Cultural

Gustavo Rodríguez: “Mi literatura refleja el hecho que no soy un fanático"

“Mamita” es la novela más personal del reconocido escritor Gustavo Rodríguez, pero es también una novela sobre una de las etapas más oscuras de nuestra historia. Un buen ejemplo de cómo las historias domésticas contribuyen a no olvidar. De eso va también la gran literatura.

Gustavo Rodríguez. Foto: Marco Cotrina.
Gustavo Rodríguez. Foto: Marco Cotrina.

La República se dirige a la casa del escritor Gustavo Rodríguez, quien acaba de publicar su última novela, Mamita (Alfaguara). Desde el título podemos tener un acercamiento al contenido de este trabajo, más aún cuando el libro empieza a circular en el mes en que celebramos a la madre. Esta novela se deja leer, es risueña, no apela al lugar común y subrayamos la capacidad de su autor para tocar fibras emocionales que conectan con la vida incluso en sus pasajes trágicos, como los relacionados a una etapa oscura de nuestra historia: la época del caucho.

Mamita se ubica en un punto muy particular en la trayectoria de Gustavo Rodríguez. Bajo todo punto de vista, es la novela de un autor ya consagrado y que solo la pudo escribir un autor ya consagrado. En Mamita se nos habla de una madre, del Perú de los últimos años, es igualmente el rescate de otra novela que debió pegar más de lo que pegó (Treinta kilómetros a la medianoche, de 2022) y un festivo repaso crítico de la trayectoria literaria de su narrador protagonista.

Esta es la décima novela de Gustavo Rodríguez. A quienes hemos seguido su trayectoria, nos queda claro que el consenso valorativo sobre su literatura, no así en cuanto a lectoría (desde la publicación de sus primeros libros, como Cuentos de fin de semana (1998) y la novela La risa de tu madre (2001), los lectores no solo no dejan de estar con él, sino que el número de los mismos ha crecido), es muy positivo desde Madrugada (2018). Reconocimiento (a saber, el autor ganó el codiciado galardón Alfaguara de Novela 2023 con Cien cuyes) y el favor de lectores, no son detalles que aparezcan de la noche a la mañana.

En estos momentos, Gustavo Rodríguez es uno de los autores más leídos en el mundo hispanoamericano y La República conversó con él sobre Mamita, su libro más personal.

-Antes de preguntarte sobre Mamita, ¿qué sentiste cuando te enteraste de la muerte de Mario Vargas Llosa?

-Yo estaba viendo la tele el domingo en la noche y de pronto vi mi teléfono, a ver si había una novedad. Así me enteré y me dio estupor, porque una cosa es saber cognitivamente que pronto se iba a ir y otra cosa es sentirlo. Una vez que lo sentí, busqué en las redes más información y salí a caminar 120 pasos, rumbo a la casa en la que vivió con sus tíos, en Diego Ferré. Fui a caminar, a despejar la mente.

-Creo que al escritor peruano lo ha impactado mucho. En tu caso, el mismo hecho de salir a caminar revela una importancia.

-Exactamente, me impactó emocionalmente. Además, lo que dices es cierto, al menos en relación a mi generación y quizá la que siga, pero para mi generación definitivamente fue importante, yo no sé si los escritores treintañeros de hoy sientan su influencia, pero a mí me impactó. He dicho públicamente que los escritores peruanos que más me impactaron, en este orden, son: Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso y Alfredo Bryce Echenique. A Vargas Llosa lo conocí después que ellos, pero lo que más admiro de Vargas Llosa es su ética del trabajo y su manera de involucrarse con la literatura. Esa manera de concebir la literatura como un juego serio, ha sido muy importante muy importante para mí.

-Mamita es una novela que corre y transmite, pero en realidad toda tu obra es ágil, como si no sintieras el peso para decir cosas.

- Yo no me tomo demasiado en serio, para empezar, o sea, yo no creo que los escritores deban estar en pedestal alguno, huyo de la cultura sacralizada. Yo siento que he empezado a escribir mejor cuando me he ido dando cuenta de que no tengo que impresionar a nadie.

-¿Siempre has pensado así? Los escritores siempre quieren impresionar a alguien.

-Quizá a los 20 años haya tenido en la cabeza al crítico literario que quiero impresionar, a la novia que quiero conquistar, al periodista cultural que quiero que me lea y reseñe. Desde que he tomado conciencia de que mi compromiso es conmigo y obviamente con un lector ideal que pueda conectar conmigo, mi obra sale más fluida.

-Aparte de 10 novelas, también tienes otros libros. La valoración de tu obra es positiva, pero del mismo modo has tenido críticas. Nunca te he visto envilecido por una crítica negativa.

-Los escritores somos seres muy frágiles y la manera que encontré para acorazarme contra esto fue pensar que mis obras no son mis hijos, lo cual va contra el sentido común que suelen decir muchos escritores. Pero si alguien se mete con mis hijas, yo mato; si alguien se mete con mis obras, yo trato de escindir mi obra de mí. Una vez que yo entrego una obra a publicarse, ya no me pertenece. El lector tiene todo el derecho a interpretar la obra según su propia vida. Entonces, yo ya no tengo control sobre eso. Y el saber que no tienes control sobre eso y aceptarlo, a mí me ha liberado muchísimo. Puedo tener críticas negativas, incluso malignas, pero no me afectan como me afectaban hace 20 años.

-Pienso en Cien cuyes. Las críticas negativas que leí, eran de escritores, de colegas tuyos en tiempo real. Pero eso no les importó a los lectores, los lectores reivindicaron a los cuyes. Hay una lectoría que se identifica con lo que escribes. Una de las cosas que me gustaron de Mamita fue Hitler Muñante, el chofer que aparece en Treinta kilómetros a la medianoche, y el hecho de que te expones tú mismo también.

-Cuando fui a presentar Cien cuyes a España, un lector se me acercó y me dijo que le había gustado mucho el personaje de Hitler Muñante y que le gustaría volver a verlo más adelante. Eso se me quedó grabado. Mamita es la novela de alguien que quiere escribir una novela y esa sugerencia metaliteraria me permitió conectar con una novela como Treinta kilómetros a la medianoche, que no fue muy conocida.

-Pero esa fue una de las mejores novelas de 2022.

-En 2023, la novela iba a tener un despegue en toda América, pero se truncó porque gané el Alfaguara con Cien cuyes. Treinta kilómetros… es una de mis novelas favoritas.

-O sea, se truncó por un éxito internacional.

-Así es. Ahora, en cuanto a la exposición que hago de mí, se debe a que con los años uno ya pierde el pudor.

-En los últimos años, le está yendo muy bien a lo que publicas. ¿Es a partir de Madrugada que empieza en consenso?

-Mi escritura se desató tras escribir Te escribí mañana y Madrugada, esas novelas hicieron que me soltara, que me encontrara como escritor.

-En Mamita hay también política, se retrata al Perú de los últimos años. No hay infección ideológica.

-Mi literatura refleja el hecho que no soy un fanático. Yo siempre veo con cautela y me divierto observando los extremos y mi compromiso sí es con la equidad y con la libertad. Mi compromiso mayor está con esas nociones y por eso quizá en mis obras oscilan entre la esperanza y la decepción, pero jamás van a llegar al cataclismo o al clímax de la felicidad.

-Hace un rato, dijiste que huyes de lo sacro. En tu literatura hay mucho humor. Incluso el título de la novela tiene un tono de humor y aterrizas al lector con una emoción.

-Esa es una apuesta muy clara. Lo que yo siento es que tendemos a esconder nuestros sentimientos por miedo a ser vulnerados y que en aras de ese caparazón a veces disfrazamos de prestigio intelectual lo que es miedo a mostrarse libremente, abiertamente con sentimientos. El título de la novela es coherente con su flujo de emoción.

-El primero en humillarse en Mamita es el narrador protagonista. Aquí hay una narrativa del yo, pero real. Es un antihéroe del yo.

-Me gustan los héroes por su torpeza, por sus carencias. Yo tengo muy clara mi noción de trascendencia. A lo más que aspiro es a que mi obra sea leída por mis hijas y quizá por los nietos que vaya a tener si los tengo. Yo creo que hasta eso tengo asegurada la repercusión de mi obra y no me hago más problemas por lo demás. Aceptar eso también me libera de muchos grilletes solemnes.

-Aparte del yo, está la construcción de la historia familiar que empieza en la Amazonía. Pero ya que te expones al escribir, ¿qué fue lo más complicado en Mamita?

-Si escribí Cien cuyes y luego Mamita, fue para ir despidiéndome de mi madre. Esa es la verdadera razón. Esta novela es una tarjeta que le hago a mi madre por el Día de la Madre, pero de una manera más sofisticada. Es una manera de agradecerle por todo. La escribí pensando en que ella tendría que ser la primera persona en leerla. La historia de la Amazonía es un tributo a su padre, hay cosas que no ella no sabía de su padre y que ahora sí.

-En Mamita hay pasajes terribles.

-No se puede hablar de la época del caucho, que está ligada a la vida de mi madre, sin denunciar lo terrible que fue y lo escandaloso que es que no se sepa.

-De alguna manera, tu reconocimiento contribuye a que esté nuevamente en el radar.

-Yo sí creo en los caballos de Troya literarios, en cómo puedes con una historia doméstica hacerle saber al público peruano y del extranjero de que aquí hubo una tragedia como esta.

-Es un mensaje contra el olvido. Ahora ya nos hemos olvidado de los 50 fallecidos de hace un par de años.

-Si parece que nos hemos olvidado de los 50 fallecidos o ejecutados, ¿cómo no nos vamos a olvidar de que hace 100 años 7 etnias fueron diezmadas en pro del progreso? Eran etnias que no hablaban español, pues curiosamente la mayor parte de los 50 asesinados, tenían apellido no español también. Qué curioso cómo se repite el mismo fenómeno. Y creo que la literatura, como tú dices, aporta. Porque uno puede olvidar noticias, pero es más difícil que olvide historias. Esa tragedia también es la historia de mi madre.

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