Díganme la verdad: ¿conocemos algo más allá de las crisis de gobernabilidad? No, no mucho más, somos un país instalado en la crisis permanente, saltando de una dimensión de crisis a otra más alucinante. La secuencia se ha repetido cada quinquenio: gobierno, escándalo de corrupción e impunidad. Lo nuevo es la cárcel, lo nuevo es que paguen. Las últimas veces los vimos caer al término de sus mandatos o después de que mandaran un fax, pero el escenario que abren las pruebas de los negocios turbios entre Odebrecht y PPK nos propone una nueva aventura: la de la vacancia presidencial. Nos quieren guiar en esa experiencia los del partido de la mafia, los golpistas y corruptos, que del poder solo aprendieron cómo meterle petardos a la institucionalidad de un país. Así de desamparados estamos, compatriotas. Los que fiscalizan y dan ultimátums son los de la mala entraña, los de la salita del SIM, los que rinden cuentas a otra investigada por corrupción. No me he recuperado de lo de Susana Villarán, no he visto todavía al juez dictar prisión preventiva contra Keiko, Paolo se ha quedado fuera del mundial, Verónika no ha reunido todas sus firmas y ya estamos hablando del sucio millón de dólares de Odebrecht que se embolsó el Presidente de la República. De sus lobbys ya sabíamos, ahora tenemos la cifra y, sin embargo, estamos como en las elecciones, aferrados al gobierno del corrupto PPK para que no vuelvan los fujimoristas. A mí el #QueSeVayanTodos me salió de las tripas, antes de ver el Hashtag. Qué ganas de dar carpetazo, de sacarlos a todos, de vetarlos para siempre, de mandarlos a su casa con su constitución y sus bolsillos. Y qué nostalgia de algo que nunca tuvimos o que nunca nos duró lo suficiente: el empoderamiento popular nacido de la indignación. Calle, organización y cambio. Devolvernos el Perú a los peruanos. Construir un sistema político que nos represente. ¿Qué tal si en lugar de esperar que se vayan los botamos? Solo tengo preguntas y rabia.