
El fallecimiento de Mario Vargas Llosa el pasado 13 de abril de 2025 en Lima ha conmovido al mundo literario y político. A casi un mes del deceso, su hijo, Álvaro Vargas Llosa, rompió el silencio para ofrecer una versión detallada y oficial de los hechos, con el objetivo de frenar la ola de especulaciones mediáticas que se desató tras la muerte del reconocido escritor peruano y sorprendió al asegurar que su padre sabía y era totalmente consciente de que le quedaban pocos días de vida.
En una entrevista íntima concedida a El Comercio, el hijo de Mario Vargas Llosa brindó precisiones sobre el deterioro progresivo de su padre, desmintiendo versiones no confirmadas difundidas en medios y redes sociales. Sin mencionar directamente a Jaime Bayly, Álvaro fue enfático en señalar que solo los familiares cercanos conocían realmente el estado de salud del autor de La ciudad y los perros.
Según relató Álvaro Vargas Llosa, su padre conservó la lucidez hasta el final y era plenamente consciente del avance de su enfermedad. A pesar de las complicaciones físicas, Mario Vargas Llosa mantuvo su característico sentido del humor. “Hacía comentarios resignados, con cierto humor negro”, reveló su hijo, destacando la fortaleza emocional del Nobel en sus últimos días.
Mario Vargas Llosa
La familia del escritor se trasladó a Lima para acompañarlo durante las semanas finales de su vida. Lo paseaban en silla de ruedas y le ofrecían momentos de consuelo emocional a través de la lectura de poesía, fragmentos de novelas y audiciones de música clásica. Entre las piezas preferidas del autor estaban sonatas de Beethoven y composiciones de Gustav Mahler. “Hubiera preferido irme antes que tú”, le confesó Álvaro a su padre en un momento de cercanía profunda.
Durante este tiempo, Mario Vargas Llosa pidió ser tratado con dignidad y expresó su voluntad de ser cremado, una solicitud que la familia respetó tras su fallecimiento. Álvaro también enfatizó que, a pesar del desgaste físico, el autor nunca perdió la conciencia de su situación, lo que generó conversaciones cargadas de afecto, nostalgia y despedida.
El objetivo principal de la entrevista de Álvaro Vargas Llosa fue aclarar las circunstancias reales que rodearon el fallecimiento del Nobel. Ante la difusión de versiones no oficiales, como la afirmación de Jaime Bayly sobre un supuesto “cáncer hematológico”, el ensayista fue claro: “Mi padre no murió de leucemia”.
La verdadera causa fue una neumonía fatal, desencadenada por un sistema inmunológico debilitado. Álvaro explicó que Mario Vargas Llosa sufría de defensas bajas, lo que lo hacía especialmente vulnerable a infecciones. Además, en la etapa final, presentó insuficiencia cardíaca, lo cual complicó aún más su condición.
El hijo del escritor fue categórico al pedir al público que no preste atención a fuentes no cercanas a la familia. “Aconsejo no prestar oídos a nadie que no haya tenido acceso a mi padre o a mi familia”, declaró, subrayando su preocupación por la circulación de desinformación que, según él, distorsiona la memoria de su progenitor.
La familia sabía que, eventualmente, una infección podría ser letal. Y así fue: una última neumonía deterioró de forma irreversible la salud del Nobel, llevándolo a la muerte en cuestión de días. Su entorno más íntimo permaneció a su lado, asegurándose de que recibiera atención médica y emocional adecuada hasta su último aliento.
Durante sus últimas semanas de vida, Mario Vargas Llosa vivió rodeado de serenidad y afecto familiar. En Lima, su ciudad natal, el Nobel fue acompañado día y noche por sus seres queridos, quienes hicieron todo lo posible para ofrecerle consuelo emocional en medio de su frágil estado de salud. Le leían fragmentos de sus propias obras, poesía universal, y lo envolvían en sesiones de música clásica, una de sus pasiones más íntimas. Estas actividades cotidianas se convirtieron en rituales para mantenerlo animado y conectado con lo que más amaba: la literatura y el arte.
Álvaro Vargas Llosa, el hijo de Mario Vargas Llosa, relató que el escritor encontraba pequeños momentos de alegría en esas rutinas, a pesar del visible deterioro físico. La familia evitó someterlo a tratamientos agresivos y optó por una atención centrada en el bienestar y la calidad de vida. Las conversaciones, muchas veces cargadas de nostalgia, eran amenizadas por comentarios sarcásticos del autor, que reflejaban su lucidez y su reconocida ironía. Hasta el final, el escritor mantuvo el espíritu crítico y reflexivo que marcó su carrera intelectual.

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