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Opinión

Anatomía de un instante (Golpe del 7D)

Un país fragmentado donde es cada vez más difícil dialogar.

larepublica.pe
Un país fragmentado donde es cada vez más difícil dialogar.

Expresión de este país descuajeringado que es hoy el Perú son las interpretaciones dispares del golpe de Pedro Castillo del 7 de diciembre (7D).

Ese día se produjo, sin duda, un golpe –fallido como expresión de quien no supo gobernar, robar, golpear ni huir–, pero golpe al fin y al cabo, y Castillo debe pagar por su grave delito.

Pero hay quienes fingen demencia y lo niegan. Por ejemplo, los presidentes Gustavo ‘Petro-Perú’ y Andrés Manuel López Obrador, a quienes Castillo les ofreció el Perú como su chacra, y hoy pregonan que este fue víctima de un golpe y que ahora está secuestrado.

También la izquierda peruana, desde sus versiones cavernícolas, hasta las más sensatas: Sinesio López habla de ‘la caída de Castillo’, y el rector de la UNI y aspirante a la presidencia Alfonso López Chau no cree que AMLO exagera y opina que el golpista de Sarratea no tiene un debido proceso.

La población también posee una visión errada del 7D. Según Ipsos, a nivel nacional, 43% cree que Castillo intentó un golpe, y un alto 51% que el golpe lo hizo el Congreso a Castillo, pero la confusión es mayor por segmento social.

Quienes creen que Castillo intentó un golpe son, en Lima 60%, en otras ciudades 38%, y en lo rural 23%; y los que creen que el Congreso hizo el golpe son un preocupantemente alto 35% en Lima, 56% en otras ciudades y 69% en la zona rural. ¿Un país que ignora qué es democracia o respaldo al golpista?

Es la historia de tres países en uno con una gran dificultad para interpretar el mismo hecho y, por tanto, para entenderse, con una pluralidad que podría ser valiosa, pero sin una visión razonablemente compartida del futuro.

El Perú tiene visiones enfrentadas. Un sector tiene resentimiento por la discriminación y está, por tanto, dispuesto a cambiar todo, desde la Constitución hasta incendiar lo que encuentre por delante. Otro sector siente temor de perder lo que tiene, y lo expresa con arrogancia y superioridad y creyendo que algunas muertes sirven para notificar contra la alteración. Son los extremos minoritarios, pero estridentes, que impiden que el Perú se entienda, mientras en el medio hay una mayoría silenciosa que mira con distancia un país fragmentado donde ya no se puede dialogar sin pelear ni matar.