. El narrador –no diré quién es para no estropear el suspenso– parece por momentos presa de un delirio paranoide. Ve el mecanismo por todas partes: desde los pequeños operarios de la compañía de agua y desagüe en Curitiba, hasta los integrantes del todopoderoso club de la construcción en Sao Paulo.,La extraordinaria serie brasileña “El Mecanismo”, que se puede ver en Netflix, se me antoja más potente en la lucha contra la corrupción que la cumbre que acaba de terminar en Lima. En primer lugar, porque explica con claridad el funcionamiento de ese cáncer que carcome a nuestras democracias. La palabra “cáncer” es una que se repite a lo largo de los 9 episodios de la primera temporada (espero con ansiedad la segunda). Su potencia radica, me parece, en que se aloja en nuestra mente con esa fuerza de lo onírico y, al mismo tiempo, de lo patológico. El narrador –no diré quién es para no estropear el suspenso– parece por momentos presa de un delirio paranoide. Ve el mecanismo por todas partes: desde los pequeños operarios de la compañía de agua y desagüe en Curitiba, hasta los integrantes del todopoderoso club de la construcción en Sao Paulo. Entre los cuales se cuenta, como podrán suponer, Marcelo Odebrecht. Los nombres, como los de Lula, Dilma o Temer, han sido cambiados, pero es muy fácil, incluso para un extranjero, identificar a los principales personajes (no en balde Lula ha amenazado con denunciar a Netflix). Ese discurso paranoide, sin embargo, corresponde punto por punto al funcionamiento del mecanismo, como lo llama el narrador. Es una maquinaria que no se detiene nunca y no discrimina ideologías ni lugares en la pirámide social. Izquierda o derecha, grandes o pequeños, policías o ladrones, todos son engranajes del mecanismo. Recordé a mi padre, ingeniero, quien alguna vez me explicó, en su vano –pero entrañable– intento de atraerme hacia la ingeniería, el funcionamiento del tornillo sin fin. Cito de Wikipedia: “Cada vez que el tornillo sin fin da una vuelta completa, el engranaje avanza un número de dientes igual al número de entradas del sinfín.” La fuerza del relato se engarza en nuestro inconsciente de modo análogo al funcionamiento de la corrupción. Esa inscripción en nuestra intimidad, esa resonancia con nuestra experiencia cotidiana, similar a la del narrador, es la que le da una capacidad alucinante a la serie. Como explica nuestro anfitrión, acaso nunca podremos detener al mecanismo. Pero esa no es una razón para dejar de combatirlo. El cáncer sigue matando gente todos los días, pero también sobreviven cada vez más personas, a medida que lo entendemos mejor y hallamos medidas más eficaces para prevenirlo y combatirlo. En Brasil, un equipo heroico de jueces y policías federales está haciendo lo propio con la corrupción. Como en el psicoanálisis, es preciso adentrarse en lo más hondo del mecanismo para descifrarlo. Esto nos incluye, claro está. Todos estamos contaminados, pues ese es uno de los efectos clave de la corrupción: involucrarnos, activa o pasivamente. Y si nos resistimos, escupirnos y expulsarnos. O triturarnos. La desvaída repugnancia que nos producen tantos políticos, empresarios, policías, fiscales o jueces trabaja para el mecanismo. Poco a poco nos desgastamos y sentimos que la única respuesta es resignarnos, adaptarnos, sobrevivir. En ese proceso, el mecanismo nos convierte en un engranaje más.