
Pocas veces una noticia causa gran conmoción mundial y esto ocurrió el pasado domingo 13 de abril de 2025. Uno de los últimos genios literarios, el último representate con vida del Boom Latinoamericano, partió al cielo dejando un gran legado: Mario Vargas Llosa falleció a los 89 años, pero su prosa y sus escrituras perdurarán para toda la vida. Genio literario como él mismo, dejó una lista de instrucciones precisas sobre cómo debería ser su despedida, las cuales, fueron cumplidas a cabalidad por sus hijos, quienes prometen honrar la memoria de su padre.
Álvaro Vargas Llosa, el mayor de los descendientes del escritor, fue quien se encargó de revelar públicamente las últimas voluntades de su padre, así como los detalles más personales de un adiós íntimo, sin homenajes públicos ni ceremonias religiosas. En una carta publicada en El País, compartió pasajes de la despedida y el destino de las cenizas de Mario Vargas Llosa, desvelando la profundidad emocional de ese momento y las decisiones que lo acompañaron.
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Según reveló Álvaro Vargas Llosa, el cuerpo de Mario Vargas Llosa fue incinerado en Lima, cumpliendo con su expreso deseo de evitar un entierro tradicional. La familia organizó un velorio privado en el distrito de Santiago de Surco, donde asistieron parientes cercanos y amigos del círculo literario del autor, en un ambiente de recogimiento.
Las cenizas de Mario Vargas Llosa fueron divididas en dos partes. Una permanece en Lima, ciudad que marcó profundamente su vida personal y obra literaria. La otra fue trasladada a Europa, continente donde el escritor también forjó una parte esencial de su carrera. “Escribo junto a una parte de tus cenizas, que acabo de traer a Europa para llevarlas con la familia al lugar que sabes del Viejo Continente (la otra se quedó en Lima)”, escribió Álvaro en su emotivo texto publicado por el medio español.
Mario y Álvaro Vargas Llosa juntos en algún pasaje de la vida. Foto: Difusión.
Durante los últimos años, Mario Vargas Llosa dividió su tiempo entre su casa en el distrito limeño de Barranco, con vista al mar, y un apartamento en Madrid, donde residía parte del año. Ambos lugares fueron claves para su paz personal y producción literaria, y por ello también tienen un lugar simbólico en su despedida final.
En su carta publicada en El País, Álvaro Vargas Llosa también compartió momentos delicados que enfrentaron durante el funeral íntimo. Uno de los incidentes más llamativos fue la presencia inesperada de un sacerdote, quien se había preparado para oficiar un responso, a pesar de que la familia había comunicado con anticipación que no se realizaría una ceremonia religiosa, por expresa voluntad del escritor.
“El primer problema fue cómo apartar al sacerdote que se había preparado para el responso a pesar de que habíamos hecho saber que no habría ceremonia religiosa”, escribió el ensayista. También explicó que sus hermanos le pidieron que fuera él quien tomara la palabra durante el encuentro, lo que implicó una carga emocional profunda.
“El segundo es que mis hermanos prefirieron que solo hablase yo. El tercero es que sentí que debía encontrar una fórmula para justificar tu inmortalidad sin mencionar el alma”, añadió, revelando el desafío emocional e intelectual que representó despedir a una figura tan compleja y trascendente.

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