El mundo cambió hace 20 años, cuando a las 7.59 a. m. el vuelo 11 de American Airlines (AA11) despegó desde Boston rumbo a la ciudad de Los Ángeles, aunque ese no sería su destino final. Al partir de tierra, ya no había marcha atrás y el grupo de secuestradores infiltrados entre el resto de 76 pasajeros tomaría posesión del avión que, minutos más tarde, se convertiría en uno de los protagonistas del atentado terrorista más grande de las últimas décadas en Estados Unidos.
A las 8.46 a. m., el AA11 chocó contra la torre norte del World Trade Center (WTC). El pánico invadió a la población y, en medio de la confusión y la desesperanza, se consideró estar presenciando un accidente aéreo. Tan solo 17 minutos después, el vuelo 175 de United Airlines (UA175) colisionó contra la torre sur del mismo complejo de edificios.
El presidente de aquella época, George W. Bush, se encontraba ad portas de entrar a un salón de clase de la escuela primaria Emma E. Brooker en Sarasota, Florida, cuando le comunicaron sobre el primer choque.
Al no tener mayor información al respecto, decidió continuar con la actividad planificada. Minutos más tarde, Andrew Card, jefe de gabinete de la Casa Blanca, le informó: “Un segundo avión golpeó la segunda torre. Estados Unidos está siendo atacado”.
La teoría inicial se había desbaratado. Las emblemáticas Torres Gemelas habían sido víctimas de un atentado terrorista.
George W. Bush mantuvo la calma, aunque se podía descifrar en su mirada una mezcla de impotencia, dolor y desconcierto.
“No quería hacer nada dramático. No quería levantarme de la silla y asustar a un salón lleno de niños. Entonces esperé”, comentó años después para un documental de la BBC.
Tras el segundo atentado, las dos compañías aéreas decidieron imposibilitar la salida de todos sus aviones a lo largo del país. Pero era demasiado tarde para el vuelo 77 de American Airlines (AA77), que había cambiado su dirección hacia la Casa Blanca.
En ese punto, los viajeros ya eran conocedores de su fatídico destino. El Departamento de Justicia tenía conocimiento del tercer secuestro, por lo que Theodore Olson, procurador general, se comunicó con su esposa, quien formaba parte de los rehenes del AA77.
“Ted, ¿qué puedo hacer?”, preguntó Barbara Olson a su marido y compartió la información con sus acompañantes.
Los transpondedores de las tres aeronaves habían sido deshabilitados desde la toma de mando. Este dispositivo era el único que podía emitir señales de identificación para dar a conocer su rumbo, velocidad y altitud. La administración Federal de Aviación (FAA) no logró ubicar el avión.
Repentinamente, el AA77 cambió su rumbo hacia el edificio del Pentágono para dirigirse directamente hacia la pared oeste.
Una inmensa bola de fuego se elevó hasta 60 metros por encima del techo debido a la explosión. Las 64 personas que iban a bordo del AA77 fallecieron junto otras 189 que se encontraban en el local gubernamental.
“El primer avión fue un accidente, el segundo fue un ataque y el tercero fue una declaración de guerra”, afirmó W. Bush, sin saber que un cuarto avión se encontraba en las manos de sus atacantes.
El último vuelo en ser secuestrado fue de United Airlines (UA93). Frente a la inminente amenaza, Ed Balliger, un controlador de la aerolínea, envió un mensaje a todos los vuelos que se encontraban bajo su radar ese día.
“Cuidado con cualquier intrusión en la cabina: dos aviones chocaron el World Trade Center”, dijo. Fue un mensaje conciso, pero tal precisión no logró prevenir la catástrofe que esperaba latente al UA93.
“Ed, confirma el último mensaje, por favor”, consultó el piloto Jason Dahl, quien no logró confirmar la comunicación de su compañero. “¡Mayday!”, fue la última palabra que emitió Dahl en medio de forcejeos, antes de caer bajo el poder de los terroristas que abordaban su aeronave.
Al igual que en el atentado en el Pentágono, los pasajeros recibieron alertas desde tierra, una de ellas llegó de Alice Hoagland hacia su hijo Mark Bingham.
“Mark, aparentemente son terroristas y están empeñados en estrellar el avión, así que si puedes, intenta tomar el control”, le aconsejó. “Te quiero, cariño. Buena suerte”, fue el mensaje de cierre de la madre hacia su hijo.
Al tanto de la situación, los rehenes hicieron lo posible por tener posesión de sus captores. En la caja negra quedó registrado cada sonido de vidrio rojo y forcejeo entre pasajeros y terroristas.
El destino de esta última inmensa arma era el Capitolio de los Estados Unidos. Sin embargo, la constante lucha desequilibró los planes de los miembros de Al Qaeda. Como último recurso, terminaron por estrellar el avión en un campo de Shanksville, Pensilvania. Las 44 personas a bordo fallecieron.
Mientras los dos aviones impactaron y dejaron un saldo de 108 fallecidos entre ambos estados, Manhattan no se encontraba fuera de peligro.
Una desgracia más se dio a conocer en televisión nacional e internacional: la torre sur del WTC se desplomó a las 9.59 a. m. en tan solo 10 segundos.
El derrumbe acabó con la vida de todos los que aún se encontraban dentro del edificio y alcanzó también a algunas personas que transitaban por la calle y quienes se encontraban en el hotel Marriott, ubicado dentro del complejo.
Transcurrieron 102 minutos desde el impacto en la torre norte, donde todo comenzó. Aunque logró resistir más que su gemela, a las 10.28 a. m. se desplomó en un corto periodo de nueve segundos.
Solo 12 bomberos, un policía y tres civiles, que se encontraban en la ahora recordada “escalera de los sobrevivientes”, lograron salir con vida.
Un total de 2.996 personas fallecieron a causa de los ataques y sus consecuencias. El suelo estadounidense se encontraba de luto y temeroso del mensaje que Al Qaeda había enviado tan fácilmente a uno de los países más poderosos del mundo.
Con el último derrumbe en el corazón financiero de Manhattan se vio el fin del mayor ataque terrorista que Estados Unidos había experimentado desde Pearl Harbor, pero también el nacimiento de una guerra que no tendría compasión hasta eliminar todo rastro de la célula terrorista que había acabado con la vida de inocentes durante la mañana de un martes de setiembre que tenía previsto transcurrir como un día normal.
Infografía-La República
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