Con la llegada de la COVID-19, ahora custodiar la vida se ha convertido en una tarea mundial; pero el viernes 13 de octubre de 1972, los pasajeros uruguayos del avión Fairchild F-227 supieron que debían unir esperanzas para abocarse a la tarea de protegerse del hambre y del frío hasta que alguien los rescatara: eran los sobrevivientes de un accidente aéreo y se encontraban en la cordillera de los Andes a más de 3.500 m. s. n . m.
El vuelo —programado desde Montevideo, Uruguay, rumbo a Santiago de Chile— trasladaba a 5 tripulantes y a 40 pasajeros, entre ellos jugadores del club de rugby Old Christians y familiares. Tras el impacto contra un risco, 11 personas murieron al instante y 18 fallecieron los días siguientes a causa de las heridas y de una avalancha de nieve. Un total de 16 jóvenes serían entonces quienes lucharían por mantenerse en pie en un escenario en condiciones extremas.
La colisión ocurrió luego de que una tormenta de nieve obligara al piloto a descender en el aeropuerto argentino El Plumerillo, en la ciudad de Mendoza, para continuar después con el viaje. Pero a una hora del segundo despegue, un ala impactó contra una montaña y se desprendió la cola del avión. Tras diez días de búsqueda exhaustiva, los pasajeros fueron dados por muertos.
Los 16 sobrevivientes se refugiaron en lo que quedaba del fuselaje y a través de la radio del avión se enteraron de que las actividades para rescatarlos habían cesado. Una semana después, la poca comida se había agotado y solo quedaba una opción: la antropofagia; es decir, el consumo de carne humana.
En una entrevista para La Nación, Carlos Páez Rodríguez, uno de los 16, narró que el grupo hizo un trato de la misma forma que lo haría en el campo de juego: “Hicimos un pacto que si alguno de nosotros moría, quedaba a disposición del grupo, para la subsistencia de los demás”.
Los fallidos intentos de exploración corrían al ritmo de las noches gélidas hasta que el 12 de diciembre Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín emprendieron una caminata hacia el oeste. Se valieron de prendas superpuestas e improvisaron sacos de dormir con el revestimiento del aire acondicionado del avión. Luego de tres días sin resultados, Vizintín decidió regresar con el grupo y los otros dos jóvenes continuaron con el trayecto.
Fernando y Roberto caminaron durante varios días hasta encontrar un valle el 22 de diciembre, a 10 días desde que iniciaron la marcha. En este sitio divisaron a unos hombres que cuidaban a unas ovejas, pero el ruido del agua les dificultó la posibilidad de hacerse escuchar; además, estaban tan débiles que gritar era una tarea casi imposible.
Así que uno de los pastores, Sergio Catalán, posteriormente conocido como ‘El arriero de los Andes’, tomó una botella, introdujo un papel y un lápiz y se los arrojó para saber quiénes eran. Fernando escribió un mensaje con la poca fuerza que le quedaba: “Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. No tenemos comida. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar. ¿Dónde estamos?”
“En un principio pensé que era gente que estaba turisteando, o que eran cazadores…”, relató después Sergio ante la prensa. Les lanzó cuatro panes y les hizo señas de que volvería. Fue así que, junto con su hijo Juan de la Cruz, cabalgó cerca de 100 kilómetros hasta llegar a un sitio llamado Puente Negro, donde los efectivos se mostraron incrédulos hasta que vieron la nota.
El sábado 23 de diciembre, 72 días después del accidente, los sobrevivientes fueron rescatados en la inmensidad de la cordillera.
Luego del rescate, 13 de los 16 sobrevivientes pasaron Navidad en Santiago de Chile. Carlos Páez Rodríguez comentó a La Nación que el encuentro con los suyos fue lo más emotivo: “Fue en el Sheraton donde estábamos con nuestros familiares. Fue muy emocionante ya que nosotros nos habíamos puesto como objetivo llegar a la civilización antes de la Navidad”. Por su parte, Sergio Catalán Rodríguez, el salvador del grupo, recibió la gratitud y las visitas de los jóvenes hasta su fallecimiento en el 2020.