Frida nació en el municipio Ballangen (Noruega), a menos de un año de terminar la Segunda Guerra Mundial, como resultado de la unión de Synni Lyngstad, su madre, con el sargento alemán Aldred Haase. La vocalista del grupo sueco de música pop, Abba, fue uno de los miles de niños denominados como “tyskerbarnas” (“bastardos de los alemanes”), otro de los deplorables apelativos que recibieron los nacidos durante la ejecución del Proyecto Lebensborn, que buscaba el perfeccionamiento de la raza aria, informó Clarín.
En vista a la baja tasa de natalidad alemana, el 12 de diciembre de 1935 surgió la Sociedad Lebensborn, que estuvo al mando del jefe de las SS, Heinrich Himmler. El proyecto tenía el fin de promover las políticas nazis para crear la “raza superior” que ocuparía Europa.
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Dicho programa fue creado por la Oficina de la Raza y Asentamientos, la dependencia más importante de las SS para temas raciales de aquel tiempo. Comenzando en la maternidad de Heim Hochland, en los exteriores de Múnich, abierta en 1936. El sistema Lebensborn tuvo acceso a 11 inmuebles en Alemania y Austria, ocho más en Noruega — país de origen de Frida— y 3 más en naciones occidentales bajo opresión de la milicia del Tercer Reich.
Al principio, las mujeres de los altos rangos de las SS entraron a las maternidades. En el lugar, en medio de un ambiente campestre y atendidas por los mejores médicos, las esposas de los oficiales pasaban su embarazo y la lactancia de sus bebés. Posteriormente, llegó el ingreso de las jóvenes “voluntarias” que poseían el “elemento nórdico” buscado por los alemanes para su repoblación racial y sus hijos eran racialmente aprobados para ser adoptados por las familias de las SS.
En 1940, los nazis invadieron Noruega, territorio que dominaron hasta 1945. El programa Lebensborn (fuente de vida) se instauró en ese país en marzo de 1941, en el que se animó oficialmente a los soldados a engendrar hijos con noruegas que fueran de ojos azules y cabello rubio. La asociación les dio a las progenitoras una valiosa manutención para los pequeños, que abarcaba solventar los gastos de vestimenta y cuna.
El proyecto Lebensborn consistía en promover las políticas nazis para crear la "raza superior" que poblaría Europa. Foto: Composición/Clarín
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Durante la guerra estos niños y sus madres fueron rechazados por el Gobierno noruego en el exilio en el Reino Unido, que, mediante la BBC, en sus emisiones anunciaban que al retirarse los alemanes la situación podría ser difícil para las madres de estos infantes: “Hemos emitido una advertencia anteriormente y lo repetimos aquí sobre el precio que pagarán estas mujeres por el resto de sus vidas: todos los noruegos las despreciarán por su falta de moderación”.
Avisos que se cumplieron, y al terminar la guerra alrededor de 14.000 mujeres fueron trasladadas a campos de trabajos forzados por un año y medio, donde fueron abusadas sexualmente. Los llamados “chicos nazis” terminaron en orfanatos, en los que fueron maltratados y violados. Otros recibían la clasificación de “retardados”, que llevaban a centros mentales, bajo la premisa que sus madres debían haber estado dementes para concebir un hijo con un alemán.
Los esfuerzos de las autoridades de Noruega para deportar a los niños a Alemania no se concretaron y el asunto fue cayendo en el olvido, pero todo cambió cuando una hija de ese aterrador programa nazi se hizo famosa y denunció los hechos que la mayoría de la población ignoraba.
Anni-Frid-Synni Lyngstad, conocida artísticamente como Frida. Foto: Diario de Cultura
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Se trata de Anni-Frid-Synni Lyngstad, conocida artísticamente como Frida, una de las vocalistas del cuarteto Abba, agrupación musical que vendió 400.000.000 de discos en todo el globo. Cinco meses después de su nacimiento, tanto su madre, Synni, como su abuela, fueron consideradas traidoras y tuvieron que trasladarse a Suecia, donde afrontaron diversas carencias. La madre de la futura cantante falleció algunos años después, dejando a su hija al cuidado de su abuela.
Tras una adolescencia complicada y un matrimonio fallido, la vocalista decidió comenzar desde cero en la ciudad de Estocolmo en lo que quería dedicarse: cantante. En la capital de Suecia conoció al que sería su segundo compromiso y también miembro del grupo musical, Benny Andersson.
En 1981, Frida se divorció de Andersson y recién volvería a contraer nupcias otra vez en 1992, esta vez con Su Alteza Serenísima el Príncipe Heinrich Ruzzo Reuss Von Plauen, integrante de la familia real alemana con más de un milenio de linaje.
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De esa manera, pasó a ser de Su Alteza Serenísima la Princesa Anni-Frid Reuss, condesa de Plauen. En 1999 quedó viuda, y hoy a los 74 años reside en la estación de esquí suiza de Zermatt y tiene una fortuna valorada en 250 millones de dólares, una de las mayores en el país europeo.
Gracias a su testimonio se conocieron las desgarradoras historias de otros menores del proyecto Lebensborn, que se atrevieron a contar sus experiencias, como Paul Hansen.
“Nací en una casa de Lebensborn en 1942 y mi madre me dejó allí. Más tarde supe que después de la guerra, una delegación del Gobierno vino a la casa para decidir qué hacer con los 20 niños de la guerra, incluido yo, que habían quedado allí. Estábamos en fila y el médico dijo que nos llevaría. Resultó que él era el jefe de una institución mental. No hubo pronóstico médico detrás de su decisión”, contó Hansen.
“Cuando fui liberado, había perdido cualquier posibilidad de una educación adecuada y durante los años siguientes fui de un hogar a otro. Finalmente me enviaron a una escuela especial para niños con discapacidades de aprendizaje y enfermedades mentales. Esta fue la única educación formal que recibí. Los niños de guerra fueron segregados del resto de la escuela”.
“No se nos permitió ningún contacto con la comunidad externa. Luego me trasladaron a otra institución mental, donde finalmente tuve la edad suficiente para salir. La gente de allí me ayudó a conseguir un trabajo en una fábrica. Mis colegas solían burlarse de mí sin piedad hasta que un día me puse de pie y les conté lo que me había sucedido”.
“Ahora trabajo como limpiador y conserje en la Universidad de Oslo. Por mucho que duela hablar sobre mi pasado, lo hago porque es importante que la gente sepa lo que nos pasó. Pasé los primeros 20 años de mi vida en instituciones mentales solo porque mi padre era alemán. Nunca nos libraremos del estigma, no hasta que estemos muertos y enterrados. No quiero ser enterrado en una tumba; quiero que mis cenizas sean esparcidas por los vientos, al menos, entonces, ya no molestarán más”, finalizó.