La invicta vocación por el atajo en la política peruana.,Suelto en plaza es, como decía el titular de la portada de ayer de La República, una buena manera de resumir cómo quedó Alberto Fujimori tras el indulto que, entre gallos y medianoche, le otorgó el presidente Pedro Pablo Kuczynski en una evidencia de la apuesta permanente en el Perú por el atajo en vez de tratar de hacer las cosas como se debe, por el rumbo de la legalidad. Porque este indulto camuflado de ‘humanitario’ para esconder un pacto bajo la mesa para evitar una vacancia, es decir, usado como herramienta de salvación política en vez instrumento de compasión sincera, es lo peor que le pudo pasar a todos. Al presidente Pedro Pablo Kuczynski, porque ha mellado profundamente su credibilidad al no hacer lo que dijo, ni en la campaña, ni en los días previos, ofreciendo un indulto para evitar la vacancia. Hay quienes en estos días indican que esa manera de decir una cosa y hacer otra es frecuente en quien, como el presidente, viene del mundo profesional de la banca de inversión. Pero eso no es cierto pues en esta actividad lo más importante es la confianza que se construye. Y quien crea que puede pasarse de vivo en una transacción simplemente arruina su reputación para el futuro. En vez de otorgar un indulto que cumpliera los requisitos establecidos, el presidente Kuczynski lo anunció poco después de 48 horas de que, con los votos disidentes de Fuerza Popular, se salvara de la vacancia. La oportunidad sencillamente lo condena, ya sea por mentir o, incluso, por una impericia política imperdonable. Pero el indulto tampoco favorece a Alberto Fujimori pues, por todo lo anterior, se desmerece el derecho indudable que hoy ya tiene de ir donde quiera. Y de, por supuesto, hacer política como quiera, que es lo más probable aunque los keikistas y keikistones le rueguen que se vaya a cuidar a los nietos de su hija Keiko. Pero no son Kuczynski ni Fujimori los más perjudicados, sino el país en su conjunto que pierde, por la manera como se realizó el indulto, la posibilidad de pasar a una etapa de reconciliación nacional que, para que sea legítima y estable, hubiera requerido que el jefe de estado ofrezca al país un mensaje creíble sobre las verdaderas razones de su decisión, en lugar de ese discurso penoso del 25 de diciembre que reforzó la duda sobre el canje del indulto sin vacancia. Se volvió a demostrar la invicta vigencia en el Perú de la vocación por el atajo que no construye instituciones y demuele reputaciones, y que solo piensa en el corto plazo.