Por Iker Seisdedos, El País
Faltaba un par de días para el inicio de las vacaciones de verano en la Escuela Elemental Robb, en Uvalde (Texas), una localidad de 16.000 habitantes a 130 kilómetros de San Antonio. Ese momento, que los niños acarician como uno de los más esperados del año, se convirtió el martes en una insondable tragedia para las familias de 19 alumnos del colegio, y de dos profesoras. Un joven de 18 años llamado Salvador Ramos irrumpió a eso de las 11.30 en una clase de cuarto curso y abrió fuego sobre los pequeños. Un agente de policía mató a Ramos después.
Las identidades de las víctimas han ido conociéndose con cuentagotas, mientras los padres iban el martes de un lado a otro tratando de conseguir algo de información. Ellos mismos han ido con el paso de las horas compartiendo los detalles de su íntimo drama en las redes sociales y en los medios locales y nacionales.
Eva Mireles (44) era la profesora de los niños. Llevaba 17 años dictando clases en Uvalde. Estaba casada con un policía. Tenían una hija.
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Irma García (46) ayudaba a Mireles en las tareas docentes. Madre de cuatro hijos, daba clase desde hacía 23 años. También murió tratando de defender a sus alumnos de Ramos.
Victimas de la masacre ocurrida en Uvalde, Texas. Foto: difusión
Amerie Jo Garza, de solo 10 años, fue la primera en morir. Ramos entró en la clase, y dijo a los niños: “Van a morir”. Entonces, Garza trató de llamar al teléfono de emergencias, y el asesino le disparó sin mediar palabra. “Estaba sentada justo al lado de su mejor amiga, y esta acabó cubierta de sangre”, ha dicho la bisabuela de la pequeña. El padre escribió, por su parte, en sus redes sociales: “Mi amorcito ahora vuela alto con los ángeles. Por favor, no den un segundo de sus vidas por sentado. Abracen a sus familias. Díganles que los aman. Te amo, Amerie Jo”.
Maite Yuleana (10 años), en la mañana del tiroteo, recibió el reconocimiento como una de las mejores estudiantes de su clase. Le tomaron una foto en la que se la ve sonriendo mientras sostiene dos diplomas.
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Luis Pablo Beauregard, otro corresponsal del diario español El País, en Estados Unidos, reportó que Salvador Ramos (18) vivía con sus dos abuelos maternos, Rolando Reyes y Celia Martínez, en una casa de una sola planta a pocos metros de la escuela, en la calle Díaz. La madre, Adriana Martínez, no vivía con ellos. “Su mamá andaba en malos pasos”, contaba en la noche del martes uno de los vecinos de la calle, que no se quiso identificar.
El padre no estaba presente en la vida del adolescente. Por ello, los abuelos se hicieron cargo de Ramos. La zona está poblada por inmigrantes mexicanos de primera o segunda generación, es decir, hijos de migrantes. Casi todos hablan español. Ramos no tenía antecedentes criminales o registro de enfermedades mentales.