juan Gonzalo Rose, Fernando Belaunde, Manuel Scorza, Pablo Macera, Luis Bedoya Reyes, Javier Valle Riestra y Mario Vargas Llosa, y otros. El estilo inquisitorial y deslumbrante de César Hildebrandt está regado a lo largo de esta publicación, desde el par de prólogos que preceden las conversaciones hasta el interrogatorio final a Mario Vargas Llosa, quien una vez describió al incisivo y polémico periodista como “un ventarrón estimulante”. Añadiendo a continuación: “Reconocerle estas virtudes no es, claro está, coincidir con sus puntos de vista”. Y es que con Hildebrandt es así. Nelson Manrique, presentando otro libro de este hombre de prensa con talento endemoniado, decía: “Elogiar a Hildebrandt es arriesgarse a caer en el lugar común. Por eso aprecio especialmente la opinión de un buen amigo que me confiesa que leerlo le irrita profundamente, pero no puede dejar de hacerlo religiosamente cada semana porque considera su opinión imprescindible”. César, ya saben, ha hecho del periodismo un arte marcial y es capaz de armar frases notables hasta en un plato de sopa de letras. Y uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con sus opiniones, pero es un periodista indispensable. Pero volviendo al punto. O al libro. Cambio de palabras es uno de esos libros que no pierden actualidad, que mantienen la frescura, y que reivindican la labor del periodismo y del género de la entrevista. Lo explicita además el propio Hildebrandt en el prólogo a la segunda edición. “No hay crónica ni entrevista sin una visión del mundo previa. Por eso quizá los editores de prensa encargan tanto las entrevistas como las crónicas a quienes ven por encima de la grisura y el promedio. ¿Será por eso que hay tan poca entrevista y es tan escasa la crónica en la prensa peruana de estos días? ¿Será que la grisura está ganando la batalla y que el prestigio de la ignorancia brilla ahora más que nunca?”, se pregunta. Y más adelante se refiere al espacio donde se le extraña: la televisión. “La televisión hizo con las entrevistas lo que los lobos hacen con los corderos. Lo que quiere decir que a Alfonso Tealdo hoy no le darían trabajo en esa caja imbécil donde parpadean tongos de todos los colores y exhibicionistas que son libres para decir lo que quieran con tal de que no tengan el propósito de decir la verdad”. Pero una vez más, volviendo al libro. Al leer Cambio de palabras nos va a pasar lo que César advierte en algún otro lado. Nos quedará la sensación de que la política peruana se quedó sin repuestos. “A Sánchez lo sucedió don Nadie, a Townsend le tomó la posta el silencio, a Pedro Beltrán lo heredó la Confiep, de Barrantes solo quedaron viudas. Cambio de palabras no podría haberse hecho ahora por falta de elenco”. Y es así. Tal cual. De todas las entrevistas de Cambio de palabras, si me preguntan, siempre me quedaré con la del poeta Rose, ese magnífico vate siempre subestimado y relegado por la crítica literaria. Léanla y me cuentan. Es una de esas entrevistas que no ocultan nada, que dejan ver todo, y que llegan a tocar la esencia del ser humano, al punto de conmovernos. Las otras no están nada mal, por cierto. Pues parecen haber sido hechas en el confesionario y son de antología. Todas.