“Soy una máquina de meteduras de pata”, reconoció alguna vez, confrontado con sus propios dislates, cuando todavía no se había postulado a la Presidencia de los Estados Unidos, pero ya era famoso porque, como senador, primero, y como vicepresidente de Barack Obama, después, solía cometer errores de etiqueta, hablaba de más y, en general, se salía ingenuamente del libreto que le preparaban sus asesores, causando a veces risas, a veces incomodidad, a veces vergüenza ajena.
Joe Biden siempre fue visto con cierto candor por gran parte del electorado norteamericano, un político “a menudo tonto pero encantador”, como lo describió el diario The Guardian. Hasta el propio Obama se permitía bromear a sus expensas, como cuando le preguntaron sobre unas declaraciones confusas que había dado su vicepresidente el día anterior y contestó: “No recuerdo exactamente a qué se refería Joe, como era de esperar”.
Sin embargo, la condescendencia del público norteamericano que lo eligió en 2020 parece estar dando paso a la preocupación y la duda, sobre todo luego de que, el jueves 8 de febrero, el fiscal Robert Hur, quien lo había investigado por haberse llevado a casa documentos confidenciales, lo retratara como “un agradable anciano con buenas intenciones y mala memoria”.
En el informe en el que anunciaba que no presentaría cargos en su contra, el fiscal —con malicia o no, eso todavía no se sabe— enumeró una serie de situaciones en las que la memoria de Biden aparecía cada vez en peor estado, como no recordar el año en que murió su hijo Beau —un hecho crucial en su vida— o el momento en que dejó de ser vicepresidente-
Hur dijo que el mandatario sí se había llevado a casa documentos prohibidos, pero dijo que ningún jurado pensaría que lo había hecho con malas intenciones, sino que, probablemente, lo miraría con simpatía. “Sería difícil convencer a un jurado de que debería condenarlo (para entonces, sería un expresidente de más de 80 años) por un delito grave que requiere un estado mental capaz de realizar acciones de manera intencionada”, escribió el funcionario, como si describiera a un abuelito bonachón e inimputable, no al gobernante de la nación más poderosa del mundo.
Esa misma noche, Biden apareció ante los medios, furioso, a rechazar el Informe Hur y a asegurar a los norteamericanos que su memoria estaba en buen estado y que estaba en plenas facultades para no solo dirigir a su país, sino, además, presentarse a la reelección.
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El problema es que, mientras defendía ardorosamente sus capacidades, cometió el error de confundir al presidente de México, Andrés López Obrador, con el de Egipto, Abdelfatah El-Sisi. Y que, días atrás, también había confundido al presidente francés, Emmanuel Macron, con uno de sus antecesores, François Mitterrand. Y también había confundido a la ex primera ministra alemana Angela Merkel con uno de sus antecesores, Helmut Kohl.
El problema es que Joe Biden lleva varios años confundiendo cargos, nombres y fechas y cometiendo deslices y lapsus que, sumados al asunto de su edad —tiene 81 años— han puesto sobre la mesa la cuestión de si está preparado realmente para un segundo mandato.
Su lista de meteduras de pata parece interminable. Una vez, animó a un senador de Missouri al que estaba elogiando a que se pusiera de pie para recibir los aplausos, pero el senador estaba en silla de ruedas. En la campaña por las primarias demócratas de 2007, quiso alabar a su competidor Obama diciendo que era el primer afroamericano convencional que era elocuente, brillante y “limpio”. Y en una ocasión, en una ceremonia, estaba pronunciando unas sentidas palabras por la muerte de la madre del primer ministro de Irlanda, que lo había ido a visitar, hasta que se dio cuenta de que quien había fallecido no era la madre, sino el padre.
Rival. Donald Trump tiene 77 años, solo cuatro menos que Biden. Foto: difusión
En sus tres años de gobierno, a sus torpezas se han sumado escenas de confusión en las que se le ve acabando discursos sin saber qué hacer a continuación ni hacia dónde ir.
—Yo no creo que no esté apto para ser presidente hoy —dice Norberto Barreto, profesor de la PUCP y doctor en Historia de los Estados Unidos—. El problema es que, si gana, va a iniciar su segundo mandato con 82 años y va a terminarlo con 86. Él no va a mejorar, no se va a hacer más joven, su comunicación va a empeorar.
Biden hoy no es un presidente precisamente popular: solo el 38 % de los norteamericanos lo aprueba (eran 40 % en diciembre). Sin embargo, sigue siendo una alternativa para muchos de sus compatriotas en la medida en que en la otra orilla está el xenófobo, promotor de fake news y defraudador fiscal Donald Trump.
En la mayoría de las encuestas, y a nueve meses de las elecciones, la pelea está pareja. En el último estudio de la Universidad de Quinnipiac, Biden obtiene el 50 % de los respaldos y Trump, el 45 %, aunque hay otros sondeos que ponen arriba al magnate inmobiliario. Lo cierto, según Norberto Barreto, es que para los demócratas, con un candidato tan vulnerable como el actual presidente, el mejor escenario es competir con Trump y no con, por ejemplo, la republicana Nikki Haley, quien, según la Universidad de Quinnipiac, sí le ganaría la elección a Biden.
—Hay gente que ya lo da por muerto, pero yo no lo descarto —dice el profesor de la PUCP—. Sobre todo porque está Trump. La campaña de Trump demuestra que no tiene ninguna intención de controlarse dentro de los parámetros democráticos, promoviendo el miedo, el desorden, siguiendo con su discurso de que le robaron la elección. La apuesta de los demócratas es que el antivoto de Trump le dé la victoria a Biden, como ocurrió en 2020. Sin embargo, no deja de ser una apuesta peligrosa.
Es verdad, también, que Trump es solo cuatro años menor que el actual presidente y que tiene su propio historial de deslices: por ejemplo, ha confundido a Biden con Obama, a Obama con Hillary Clinton, a Hungría con Turquía y a Nikki Haley con Nancy Pelosi. Sin embargo, los votantes no cuestionan tanto sus capacidades intelectuales como las de su rival demócrata: una encuesta de NBC News de hace unos días encontró que Trump le sacaba 16 puntos de ventaja a Biden ante la pregunta de qué candidato era más competente y efectivo.
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Según Barreto, de cara al 5 de noviembre, para el comando de Biden será clave comunicar mejor los logros de este Gobierno y reducir al mínimo las situaciones que puedan poner al presidente en riesgo de cometer más errores.
—No lo pueden esconder, porque es el presidente de los Estados Unidos —dice—. No lo pueden rejuvenecer, pero sí pueden hablar más de los logros de la administración en materia de economía, por ejemplo. Los factores clave van a ser la economía y el peligro que conlleva Trump, que puede movilizar a mucha gente.
Norberto Barreto, analista internacional
“El problema no es su condición actual. El problema es que, si Biden gana, va a asumir su segundo mandato con 82 años y al terminar tendría 86. Su memoria no va a mejorar, su comunicación va a empeorar…”.