La historia de la transformación económica de China es uno de los fenómenos más destacados del siglo XX y XXI. En pocas décadas, el país pasó de ser una economía agraria y subdesarrollada a convertirse en una de las principales potencias económicas del mundo. El cambio fue impulsado por una serie de reformas iniciadas bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, quien abrió el país al comercio internacional y permitió la inversión extranjera.
Las reformas estructurales que China implementó, incluyendo la liberalización de mercados y la creación de zonas económicas especiales, permitieron al país atraer masivas inversiones y desarrollar una poderosa industria manufacturera. Con el tiempo, el país escaló en la cadena de valor global, pasando de ser un simple fabricante de productos de bajo costo a un líder en innovación tecnológica y producción de bienes de alto valor.
La proclamación de la República Popular China ocurrió el 1 de octubre de 1949, marcando un momento crucial en la historia del país. Bajo el liderazgo de Mao Zedong, el Partido Comunista Chino (PCCh) logró derrotar al gobierno del Kuomintang (KMT) tras años de guerra civil, estableciendo un nuevo régimen socialista. Desde la Plaza de Tiananmén en Pekín, Mao declaró oficialmente la fundación de la República Popular China, lo que puso fin a siglos de dinastías imperiales y a décadas de inestabilidad y guerra en el país.
En los primeros años, la economía estuvo marcada por una serie de reformas radicales dirigidas por el gobierno de Mao Zedong, quien implementó un modelo socialista de planificación centralizada. La colectivización de la agricultura, donde las tierras privadas fueron confiscadas y reorganizadas en comunas, y la nacionalización de la industria, que eliminó el sector privado, fueron las primeras grandes reformas.
Mao Zedong llevó el llamado Gran Salto Adelante, lanzado a finales de los años 1950, un esfuerzo para acelerar la industrialización y aumentar la producción mediante métodos intensivos, pero resultó en un fracaso catastrófico, provocando una hambruna masiva que causó millones de muertes.
Por otra parte, Mao lanzó la Revolución Cultural (1966-1976) con el objetivo de reafirmar su control sobre el Partido Comunista y eliminar lo que consideraba elementos "burgueses" y contrarrevolucionarios en el gobierno y la sociedad. Durante este período, se promovió la movilización de los conocidos Guardias Rojos, para llevar a cabo campañas de purga contra cualquiera que fuera acusado de estar en contra de Mao.
En términos económicos, la Revolución Cultural causó una parálisis significativa. Las fábricas, las escuelas y las oficinas gubernamentales fueron cerradas o gravemente interrumpidas. El caos y la desorganización resultantes afectaron gravemente la producción agrícola e industrial, lo que exacerbó las dificultades económicas en el país, dejando un estancamiento económico que no comenzó a revertirse hasta después de la muerte de Mao.
El gobierno de Deng Xiaoping, que comenzó a finales de la década de 1970, marcó un periodo de profundas reformas económicas en China que transformaron al país en una potencia global. Bajo su liderazgo, se implementaron políticas de "Reforma y Apertura" que promovieron la liberalización económica, además, una de las propuestas de Xiaoping fue 'Las Cuatro Modernizaciones', un conjunto de objetivos destinados a revitalizar la economía china y modernizar sus sectores clave: agricultura, industria, ciencia y tecnología, y defensa nacional.
Durante su Gobierno, Xiaoping implementó el llamado socialismo con características chinas como una estrategia para adaptar el modelo socialista a la realidad económica China. Su enfoque incluyó la apertura hacia el comercio y la inversión extranjera, integrándose a la economía global.
Se establecieron Zonas Económicas Especiales (ZEE) en lugares como Shenzhen, donde se aplicaron políticas más flexibles para atraer inversión y fomentar el desarrollo. Además, introdujo reformas agrarias, como el sistema de responsabilidad familiar, que otorgó a los campesinos mayor control sobre la producción agrícola, incentivando así la productividad y mejorando los ingresos rurales.
La descentralización del poder económico permitió a las autoridades locales experimentar con políticas de mercado y fomentar el desarrollo regional. Sin embargo, eventos como la represión de las protestas en la Plaza de Tiananmén en 1989 demostraron que, aunque se buscaba una modernización económica, el Partido no estaba dispuesto a permitir cambios políticos que amenazaran su poder.
La entrada de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC) el 11 de diciembre de 2001 marcó un paso significativo en la historia económica global y en la integración de China en la economía internacional. Este proceso de adhesión comenzó en 1986 y se prolongó durante 15 años, durante los cuales China se comprometió a llevar a cabo profundas reformas en su economía y sistema comercial.
La liberalización del comercio contribuyó a que China se convirtiera en la segunda economía más grande del mundo y un líder en manufactura y exportaciones. A nivel global, la entrada de China a la OMC transformó las dinámicas comerciales, aumentando la competencia y promoviendo la globalización. Sin embargo, también generó tensiones comerciales, especialmente con países que cuestionaban las prácticas comerciales de China.
La "Nueva normalidad" de China se refiere a un cambio fundamental en su modelo económico y dinámicas sociales, introducido por el presidente Xi Jinping en 2014. Este concepto describe una fase en la que la economía china transita de un crecimiento acelerado impulsado por exportaciones e inversiones hacia un modelo más sostenible centrado en el consumo interno, la urbanización y la creación de una clase media robusta.
Uno de los pilares de la nueva normalidad es la innovación y la tecnología. China invierte considerablemente en investigación y desarrollo, buscando convertirse en líder en áreas como inteligencia artificial, tecnología verde y biotecnología. Este impulso busca reducir la dependencia de tecnologías extranjeras y potenciar el crecimiento económico a través de la mejora de la productividad y la competitividad.
A pesar de las oportunidades que presenta la nueva normalidad, China enfrenta desafíos significativos. El envejecimiento de la población, la creciente deuda corporativa y las tensiones comerciales con otras naciones complican el camino hacia un crecimiento sostenible. Además, el país debe abordar problemas medioambientales, como la contaminación y el cambio climático, lo que ha llevado al gobierno a implementar políticas más estrictas para promover un desarrollo más ecológico.
China avanzó considerablemente en su trayectoria hacia convertirse en una potencia global capaz de competir con Estados Unidos y Reino Unido, especialmente en términos económicos y tecnológicos. Con un crecimiento notable en las últimas décadas, China consolidó como la segunda economía más grande del mundo.
Aunque aún está por detrás de EE. UU. en términos de Producto Interno Bruto (PIB) nominal, ha superado a este país cuando se considera el PIB en paridad de poder adquisitivo (PPA). Sin embargo, la desaceleración de su crecimiento, la creciente deuda y el envejecimiento de la población son factores que podrían limitar su capacidad para mantener este impulso.
En el ámbito de la innovación y la influencia política, China ha realizado inversiones significativas en tecnología, convirtiéndose en un líder en áreas como inteligencia artificial y energías renovables. Su presencia global se ha expandido a través de iniciativas como la Franja y la Ruta. Sin embargo, Estados Unidos continúa siendo un líder en investigación y desarrollo, con una fuerte red de alianzas estratégicas y un considerable poder militar.