“Yo soy un caso bastante atípico en Lima, que solamente con el teatro me he hecho un pequeño nombre, la gente sabe quién soy sin necesidad de tener que pasar por cosas que no me gustan”, nos respondía Osvaldo Cattone en una de sus entrevistas sobre su relación con la televisión en las últimas décadas, lejos del éxito de los setenta, ‘Me llaman Gorrión’, cuando cambió Buenos Aires por Lima.
Dos meses antes de que las salas se cerraran por la pandemia, recibió a la prensa en el teatro Marsano para presentar la primera obra que dirigiría en el 2020, Buenos vecinos. Había convocado a tantos medios que, sonriente, se sentó en el lobby del teatro mientras su elenco seguía dando declaraciones. Pietro Sibille, convocado por primera vez, decía que le costó “convencer” al director. Con la obra, una comedia sobre la accidentada reunión de dos parejas, Cattone quería hablar de las diferencias sociales y de la cultura. “Es como un abismo difícil de llenar”, decía como promotor del teatro.
En paralelo, el talentoso y perfeccionista actor estaba aprendiendo el libreto de El rey se muere, la obra que protagonizaría bajo la dirección de Edgar Saba. Su intención era hacer una denuncia y que el público pudiera reconocer en ese personaje a la clase política. “Ver a este tipo que es un mitómano, un personaje completamente mentiroso, corrupto, manipulador y todo lo que fuera la figura de tantos políticos que hemos tenido, es una denuncia”. También, evidentemente, se trataba de una metáfora sobre la muerte. “El tipo antes de morir le dice al público: ‘Esto que ustedes vieron esta noche no es verdad, la fiesta se termina, los actores somos fantasmas, espíritus que se desvanecen’. Yo estoy muy entusiasmado y ojalá la naturaleza –no digo “Dios mío” porque no soy religioso– me permita llegar con salud”.
Cattone
Pero Cattone no pudo volver al escenario y se rehusó a utilizar el streaming para continuar haciendo teatro. “No me veo cantando en el celular”, declaraba durante la cuarentena. Lo suyo era ver al público en las butacas, ofrecer una puesta en escena ambiciosa y que se rompiera la cuarta pared con los aplausos al inicio de cada función. Solía decir que parte del éxito era “tenerle respeto al público”.
En la última década, como productor, había apostado por obras como –la casi censurada– Respira y protagonizó historias que hablaban sobre el paso del tiempo, Vivir es formidable con Carlos Gassols, e interpretó al hombre que padece de alzhéimer en El padre. “Era una montaña rusa. Cuando terminaba había noches que me quedaba tirado en el escenario de La Plaza”, contaba.
Cattone
Ya con las salas cerradas, el actor dedicó el 2020 a terminar su autobiografía. “Me costó meterme en el pasado. Pero es menos doloroso que el presente”, ‘tuiteó’ en junio. A La República le confirmó que hablaría sobre su vida en Argentina. “Hablo de mi vida privada, de mis estudios, de mis amores y, sobre todo, de mi carrera, que abarca ya 80 años en las tablas. Me ha quedado sabrosa”. En señal abierta se refirió a la crisis en el sector. “Tengo 36 empleados que pagar. Nadie del Gobierno se ha acercado a preguntarme cómo ayudamos. ¿Quién lo tiene que pagar? Cattone. Llegará un momento que no podré más”.
En diciembre estuvo en UCI por una prostatitis aguda. Se recuperó y permaneció en casa, pero habría sufrido complicaciones. “Se juntaron varias cosas”, sostuvo Regina Alcóver. A la actriz le tocó confirmar el deceso por radio. “No podía estar a su lado como hubiera querido. Todo este tiempo tenía una tristeza muy grande, porque Osvaldo no estaba bien desde hace muchos meses. Pero ha luchado, tenía mucha fuerza en su alma, en su vida, en su corazón. Todos lo sabíamos y teníamos la esperanza de que saliera adelante. Llegó el momento de trascender”.
Por: Jannina Eyzaguirre V.
Hablar sobre el legado de Osvaldo Cattone es difícil porque no hay espacio suficiente para contar todo lo que hizo por el teatro en nuestro país, de las muchas obras que puso en escena en el Marsano y las miles de sonrisas -y lágrimas que arrancó en el público. Hombre optimista, de una energía sin límites y gran honestidad en su trabajo, a Cattone se le debe buena parte de la cultura teatral de nuestro país, porque consiguió acercar al público al teatro y descubrir lo maravilloso de ese arte. Y jamás desmayó, incluso en los tiempos de crisis y terrorismo. Argentino de nacimiento, no solo adoptó la nacionalidad peruana, sino que fundó una escuela por la que pasaron los más grandes actores de la escena nacional. Siempre será un placer recordar las entrevistas en su camerino del viejo Marsano y lo frontal de sus respuestas porque detestaba la política tanto como a la impuntualidad y las medias tintas. Pero amaba al Perú y a la familia que formó en Lima. Además, jamás se sintió viejo o cansado ni en los momentos más crueles de la pandemia y de su enfermedad, en los que siempre mantuvo la esperanza de regresar, algún día, al escenario. “La edad es absolutamente relativa”, escribió hace unos meses para la posteridad. Adiós, Osvaldo. Gracias por tu amor al Perú y al teatro. Descansa en paz.
Susana Giménez
“Voy a extrañar mucho tu humor, tu inteligencia, tus cartas y nuestras charlas”.
Yvonne Frayssinet
“Osvaldo era como un hermano para mí. Lo conozco hace 45 años. Me cuesta asimilar tu partida, hombre de luz...”.
Elvira de la Puente
“Un amigo entrañable con quien tuve la suerte de vivir experiencias inolvidables en el teatro. ¡Me duele el alma!”.
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