Que tarde o temprano el fenómeno El Niño regresa es una obviedad. La cosa es a qué distancia del anterior, y con qué fuerza. En la historia las reconstrucciones de lo destruido por la naturaleza han producido alivio, pero no han sido preparación suficiente ante un nuevo ciclo de destrozos, que siempre llega a sorprender. Un artículo de Andrea Thompson en Scientific American presenta algunos datos sobre las posibilidades de que El Niño vuelva en este segundo semestre del 2017. No es propiamente un pronóstico, desde su título: “¿Otra vez el Niño? Difícil decirlo”. Pero es una invitación a pensar, ahora que nos disponemos a reconstruir. Thompson hace notar que el Climate Prediction Center de la NOAA “le da posibilidades parejas –poco menos de 50%– a una neutralidad [no Niño] o a un desarrollo de El Niño a fines del verano o en el otoño”. Está hablando, pues, sobre nuestro fin de invierno o primavera, como un momento en que las lluvias del norte pueden volver. Las predicciones se inclinan hacia la normalidad. Pero una frase de la NOAA es inquietante: “Sin embargo las chances de un Niño se mantienen elevadas (más o menos 35-45%) respecto al promedio del largo plazo”. La idea es que El Niño no es lo más probable, pero que debe ser incorporado a los escenarios posibles. La alusión al largo plazo evoca lo sucedido en el norte en 1925 y 1926. Arturo Rocha ha escrito que ese probablemente fue “el primer meganiño del siglo XX de la costa norperuana”. Un episodio de lluvias destructivas después del otro, en lo que fue una combinación de retorno y continuidad de los diluvios. Los pronósticos para este año, entonces, no son realmente amenazantes. Pero no hay propiamente un cheque en blanco para otros años. Menos aun pronósticos para lo que puede tomar El Niño en volver a manifestarse. La norma informal para ese cálculo es entre dos y seis años. Casi podría hablarse de un fenómeno constante, con variables. Frente a un fenómeno que desde el pasado remoto ha venido arrasando con culturas y ciudades enteras, lo que corresponde es ir pensando en una modificación de nuestros patrones urbanos en el norte. Más aun en esta era de feroz cambio climático. Los pronósticos para este año, entonces, no son realmente amenazantes. Pero no hay propiamente un cheque en blanco para otros años.