Para los antiguos romanos, usar los servicios no era siempre un asunto privado, ya que mientras lo hacían charlaban en conjunto y utilizaban una esponja unida a un palo para limpiarse, algo que en la actualidad se consideraría demasiado antihigiénico.
Así, la historiadora inglesa Mary Beard exclamó: “Me encanta este lugar”. Esto se dio en la tercera parte de uno de sus documentales de historia de la BBC, luego de estar sentada en unas letrinas casi intactas de Ostia Antica, una ruina conservada de Italia.
Otro detalle que resaltó fue el mensaje “cag****, ándate con cuidado”, también “cacator cave malum”, que se veía con frecuencia para advertir que nadie ensuciara sus paredes u otros espacios.
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“En el centro de Roma, según una antigua guía que se conserva, había 144 letrinas, aunque no sabemos cuántos asientos tenía cada una”, explicó la reconocida historiadora de Cambridge, recientemente jubilada, ganadora del premio Princesa de Asturias y autora de libros como “SPQR” o “Pompeya”.
Sin embargo, a Beard le entraron una serie de dudas acerca de las letrinas públicas: ¿Para qué servían las pequeñas canalizaciones situadas al pie? ¿Eran mixtas? ¿El segundo agujero solo era empleado para introducir el palo con la esponja?
“No importa. Así es como debemos imaginar la antigua ciudad: todo el mundo defecando a la vez. Toga arriba, pantalones abajo, charlando mientras se procede”, expresó.
Por su parte, el historiador Andrew Wallace-Hadrill, uno de los grandes expertos en las ciudades destruidas por el Vesubio en el año 79, realizó una intensa investigación de los restos de heces que se conservaban en la ciudad de Herculano.
El experto descubrió algunos objetos que se extraviaron en los desechos ya casi fosilizados y, además, obtuvo mucha información sobre su alimentación: pollo, cordero, pescado, higos, hinojo, aceitunas, erizos de mar y moluscos.
“Se trata de una dieta absolutamente estándar para la gente corriente del pueblo”, manifestó Wallace-Hadrill en un documental de National Geographic. “Es una dieta muy buena, cualquier médico la recomendaría”, agregó.
Finalmente, el investigador Barry Hobson estudió el concepto de higiene en la antigua Roma y si sus habitantes eran conscientes del peligro que presentaba la acumulación de excrementos, más allá del olor.
“¿Conocían los romanos los problemas para la salud que los excrementos humanos podían plantear?”, escribió en uno de sus libros, sin encontrar una respuesta clara. No obstante, consideró que “la transmisión de enfermedades se entendía mal”, pero, recalcó que el Londres del siglo XIX no era mucho más higiénico que la Pompeya del siglo I.