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Opinión

¡Hasta luego, Piura! Mamá viaja a Lima por primera vez

“Aunque Lima sea la capital del país, no es un check en la lista de viajes de todos los peruanos”.

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El viaje de Piura a Lima en avión dura una hora y 35 minutos aproximandamente. Foto: composición de Jazmin Ceras / La República

Aunque Lima sea la capital del país, no es un check en la lista de viajes de todos los peruanos. Muchos, como Marcela, ni siquiera tienen una. A sus 49 años, la vez que estuvo más lejos de Ayabaca, Piura, su casa, fue durante un paseo de promoción: sus alumnos eligieron Cajamarca y ella, una tutora de zona rural, accedió porque no supo cómo decirles no a quienes, esperanzados, habían recaudado el dinero desde el primer grado de secundaria. Contrataron los servicios de una agencia terrestre sin mucha reputación pero con precios bajos, y se quedaron varados tanto en la ida como en el regreso. Los problemas mecánicos fueron parte de la anécdota y pudieron haberlo sido de la desgracia.

Ahora Marcela dejó atrás los buses y conoció cómo es el trayecto en un avión. “No me dio miedo el aterrizaje”, asegura. Tampoco temió aceptar —pese a que rechaza el tráfico y la cantidad de población, 10 millones— la propuesta de su única hija: pasar unos días juntas luego de un año sin verse. Una única hija que, tan pronto egresó de la universidad, se mudó porque el poco equilibrio que distinguía era solo el de una depresión acorde con la falta de empleo. Los pueblos chicos y los infiernos grandes nutren el dicho popular; el dicho popular revela una realidad.

Y, así, cada realidad está sometida a las rebeldías de los años nuevos. En 2020 fue la pandemia la encargada de arrinconar, en el caso de Marcela, las tizas —no es metáfora, las pizarras no son acrílicas en el campo—. En 2021, ya más o menos adecuada al tecleo tanto en el celular como en la laptop, tuvo que sortear la distancia familiar y construir un nuevo concepto que vincule al amor con la libertad —dar alas a la hija—. En 2022, el desafío lo encontró en su gastado sistema respiratorio —el frío de Ayabaca deja huella—, cuando la COVID-19 intentó pausar su retorno a la presencialidad. En 2023, asentada momentáneamente en una ciudad que no es la suya, Marcela cruza los dedos para que la sublevación del año la empuje a tomar aviones más seguido, a crear su propia lista. Se lo merece.