Por Ramiro Escobar, profesor, UARM.
Cuando en varios países se anuncia (o ya se ha puesto en marcha) el fin del uso de la mascarilla en exteriores, cuando las cuarentenas –salvo en la ciudad china de Shanghái– son un tormentoso recuerdo, cuando los focos mundiales están en una guerra antes que en las vacunas, de pronto irrumpe la OMS para decirnos que la pandemia no se ha ido. Que sigue en curso.
Es como si se propusiera quemar el remake de una película acerca de ‘Los locos años 20′, ese período que, en los países que se podían dar ese lujo, sobrevino tras la mortífera pandemia de 1918. Habrá voces que dirán que esto confirma que hay una conspiración, una mano vírica oscura que nos manipula; sin embargo, hay evidencias de que el maldito virus es indómito.
Produce más variantes, continúa afectando a los más vulnerables (obesos, diabéticos, hipertensos), no se sabe cómo se comportará. Además, el portal Our World Data estima que actualmente el porcentaje de vacunados con las dosis completas a nivel mundial es de 58.43%. Según los modelos epidemiológicos, tendría que ser de 80% para que respiremos tranquilos.
Hay un dato de esta organización que resulta revelador: al 27 de febrero, tres días después de que comenzara la violenta invasión rusa, en Ucrania el porcentaje de totalmente vacunados era apenas del 36.59%. Es decir, la guerra cayó sobre una población aún desprotegida frente al SARS-CoV-2 (el virus que produce la COVID-19). Un cruce de peligros tristemente simbólico.
Sugiere eso que varias personas ya han observado sin contar con cifras: como especie, no terminamos de salir de un problema y nos metemos en otro. En ese escenario pequeño en términos geográficos, pero fundamental para la geopolítica mundial y ahora lleno de crímenes de guerra y otras desgracias, se está revelando cuán fácilmente nos salimos de control.
Es curioso que Rusia haya sido precisamente el país que, con el verbo orgulloso de Vladimir Putin al tope, anunció en agosto del 2020 al mundo que tenía la primera vacuna contra la COVID-19. Tenía que llamarse Sputnik 5, claro, en memoria del primer round espacial que la extinta URSS le ganó a Estados Unidos en la Guerra Fría, al poner en órbita el Sputnik I.
Hoy todo eso suena extraño y cruel. También por entonces, el negacionista Trump puso a su país al borde de una tragedia inenarrable, en medio de una opereta de discursos y actos delirantes. Vistas las cosas en perspectiva, es impresionante que los líderes de dos de las grandes potencias hayan puesto, en distintos momentos, su granito de insensatez en esta temporada.
Ahora resulta que la pandemia recién está sintiéndose con fuerza en China, si tenemos en cuenta el descontrol social generado en Shanghái por el virulento estallido de los contagios. Escasez, cuarentenas, desesperación. Nuevamente reaparece la pregunta sobre qué ocultó el gigante asiático respecto del virus. Aunque tal vez solo se trate de que ocultó sus limitaciones.
Como Rusia y EE. UU., está mostrando que no es invencible o infalible. Y que no puede ‘controlar’ la naturaleza o jugar con ella, porque al fin de cuentas esta pandemia fue el resultado, una vez más pero con agravantes contemporáneos, de haber invadido el territorio silvestre casi con una aplanadora humana (recuérdese que todo comenzó con un murciélago o un pangolín).
China invadió emporios de diversidad, como muchos otros países, y acaso contribuyó a que la pandemia no termine de terminar. Rusia invade Ucrania y pone los pelos de punta nucleares a millones de personas. Estados Unidos, experto en invasiones, no puede neutralizar esta última. Si no hacemos un giro radical en nuestra forma de hacer política, quizás terminemos con todo.
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