En la estabilidad precaria o la inestabilidad estable que caracteriza hoy a la política peruana, lo más previsible en el futuro es lo imprevisible, un rasgo propio de sociedades con institucionalidad frágil donde todo es posible.
Las sociedades más avanzadas suelen ser muy previsibles y hasta aburridas, como las nórdicas, en el sentido que se sabe, con razonable certidumbre, lo que ocurrirá en el futuro, incluso en un mundo cada vez más incierto por eventos como la pandemia, la invasión Rusa a Ucrania, o el afán hegemónico notorio de la China de Xi Jinping.
Prever el futuro en temas de interés general es un oficio demandando por todos y practicado por muchos (aunque con puntería muy distinta).
Tener la bola de cristal es siempre apreciado. Desde el boticario francés Michel de Nôtre-Dame, más conocido como Nostradamus, con su libro Les Prophéties, hasta los adivinos modernos, genera reconocimiento, especialmente si se tiene capacidad de acierto.
Hay técnicas para hacerlo mejor que otros. Los profesores de la escuela de gobierno de Harvard, Richard Neustadt y Ernest May, escribieron el libro muy recomendable Usos de la historia en la toma de decisiones que era el libro de texto de sus clases. También se puede ver La marcha de la locura: De Troya a Vietnam de Barbara W. Tuchman, o Las 48 leyes del poder de Robert Greene.
Explicar el pasado es muy entretenido, pero más sexy siempre es adelantar lo que viene. En economía, por ejemplo, cuánto aumentará el PBI y los salarios, qué sectores crecerán más o —mejor aún— cómo evolucionará la bolsa y qué acciones rendirán mejor. En el deporte, todos buscan al comentarista que dice saber quién ganará, por cuánto, el partido (aunque el espacio más traicionero para el adivino es el fútbol).
En la política peruana esto tampoco es fácil. La pregunta más frecuente de estos días es cuánto durará la presidencia de Dina Boluarte, y la respuesta más usual entre los analistas peruanos en que crece la posibilidad de que llegue al 2026, aunque lo más probable es que no lo consiga... por algún evento imprevisible. Como el imposible de imaginar suicidio político de Pedro Castillo del 7 de diciembre con su golpe de Risas y Salsa. En política peruana, lo imprevisible es lo más previsible.