La Confederación Perú-Boliviana, una propuesta que juntó a las nacientes repúblicas de Perú y Bolivia, era considerada como “la prolongación histórica del legendario y fabulosamente rico Virreinato del Perú”, de acuerdo al historiador chileno Hernán Ramírez Necochea.
Debido a una serie de factores duró muy poco tiempo. De hecho, desde que el organismo empezó, en 1836, afrontó diversos obstáculos que lo lanzaron hacia su devastación, que finalmente se registró en 1839.
En diálogo con el portal BBC Mundo, la historiadora boliviana Marilú Soux señaló que, en la década de 1830, el proyecto de unir a Perú y Bolivia “estaba en el ambiente”.
Para Jorge Basadre, reconocido historiador peruano del siglo XX, en su libro “Historia de la República del Perú, 1822-1933″, los bolivianos y peruanos que apoyaban la unión de las dos repúblicas argumentaban motivos geográficos, históricos, económicos y antropológicos que se remontaban hace muchos años.
En épocas prehispánicas, las etnias quechuas y aimaras habían compartido durante siglos el Altiplano —región cerca del lago Titicaca— y las culturas inca y tiahuanaco habían tenido influencia en los territorios de Perú y Bolivia.
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En los tiempos de la colonia, el actual suelo de Bolivia pertenecía a la Audiencia de Charcas, que formó parte del Virreinato de Perú durante la mayor parte de su periodo. El sitio era conocido como el “Alto Perú”. Estas y otras condiciones nutrían la propuesta de la unión peruano-boliviana.
El general Andrés de Santa Cruz, titular del Consejo de Gobierno de Perú entre 1826 y 1827 tras la caída del Virreinato —y posteriormente mandatario de Bolivia (1829-1839)— también estaba de acuerdo con este propósito.
Según describe el historiador peruano Cristóbal Aljovín, el caudillo “estaba muy influenciado por la idea de la federación de los Andes de Simón Bolívar”.
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Para 1835, la política peruana estaba inmersa en el desconcierto. Cabe mencionar que el entonces jefe de Estado, Luis José de Orbegoso, afrontaba intensos levantamientos contra su Gobierno en el Perú.
Por su parte, el caudillo Felipe Santiago Salaverry arrebató el poder por la fuerza en rebeldía contra Orbegoso. Al sentirse intimidado, Orbegoso pidió ayuda bélica al general Santa Cruz para “pacificar” al territorio peruano.
A cambio, Orbegoso le otorgó a Santa Cruz sus dotes de gobernante de Perú y formó asambleas en el norte y el sur del país para que tomaran las decisiones sobre la eventual fusión con Bolivia.
En esa etapa, los partidarios de juntar a ambos estados no llegaban a un consenso sobre cuál debía ser la región que encabece la Confederación.
En consecuencia, el plan de Santa Cruz fue dividir a Perú en dos —el estado norperuano y el surperuano— y enlazarle Bolivia. Según la historiadora peruana Scarlett O’Phelan, esta reorganización se hizo para que fueran “tres estados confederados y no hubiera supremacía territorial por parte de Perú, sino que al dividirlo quedara un peso más equitativo”.
Después de acordar con Orbegoso, Santa Cruz envió 5.000 soldados bolivianos y, para febrero de 1836, ya había conseguido derrotar todas las insurgencias. Basadre escribió en su libro anteriormente mencionado: “Eliminado Salaverry, quedó Santa Cruz dueño del Perú”.
Sin embargo, la nueva asociación no tuvo mucho tiempo para obtener un firme afianzamiento.
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Los tres estados pactaron que cada uno tendría su propia administración, pero que estarían sujetos “a la autoridad del gobierno general”, que se encargaría de las responsabilidades diplomáticas, militares y económicas de la Confederación y de seleccionar a los presidentes de los estados, precisó Jorge Basadre.
El gobierno general estaba presidido por el protector Santa Cruz, por un lapso de 10 años y con la oportunidad de ser reelegido para otro mandato.
En conversación con la BBC, Aljovín indicó lo siguiente: “Santa Cruz planteó un hecho curioso, que la capital estuviera donde él estuviera”. Añadió: “Era una forma elegante de evitar el pleito de cuál era la capital”.
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Fuera de los límites de la Confederación Perú-Boliviana, el proyecto despertó los recelos de Argentina y sobre todo de Chile, nación que exigió a toda costa su disolución.
El ministro chileno de Guerra, Diego Portales, encabezó la oposición inicial de su país contra la Confederación. El funcionario buscaba “el balance de poder en el Pacífico sudamericano”, narra Basadre, y sentía que la unión de Perú y Bolivia era una amenaza para Chile.
“La posición de Chile frente a la Confederación Perú-Boliviana es insostenible” y “no puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el Gobierno, porque ello equivaldría a su suicidio”, refirió Portales, en septiembre de 1836.
Manifestó también que “unidos estos dos estados, aun cuando no sea más que momentáneamente, serán siempre más que Chile en todo orden de cuestiones y circunstancias”, que “la Confederación debe desaparecer para siempre jamás del escenario de América” y que Chile debe “dominar para siempre en el Pacífico”.
“La idea de Portales era acabar con la Confederación antes de que se consolidara; si no, iba a ser mucho más difícil destruirla”, cuenta O’Phelan.
Como resultado, en diciembre de 1836, Chile declaró la guerra a la Confederación, por supuestamente “amenazar la independencia de otras repúblicas americanas” y por el “temor ante el predominio de la Confederación en el Pacífico”, alega Basadre en sus textos. En mayo de 1837, Argentina también declaró la guerra.
Las expediciones restauradoras contaban con el amparo de los militares peruanos exiliados en Chile desde la rebelión contra Orbegoso, “que eran contrarios a Santa Cruz, a quien veían como extranjero y como un impedimento para desarrollar su proyecto político”, explicó el historiador chileno Gonzalo Serrano a BBC Mundo.
Para ellos, de acuerdo a Serrano, aceptar el mandato de Santa Cruz “era renunciar a la posibilidad de volver a gobernar Perú”.
Chile envió su “primera misión restauradora” en septiembre de 1837, un ejército que era conformado por soldados y oficiales peruanos, al mando del chileno Manuel Blanco Encalada.
Al luchar en batalla, las tropas de Santa Cruz rodearon a la operación restauradora y terminaron firmando un tratado de paz en Paucarpata, convenio que Chile rechaza rotundamente.
Por consiguiente, en julio de 1838 partió la segunda expedición restauradora chilena, que también incluía a peruanos, a cargo de Manuel Bulnes.
Meses después de quedarse en el territorio peruano y de avanzar sobre Lima, el 20 de enero de 1839 la milicia restauradora y el ejército confederado se enfrentaron en la batalla de Yungay, donde ganaron los restauradores.
Después del triunfo, Chile se retiró de Perú. Santa Cruz partió a Lima y luego, a Arequipa. Perdió la vida en Francia en 1865.
Tras la derrota de su proyecto en 1839, desapareció la división entre los estados sur y norperuano y la Confederación se deshizo. Ambas naciones no volvieron a intentar la formación de otra coalición.