El histórico acuerdo firmado este sábado en Doha entre Washington y los talibanes pone fecha de caducidad a la presencia de las tropas estadounidenses en Afganistán y allana el camino para un diálogo intra-afgano que permita acabar con casi dos décadas de guerra.
El pacto prevé la retirada de cerca de 5.000 de los entre 12.000 y 13.000 soldados que Estados Unidos tiene desplegados en el país asiático en un plazo de 135 días.
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Estas son algunas claves para entender la presencia de Estados Unidos en Afganistán y el camino hasta el acuerdo de paz:
Todo comenzó el 11 de septiembre del 200, cuando, bajo la atenta mirada de millones de telespectadores en todo el mundo, aviones chocaron contra las torres gemelas en Nueva York y el Pentágono, mientras que otro cayó en Pensilvania.
El atentado terrorista causó cerca de 3.000 muertos.El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, tardó apenas unos días en apuntar como cerebro del ataque al líder de la red terrorista Al Qaeda, Osama bin Laden, escondido en Afganistán y al que el régimen talibán, en el poder desde 1996, se negó a entregar.
El atentado a las Torres Gemelas el pasado 11 de septiembre del 2001 dejó miles de muertos. Foto: EFE.
El 7 de octubre de 2001, apenas un mes después del 11-S, EE. UU. con el apoyo de Reino Unido lanzó la “Operación Libertad Duradera” contra el régimen del mulá Omar, que el mundo empezó a denunciar entonces por su represión a las mujeres y su conservadora interpretación del islam, además de su brutalidad.
En dos meses de bombardeos y avances terrestres, los talibanes fueron barridos de la faz de Afganistán. Su régimen cayó oficialmente el 6 de diciembre, con la conquista de Kandahar, capital de la provincia sureña homónima y cuna del movimiento insurgente.
Sin embargo, el líder de Al Qaeda logró escapar.
Bajo la batuta de Hamid Karzai comenzó la tímida reconstrucción de Afganistán, pero pocos años más tarde los talibanes se reagruparon y protagonizaron un resurgimiento con el objetivo de sacar a las tropas internacionales del país y restablecer un régimen puramente islámico.
En este contexto, el entonces nuevo presidente de EE. UU., Barack Obama, volvió a poner, allá por 2009, el foco en Afganistán.
En 2011, un grupo de comandos especiales estadounidenses lograron abatir a Bin Laden en la ciudad paquistaní de Abbottabad, pero para entonces la amenaza de los talibanes había eclipsado la peligrosidad de Al Qaeda.
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En enero de 2015, terminó oficialmente la misión de combate que la Alianza Atlántica había mantenido en Afganistán y fue sustituida por la operación “Apoyo Decidido”, de capacitación y entrenamiento de las tropas afganas.
EE. UU., el país que más efectivos tiene en la misión de la OTAN, reconoció más tarde que también estaba realizando “tareas antiterroristas”, principalmente bombardeos y redadas nocturnas.
El fin de la misión militar internacional desencadenó una de las etapas más sangrientas de la guerra en Afganistán, cuyo territorio es controlado sólo en un 50 % por el actual Ejecutivo de Ashraf Ghani, mientras que el resto está en manos de los talibanes o en disputa entre ambos.
El primer rayo de esperanza llegó en febrero de 2018, cuando la oficina política de los talibanes en Doha rompió con su línea habitual de rechazar frontalmente sentarse a la mesa con el Gobierno afgano y sus aliados estadounidenses, y urgió a Washington a tomar parte en un diálogo “directo”.
Meses más tarde, el 12 de octubre, un enviado de Washington y líderes de los insurgentes se reunían por primera vez desde la invasión estadounidense unos 17 años antes.
Desde entonces, ha habido más de una decena de rondas de diálogo en el golfo Pérsico e incluso un par de encuentros entre las partes afganas, uno de ellos con funcionarios del Ejecutivo de Ghani, que acudieron, eso sí, “a título personal”.
El presidente afgano Ashraf Ghani (C), el secretario de Defensa de los Estados Unidos, Mark Esper (R) y el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg. Foto: EFE
El proceso sufrió un parón de tres meses el pasado mes de septiembre, cuando, a punto de cumplirse un año del inicio de las negociaciones, el presidente de EE.UU., Donald Trump, canceló abruptamente los encuentros en respuesta a un atentado en Kabul en el que murió un estadounidense.
A finales de noviembre, una visita de Trump a Afganistán culminó en una nueva oportunidad para sellar un acuerdo.
La vuelta a la mesa de negociaciones estuvo envuelta en un halo de misterio y secretismo, que se tornó esperanza y nerviosismo cuando los talibanes anunciaron recientemente que acatarían una reducción de la violencia durante siete días.
Aunque se negaron a decretar un alto el fuego, el 22 de febrero implementaron una reducción de los actos violentos como demostración de buena voluntad y para cumplir una condición clave para Washington y para el Gobierno afgano.
La pasada medianoche concluyeron los siete días sin incidentes destacados.