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Varios países africanos destruyen cientos de miles de vacunas anticovid

¿Por qué lo hacen y qué consecuencias puede tener? La OMS estima que, hasta julio, en el continente se habían destruido cerca de 450.000 dosis.

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Millones de ciudadanos viven en áreas remotas y de difícil acceso o en zonas asoladas por la criminalidad y el terrorismo. Foto: AFP

Cerca de un millón de vacunas anticovid suministradas por el mecanismo Covax serán destruidas en Nigeria, anunció este domingo 19 de diciembre Faisal Shuaib, director de la Agencia Nacional de Desarrollo de la Atención Primaria de Salud (NPHCDA, por sus siglas en inglés).

Aunque el tamaño del lote a ser destruido es impresionante, este no es el primer anuncio de este tipo que llega desde países en desarrollo. Ya en abril, unas 20.000 dosis de vacunas fueron destruidas en Malaui y 60.000 más en Sudán del Sur, naciones a las que posteriormente se sumaron otras.

Para julio, solo en el continente africano habían sido destruidas cerca de 450.000 dosis de los fármacos, estimó entonces Richard Mihigo, gerente regional de inmunización de la OMS.

Los elementos comunes de estas campañas en distintos países eran que las vacunas habían sido donadas por naciones ricas y que caducaron antes de que pudieran ser inyectadas.

Aunque no tan grandes en comparación con el tamaño total del programa —según los datos de la Alianza Global para Vacuna e Inmunización (GAVI), para el 6 de diciembre mediante Covax se habían distribuido más de 610 millones de dosis—, los lotes destruidos podrían haber hecho aumentar notablemente la tasa de vacunación en sus países respectivos.

Así, en Nigeria, cuya población supera los 210 millones de personas, se han administrado solo cerca de 12 millones de dosis, de acuerdo con los datos de la OMS. La situación es parecida en los países en desarrollo en general, donde la tasa de vacunación es de alrededor del 4%, conforme al Banco Mundial.

¿Por qué se destruyen las vacunas?

En el caso de Nigeria, la distribución eficiente de las vacunas se ve obstaculizada por los problemas del sistema sanitario, así como por el bajo nivel del desarrollo infraestructural.

Un ejemplo paradigmático de ello es que en el país hay carencia de suministros médicos necesarios para la vacunación, como hisopos de algodón. Asimismo, el irregular suministro de energía obliga a que los refrigeradores donde se guardan las vacunas deban mantenerse en funcionamiento mediante costosos generadores a base de combustible.

Además, millones de ciudadanos viven en áreas remotas y de difícil acceso o en zonas asoladas por la criminalidad y el terrorismo a las que los médicos no pueden llegar.

Por estos motivos, la donación de vacunas de por sí no es suficiente para alcanzar una alta inmunización en los países en desarrollo, sino que se necesitan esfuerzos más coordinados, señaló en noviembre a Vox la jefa de defensa de la salud y la respuesta a una pandemia de la Unicef, Lily Caprani.

“Necesitan reclutar un ejército de vacunadores. Necesitan entrenarlos. Necesitan pagarles. Necesitan equiparlos con equipos de protección personal”, resaltó la médica.

Otro factor a tener en cuenta son los recelos que despiertan las vacunas en muchos países pobres, como es el caso de Sierra Leona, cuyo ministro de la Salud, Austin Demby, admitió en junio en palabras a la BBC que “se tardó en convencer a la población”. “Así que no se trata solo de dudas sobre las vacunas, sino de escépticos de las vacunas”, dijo.

Ousseynou Badiane, responsable de la vacunación en Senegal, donde al menos 200.000 dosis de la vacuna han caducado, también resalta la “vacilación” de la población. “El número de casos está disminuyendo. Preguntan: ‘¿Por qué es importante vacunarse si la enfermedad no está ahí ahora?’”, explica a Reuters. La misma razón subyace tras la intención de Namibia de destruir unas 250.000 vacunas para febrero.

Sin embargo, a veces esos problemas se ven agravados por la corta vida útil de los fármacos donados. En el caso de Nigeria, algunas dosis llegaron entre cuatro y seis semanas después de su fecha de expiración y no pudieron usarse a tiempo, mientras que otras estaban a punto de caducar.

No se trata de un caso aislado, ya que otros países de la región también recibieron fármacos con una corta vida útil que posteriormente se destruyeron, recuerda Quartz Africa, y asegura que la culpa por lo sucedido la tienen los países desarrollados que “continúan acumulando vacunas”. Esto, indica, “prácticamente limita sus esfuerzos de redistribución mundial a las dosis sobrantes, que llegan demasiado tarde para que su utilidad se maximice por completo”.

Riesgo de nuevas variantes

La propia OMS también ha alertado repetidamente sobre la desigualdad de la distribución de las vacunas. En noviembre, el director general de la organización, Tedros Adhanom Ghebreyesus, indicó que “más del 80% de las vacunas del mundo han ido a parar a los países del G20″, mientras que “los países de bajos ingresos, la mayoría de ellos en África, han recibido solo el 0,6%”.

Los expertos señalan que la baja tasa de vacunación no solo expone a la población local a más contagios y muertes durante nuevas olas de la pandemia, sino que también amenaza con la aparición de nuevas cepas potencialmente peligrosas para el resto del mundo.

“Si tienes muchas personas no vacunadas, vas a tener mucha propagación. Y cuando tienes mucha propagación, el virus se copia a sí mismo. Y cuando se está copiando a sí mismo, obtienes mutaciones”, explica al portal HealthLine la médica Marybeth Sexton, de la Universidad de Emory (EE. UU.).

“En las poblaciones que tienen tasas bajas de cobertura de vacunación hay más oportunidades para que el virus se propague y mute”, coincide la epidemióloga del Burnet Institute (Australia) Stefanie Vaccher, que señala que el problema no se limita a África: “En Papúa Nueva Guinea, donde menos del 4% de la población está vacunada, hay muchas oportunidades para que el virus mute y se propague”.