La muerte de la fundadora de la gran librería El Virrey.,Un email del 27 de diciembre me contó lo que pasaba, con su estilo sin anestesia de siempre: Querido Augusto: Una inesperada enfermedad (cáncer al pulmón y operación para extirparlo), que me tiene postrada en estos días, me ha impedido agradecerte oportunamente lo que has convertido en una “tradición” para tus lectores: recomendar los mejores libros para regalar, que se pueden encontrar en la Librería El Virrey. En la librería me han contado que -como en años anteriores- muchos vinieron con el recorte de tu columna en la mano para escoger los libros que habías recomendado. No tengo palabras para agradecer tu cariño y generosidad. Te mando un abrazo muy fuerte y mis mejores deseos en este año que se inicia. Chachi. Le escribí con mucha pena y el 2 de enero me contestó: Gracias querido. Ya estoy yendo a la librería a media mañana y me regreso a casa en la tardecita. Pero si me llamás antes a mi cel. te confirmo que estoy aquí y entonces te daré el abrazo en directo. Ch. Varias veces fui pero no coincidimos, sus horarios habían cambiado, y yo le dejaba mensajes, hasta que anteayer en un chat de amigos alguien puso ¿Qué tenía Chachi Sanseviero? Qué pena el día de hoy, que yo leí casi simultáneamente cuando pasaba, de casualidad, por el óvalo de Bolognesi, donde queda El Virrey, y vi en la puerta una camioneta de la funeraria. Chachi llegó al Perú hace cinco décadas, aunque debo haberla conocido recién a inicios de este siglo, después de la muerte de su esposo Eduardo, con quien fundó la librería más importante, cálida y bonita del Perú, que tanto hizo para promover la lectura, y que ella continuó con esfuerzo incluso después de que le pidieron el local original de Dasso –¿te imaginás para que me lo piden? ¡para poner un banco!– y se mudó al nuevo lugar que quedó mucho más lindo. En Dasso o Bolognesi, la constante era Chachi, a quien siempre visitaba para tomar un café, conversar de política, de mi columna que siempre leía y criticaba, para rajar y conspirar, algo que a ella le encantaba. Cuando en 2009 apareció un libro de Abimael Guzmán y el gobierno de Alan García amenazó con decomisarlo, ella me guardó un ejemplar que me entregó en la parte de atrás de la librería, donde había escondido todo el paquete, con la dedicatoria: A mi amigo Augusto, aliados en el delito conspirativo. El Virrey no fue solo la gran librería. Fue el lugar de encuentro con una gran mujer que vino de Uruguay y que tuvo tantos problemas para nacionalizarse, quizá porque la burocracia –sin siquiera darse cuenta– sabía que un papel para demostrarlo era totalmente innecesario. Chau querida Chachi.