La línea ininterrumpida de tributos artísticos visuales a Vallejo se inició en su lecho de muerte con un dibujo a lápiz de Alejandro Gonzales, ‘Apu Rímak’,A los 80 años de la muerte de César Vallejo, y 100 de su poema “Los heraldos negros”, estos meses han estado marcados por un reguero de homenajes. Los cuales nunca le han faltado, el más reciente una espectacular revelación de 40 manuscritos originales del poeta, colgados de la red por el estudioso Enrique Ballón. Parte del impacto de esas páginas con correcciones es también visual: la mano de Vallejo moviéndose, en cierto modo delante de nosotros, a través de sus dudas y soluciones creativas. La otra aproximación visual a Vallejo en el año ha sido una serie de obras en pequeño formato de Ricardo Wiesse sobre el tema de los azules en su obra. Esta es su explicación: La línea ininterrumpida de tributos artísticos visuales a Vallejo se inició en su lecho de muerte con un dibujo a lápiz de Alejandro Gonzales, “Apu Rímak”. En el mismo año, 1938, Pablo Picasso trazó tres retratos suyos en papel de mimeógrafo. En 1950, el joven Fernando de Szyszlo dedicó al poeta ocho litografías abstractas, impresas en un taller parisino. Luego seguirían centenares de pintores, grabadores, escultores, ceramistas, fotógrafos, cineastas, dramaturgos y vídeo artistas, conmovidos por los caudales expresivos hallados en sus versos. La serie Azules de Vallejo –treinta y tres dibujos sobre papel con tintas y lápices de colores, presentadas por primera vez en la galería Modus Operandi de Madrid– resulta de mi caza de sus menciones –arcaísmos, neologismos, tecnicismos– al azul y a tonalidades cercanas. Las veinticuatro presencias de este color en Los heraldos negros reflejan el influjo modernista de Rubén Darío. En sus obras finales, estas referencias aminoran: seis en Trilce, ninguna en los Poemas en prosa, tres en la colección póstuma Poemas humanos, y se esfuman en España, aparta de mí este cáliz. Estas imágenes recogen lo hallado en una veta cromática hundida entre los giros caprichosos de la escritura vallejiana. Reflejan diálogos prolongados entre los textos y su interpretación espacial, poblada de signos, manchas, representaciones figurativas y baños cromáticos; un ejercicio de ensayo y error, que prosigue las líneas del automatismo y de la asociación libre, tan caras al poeta. Vallejo provee, inspira, alienta a destrozar lo aceptado y a emprender las transformaciones que su estética anuncia, comprometidas con horizontes solidarios, radicalmente humanos. Palabras y colores sobre papel: esta es mi ofrenda.