Ayer, en una operación simultánea y contra el reloj, uno después del otro, fuimos muriendo para volver a nacer.,Ayer me regalaron un celular nuevo, así que yo le heredé el mío a Roci, un poco mejor que el de ella, que se había caído tantas veces que la pantalla ya le cortaba la yema del dedo. Jaime también cambió su abatido teléfono por el celular señorial de mi padre, heredado por mí a su muerte, pero que yacía cual bello durmiente en un cajón como parte del duelo, y solo ahora me atrevía a recuperar para donarlo al otro hombre de mi vida. Al principio pensé que mudarse de celular era, a su respectiva escala, como mudarse de casa sin ayuda: un infierno. Pero pronto me di cuenta de que en realidad era una especie de Pascua y Resurrección (o apocalipsis zombie) telefónico, que estábamos creando una nueva interdependencia, pues para conocer el mecanismo de esos nuevos cuerpos que iban a contener nuestra vieja vida, hacía falta la guía del usuario anterior. Y así, como en una secuela de Avatar, cayó la vieja carcasa de la intimidad digital. Me di cuenta, pues, de que cambiar “dispositivo”, es lo más parecido a la reencarnación que nos va a tocar ver en la vida. Todo esto, mientras repasaba la galería de las últimas fotos que había tomado mi difunto papá o le habían enviado por chat, e intentaba hilar una memoria felizmente incompleta. Para un informático oír hablar a un lego en tecnología como si de asuntos bíblicos se tratara debe ser algo risible. Pero qué quieren, las copias de seguridad han reemplazado a nuestra idea de Dios. Los códigos de verificación de identidad mantienen alejado el olor a azufre. Y ahora lo que más me inquieta es ese tiempo que transcurre hasta que se revive a un chip, cuando no estamos en ninguna parte. Ayer, en una operación simultánea y contra el reloj, uno después del otro, fuimos muriendo para volver a nacer. Una vez que se reestablecieron los valores de fábrica de los Android y mi viejo teléfono estaba vacío y listo para recibir la memoria de otro ser, decidí quedarme un rato en el limbo. Solo para ver qué se siente.