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Opinión

Relaciones públicas, por Raúl Tola

“En sus declaraciones, Salatiel Marrufo ha contado que el expresidente necesitaba dinero fresco porque mantenía una planilla secreta”.

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Relaciones públicas, por Raúl Tola

La antigua tradición peruana de relacionistas públicos que se hacen pasar por periodistas, cruzando de manera flagrante las líneas rojas que separan un quehacer del otro, ha encontrado en el caso de Mauricio Fernandini uno de sus ejemplos más espectaculares. A pedido de Pilar Tijero, Fernandini empleó sus contactos profesionales para conectarse con Salatiel Marrufo, permitiendo que la empresaria Sada Goray tuviera una fluida relación con uno de los más connotados miembros del llamado ‘gabinete en la sombra’ del Gobierno de Pedro Castillo. Goray buscaba resoluciones del Fondo Mivivienda que favorecieran sus proyectos inmobiliarios, algo que obtuvo luego de entregar más de 4 millones de soles en sobornos a Marrufo.

Fernandini fue el principal facilitador de este entramado corrupto, participando en las negociaciones y llegando a alquilar su departamento como local de reuniones y reparto de coimas. Y lo hizo mientras mantenía su lugar como conductor principal de uno de los programas diarios de la radio de noticias más sintonizada del país, donde sus posiciones frente al Gobierno con el que negociaba por lo bajo eran más bien críticas.

Todo esto se desprende de la confesión sincera que —luego de que en un primer instante negara las acusaciones que comenzaron a llover en su contra— Fernandini ofreció a la justicia, con la que aspira a obtener una reducción de pena. Las sucesivas revelaciones que viene publicando La República demostrarían que la confesión de Fernandini no fue tan sincera, pues el pago por la cesión de su departamento habría sido de 15.000 soles y no 10.000, como afirmó, y, sobre todo, porque omitió haber recibido 80.000 dólares de lo que eufemísticamente ha sido llamado “bono de éxito”.

La popularidad de Fernandini, su llamativa flexibilidad moral, el rebuscado guion de la historia y la magnitud de las cifras (¿en cuánto estimaba Goray sus beneficios, si era capaz de desembolsar semejantes coimas?) pueden hacernos perder de vista el principal caso detrás de esta sucesión de lobbies, reuniones y montos exorbitantes. Este no es otro que la corrupción desalada que asaltó al aparato estatal desde el momento mismo en que Pedro Castillo y su entorno pisaron Palacio de Gobierno.

En sus declaraciones, Salatiel Marrufo ha contado que el expresidente necesitaba dinero fresco porque mantenía una planilla secreta y que este se obtenía de los sobornos pagados por varios personajes como Sada Goray. Estas informaciones comienzan a generar una impresión: que su fallido golpe de Estado no fue motivado por la vacancia que se votaba ese día, sino, sobre todo, por las declaraciones que esa mañana ofreció Marrufo ante una comisión del Congreso, donde aseguró que le había entregado personalmente 100.000 soles. Con cada día que pasa, a los defensores que le quedan a Castillo se les hace más complicado sostener la narrativa del pobre hombre rural que tomó una medida desesperada ante el acoso de los poderes fácticos para defender un proyecto político desinteresado, casi bucólico.