Setenta años de la bomba. Shinji Mikamo lo perdió todo cuando el 6 de agosto de 1945 la bomba atómica cayó sobre Hiroshima, excepto el reloj de su padre. Sin embargo, él no culpó a los estadounidenses por el cataclismo.,Hiroshima: El cataclismo nuclear narrado por Shinji, un superviviente,Hiroshima: El cataclismo nuclear narrado por Shinji, un superviviente, Vibeke Venema. BBC Los veranos en Hiroshima eran sofocantes y la mañana del 6 de agosto de 1945 no fue diferente. Shinji Mikamo se había tomado el día libre en su trabajo como aprendiz de electricista en el Ejército para ayudar a su padre a recoger las cosas de su casa, que estaba a punto de ser demolida. PUEDES VER: Foto inédita del estallido de la bomba atómica en Hiroshima Meses de ataques aéreos habían causado incendios devastadores en varias ciudades de Japón, por lo que el gobierno había decidido crear cortafuegos. La casa de los Mikamo fue una de las afectadas por la decisión. "Esto no tiene sentido", gruñó el padre de Shinji, Fukuichi. Pero las órdenes eran las órdenes. La madre de Shinji, Nami, quien se hallaba enferma, había sido enviada al campo y su hermano mayor, Takaji, estaba combatiendo en Filipinas. De modo que Shinji, de 19 años, y su padre estaban viviendo solos en la ciudad. En poco tiempo, Shinji culminaría su entrenamiento y se uniría al Ejército. Fukuichi miró su reloj de bolsillo. Eran las 7:45 de la mañana. Shinji se subió a la azotea y comprobó que no había una sola nube en el cielo. Desde su punto de vista, Shinji le echó una mirada a la ciudad. Abajo, en el patio, Fukuichi le dijo a su hijo que no se durmiera. Shinji recuerda que cerca de las 8:15, él levantó su brazo izquierdo para secar el sudor en su frente, cuando un destello cegador cubrió todo el cielo. "Fue como una gigantesca bola de fuego. Era al menos cinco veces más grande y 10 veces más brillante que el sol. Venía directamente hacia mí". "El ruido ensordecedor vino después. Estaba envuelto por el trueno más fuerte que jamás había escuchado. Era el sonido del universo en explosión. En ese instante sentí un dolor punzante en todo mi cuerpo. Fue como si un balde de agua hirviendo hubiese sido arrojado sobre mi cuerpo". Shinji quedó enterrado bajo los escombros de su casa. Reconoció la voz de su padre que lo llamaba. A pesar de tener 63 años, Fukuichi era un hombre fuerte y sacó a su hijo de entre los escombros y apagó las llamas en su cuerpo. El torso y el lado derecho del cuerpo de Shinji estaban quemados. "Mi piel colgaba de mi cuerpo en pedazos como harapos", dice. La carne cruda por debajo era un extraño color amarillo. Tras el apocalipsis "Mi padre y yo nos vimos el uno al otro", dice Shinji. La ciudad a su alrededor había desaparecido, reducida a cenizas y escombros. Shinji no podía entender lo que había sucedido. ¿Había estallado el Sol? Su padre ensayó una explicación. "Demolieron todas las casas por nosotros. Supongo que nos ahorramos un poco de trabajo". Lo dijo y soltó una risotada gutural. Sin embargo, no había tiempo para ponerse a conversar. La ciudad, ya en ruinas, se estaba incendiando y tuvieron que buscar refugio. Shinji y Fukuichi se encaminaron por el extraño paisaje posnuclear hasta el río. Allí vieron pasar los cuerpos flotando boca abajo. Y pronto se produjo otro fenómeno extraño y aterrador. Los numerosos incendios en la ciudad habían generado vientos tan fuertes como los de una tormenta, los cuales, ahora se combinaban en un tornado –"un monstruo oscuro", recuerda Shinji– que succionaba todo a su paso. El tornado levantaba y lanzaba partes de casas derrumbadas, muebles, incluso el agua del río. Mientras se aproximaba, las personas se aferraban a lo que podían. Este nuevo mundo era difícil de entender, pero una vez que el fuego y el tornado se apaciguraron, Shinji y su padre cruzaron un puente en busca de refugio. La caminata era una agonía, no solo por su carne quemada, sino por la enorme cantidad dae cadáveres y moribundos que hallaban a su paso. "Mis pies estaban carbonizados y torpes. Con cada paso o algo así, yo tropezaba sin querer con un brazo o una pierna y oía a la persona quejarse de dolor. Me sentí como un buitre", recuerda Shinji. La bomba había arrasado con Hiroshima. De sus 45 hospitales solo tres seguían operativos. No había ayuda. Ninguna medicina. Shinji se hallaba a poco más de un kilómetro del epicentro de la explosión. Él atribuye su supervivencia a la fortaleza de su padre. Cada vez que él quería renunciar, Fukuichi lo regañaba. "No sucumbas a la debilidad tan fácilmente", le dijo. "Ya hemos pasado lo peor." Apenas tenía piel para proteger su cuerpo, con cada paso un poco de la carne se desgarraba. Cuando estaban muy débiles para caminar, Shinji y su padre se arrastraban. Le suplicó a su papá que lo dejara morir. Pero Fukuichi le dijo con resolución: ¿Te quieres morir? No digas eso con tanta ligereza. Solo aguanta un poco". Estamos en el infierno Hasta que tuvieron un golpe de suerte. Siendo un civil empleado por el Ejército, Shinji tenía algunos privilegios y pudo ser evacuado. El 9 de agosto, tres días después de la bomba, Shinji y su padre estaban en el suelo de una escuela en un pueblo a las afueras de la ciudad, junto con decenas de heridos graves. En ese momento los pensamientos de Shinji se ubicaron en un incidente perturbador ocurrido el día anterior. Mientras él y su padre caminaban desde el Santuario de Toshogu, dos soldados le salieron al paso y les dijeron que regresaran por donde venían. Cuando Fukuichi protestó, uno de los soldados le escupió en la cara y le dijo que se fuera al infierno. En una sociedad en la que los ancianos son venerados, este hecho fue profundamente chocante. Sin embargo, Fukuichi contuvo la ira y se alejó: seguir con vida era lo más importante. Shinji no podía entender por qué los soldados pudieron tratarlos de esa manera. Consumido por la ira y el odio, se volvió hacia su padre en busca de una explicación. "Son demonios, ¿no?", preguntó. "Son malos. Tal vez incluso peor que los bombarderos estadounidenses". Fukuichi respondió con calma: "Ahora mismo estamos en el infierno. No es de extrañar que veamos demonios". “Los estadounidenses no tienen la culpa, la guerra tiene la culpa” Shinji nunca supo qué pasó con su padre. Su madre Nami había muerto pocos días después de terminada la guerra. Y su hermano Takaji falleció en acción en Filipinas. Como un huérfano de guerra, Shinji luchó por sobrevivir y hacerse de un lugar en la sociedad. En el Japón de entonces, "la armonía y las conexiones familiares eran todo", dice su hija, Akiko. Un hombre sin familia no era mejor que un criminal. Así que cuando él pidió permiso para casarse con Miyoko, el padre de ella dijo que no. La pareja se vio obligada a fugarse. Su primera hija, Sanae, nació tres años después de la bomba. Saludable al principio, contrajo polio y encefalitis. Luego tuvieron su segunda hija, Akiko, en 1961. Y tres años después una tercera, Keiko. Shinji recuerda que su padre le enseñó que odiar era algo malo."Los estadounidenses no tienen la culpa, la guerra tiene la culpa. La falta de voluntad de la gente para comprender a aquellos que tienen valores diferentes, eso es lo que tiene la culpa".