
Por estos días, cuando el país parece anclado en su escepticismo y la palabra “innovación” suena a adorno de discurso empresarial, el profesor Eduardo Ísmodes camina contra la corriente. No desde un cargo ministerial, ni desde una ONG de moda, sino desde donde más se necesita mirar el largo plazo: la universidad. Y no con promesas abstractas, sino con una propuesta concreta, territorial y colectiva.
“El Perú no va bien”, dice sin rodeos. “Y no hay perspectivas de que mejore mucho, porque no estamos invirtiendo en ciencia, ni en desarrollo, ni en innovación”. Lo dice con la serenidad de quien lleva años investigando, pero también con la desesperación del que ya no quiere callar. Acaba de publicar Vacuna contra el fracaso. Innovar para prosperar, un libro que parece gritar desde la portada. Literalmente. Tiene estrellas, globitos, tipografías tipo cómic. “Me inspiré en Batman”, dice con una sonrisa. Pero el mensaje es más profundo que cualquier viñeta: si el país quiere tener futuro, tiene que organizarse desde abajo, desde cada distrito, desde su gente.
Ísmodes no es tecnócrata ni idealista. Es profesor universitario, conoce el Estado por dentro, ha trabajado con empresas y con municipios, y todo eso lo puso en el libro. Pero también puso algo más raro en estos tiempos: honestidad. “La educación al menos es visible, pero el segundo gran tema —generar conocimiento útil para el país— no lo discute nadie. Nadie sabe qué hacer con eso”.
Entonces pensó: ¿y si comenzamos por explicar bien de qué hablamos cuando hablamos de innovación? ¿Y si los políticos entendieran qué se necesita para que una organización pueda innovar? ¿Y si cualquier persona —la señora del mercado, el joven sin chamba, el pequeño empresario— supiera qué herramientas existen para generar valor desde su realidad?
El resultado es un libro-manual-caja de herramientas que no pretende “salvar” al Perú, sino invitarlo a reconstruirse desde sus barrios. Desde San Miguel, desde Ancón, desde cualquier distrito dispuesto a organizarse con sus universidades, sus colegios, sus empresas, su municipalidad y su gente. “A eso lo llamo SI distrito, el Sistema de Innovación del distrito. No necesitas estar en Silicon Valley ni tener un fondo millonario para comenzar a innovar. Lo que necesitas es conexión, liderazgo y ganas”.
La propuesta suena lógica, pero también provocadora. Porque Ísmodes no espera nada del gobierno central. Al contrario, desconfía del modelo “desde arriba”. “Toma mucho tiempo y a veces nunca llega. Por eso hay que empezar desde abajo”. Dice que un SI distrito solo funciona si hay cuatro patas claras: Estado, empresa, universidad y sociedad civil. “La universidad en Perú vive como en otro planeta. Y el Estado muchas veces no sabe ni qué necesita. El empresario solo piensa en producir. Y la sociedad civil, abandonada. Hay que sentarlos a todos en la misma mesa. Solo así vamos a avanzar”.
En el centro de todo: el liderazgo. No uno mesiánico ni mediático. Liderazgos múltiples y compartidos. “El alcalde que quiere transformar su distrito. El empresario que apuesta por el futuro. El profesor que conecta su tesis con los problemas del barrio. La vecina que quiere cambiar su comunidad. Todos tienen algo que aportar”.
El libro también enseña a usar herramientas concretas, como el modelo de negocio. Pero no desde la teoría, sino desde la calle. “Cualquiera puede llenar un canvas. Pero hay que salir a validarlo, probarlo, corregirlo. Iterar, una y otra vez. Ese es el verdadero secreto”.
Por eso dice que el modelo de negocio no es exclusivo de startups tecnológicas. “Sirve para un municipio, para una ONG, para un colegio. Todos tienen una propuesta de valor. El problema es que nadie nos ha enseñado a pensar así”.
La conversación también pasa inevitablemente por la inteligencia artificial. Ísmodes no es de los que la demonizan. “Es como cuando nos decían que no usemos calculadora. Ahora toca aprender a usar estas nuevas herramientas, o las decisiones las van a tomar otros por nosotros”.
Y eso ya está ocurriendo. El ejemplo más claro, según él, es el tren bioceánico. “Brasil y China se reúnen, deciden cosas. ¿Y el Perú? Ni nos preguntan. Nos ven como el país que va a aceptar todo y dar las gracias por las migajas. Porque no generamos conocimiento, ni siquiera para opinar”.
Le pregunto si tiene algo más que quiera decir. Me mira, hace una pausa y responde con algo que parece más deseo que diagnóstico:
“Mi sueño es que los casi 2.000 distritos del Perú se conviertan en distritos de innovación. Conectados a universidades, trabajando con su gente, con los pies en la tierra. Que la innovación sea nuestra forma de organizarnos, no una palabra bonita en un discurso. Que nos dejemos de esperar al sabio, al mesías, al marciano. Que lo hagamos nosotros”.
Y lo dice con esa mezcla de urgencia, lucidez y humanidad que, honestamente, ya no se escucha mucho en las universidades.
Ojalá más profesores se animaran a escribir libros así. Y más ciudadanos se atrevieran a leerlos.

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