Para padres que olvidamos que niñas y niños son iguales.,Me enteré por Carlos Galdós, en el Somos de la semana pasada, que el 11 de octubre fue el día internacional de la Niña, una iniciativa valiosa para construir un mundo más digno para las mujeres y, también, para los hombres. Porque no debiera haber duda de que este sería un mundo mejor si mujeres y hombres tuvieran oportunidades similares para desarrollarse, tomar riesgos y poder cumplirlos. Una niña no tiene por qué aceptar que los papeles de liderazgo en la sociedad están reservados para los hombres. Ni admitir patrones de relacionamiento cotidiano que las ponen en roles de subordinación. Si todos pensaran distinto sería un buen comienzo para reconstruir un mundo que parece haber sido construido por hombres para hombres. El prejuicio está muy metido en la sociedad y es promovido en las propias familias, donde padres y hermanos contribuyen a perpetuar un arreglo en el que los hombres dirigen y las mujeres obedecen y ayudan. O, mejor dicho, contribuimos a mantener esos patrones sociales, por no cuestionarnos lo obvio, y por replicar paradigmas discriminadores sin sentido que aceptan con tanta facilidad que hay cosas que los hombres pueden hacer y las mujeres no. Debo de reconocer que a mí me ha costado aceptarlo, y debo agradecerle a mi hija Belén por ayudarme, cotidianamente, a entender mi gran e involuntario error. Hace poco, Belén partía de viaje en automóvil por la carretera, y me envió un mensaje por whatsApp avisándome que ya salía. Entonces, le pregunté quién iba a manejar junto con sugerirle que mejor sería que lo haga su enamorado porque la carretera podía estar complicada. Su respuesta fue irónicamente contundente para ayudarme a entender mi prejuicio: “Gracias, papá, por recordarme que, por ser mujer, manejo mal, que un hombre siempre maneja mejor que una mujer, muchas gracias por reforzar mi autoestima”. Yo tengo la suerte de tener una hija como Belén que, cotidianamente, se encarga de corregirme de lo tremendamente equivocado que puede resultar un paradigma social que privilegia el papel del hombre y que relega al de la mujer. Para gente como yo, que quiere promover un mundo con igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, pero que nos contradecimos con frecuencia en nuestras acciones cotidianas, es valioso al menos un día al año que nos recuerde cuán equivocados podemos estar al reforzar, involuntariamente, patrones sociales absurdos que discriminan a la mujer.