En una carta abierta al presidente Castillo, publicada el 3/12/2021 en Gestión, mi apreciado colega Waldo Mendoza reflexiona sobre el progreso de los países y la crisis política que hoy enfrentamos, recurriendo a la metáfora de un velero en medio del mar. El velero es el modelo económico, el piloto es el presidente Castillo, el clima y los vientos son los mercados internacionales.
Waldo pregunta de qué depende que el velero avance en la dirección y la velocidad deseada, pero no nos dice cuál debería ser la dirección, la velocidad ni la calidad del viaje. ¿Quizá porque la dirección depende de las decisiones que tome el piloto, sin importar los deseos de su tripulación y sus pasajeros? O quizá porque considera que la dirección la deciden “las fuerzas del mercado”. ¿Serían entonces los pasajeros con billetera más gorda quienes decidan el curso y la velocidad del viaje? ¿Quiénes son los dueños del velero?
Define la bondad del modelo económico –el tipo de velero, su diseño, si es seguro o frágil, rápido o lento- en términos de cuán atractivo resulta para el clima de negocios y la inversión privada. La inversión deja de ser un instrumento al servicio de la sociedad, y se convierte en un objetivo. No importa el tipo de inversión, su impacto en el empleo y la calidad de vida, tampoco el calentamiento global y la destrucción de nuestra biodiversidad y los ecosistemas. No importan la equidad ni la solidaridad. Ninguna mención a los objetivos del desarrollo sostenible. Salvo el PBI, todo es ilusión.
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Su convicción de que el PBI per cápita “es el determinante del desarrollo económico” es ajena a los nuevos enfoques que hoy se discuten en los gobiernos de las principales potencias, en los organismos multilaterales, en las principales escuelas de negocios y en el foro mundial de Davos. Incluso el Financial Times destaca la necesidad de poner sobre la mesa reformas radicales –incluyendo un rol más activo de los gobiernos e impuestos a la riqueza- que reviertan la dirección de las políticas públicas de los últimos cuarenta años.
Para Waldo, el piloto del velero es el presidente, quien elige a su tripulación. Parece ser el único responsable de lo que ocurre. No le interesa que nos preguntemos cómo y por qué llegó a la presidencia, tampoco cómo y por qué fueron elegidos los congresistas que hoy tenemos, ni porqué vamos de tumbo en tumbo vacando presidentes cada dos años. No parece haber entendido que “el Perú no puede estar entre los primeros en macroeconomía y los últimos en calidad de los servicios públicos”, como afirmó Toni Alva, su predecesora en el MEF. Quizá considera que entender el funcionamiento de nuestro sistema político, explicar la precariedad de los servicios públicos y la fragilidad de nuestra democracia no es tarea de economistas, sino más bien de sociólogos, antropólogos y politólogos. Bien decía Abba Lerner que la economía se ha ganado el título de “reina de las ciencias sociales” eligiendo como su dominio problemas políticos resueltos.
Para Waldo la suerte del velero y sus ocupantes también depende de la meteorología, de la dirección del viento, en buena cuenta de los precios de las exportaciones. Si suben, buena suerte; si bajan, mala suerte. No hay duda de que estas variables están fuera de nuestro control, pero su enfoque deja de lado las políticas de integración comercial y los tratados de libre comercio, la disrupción en las cadenas de valor provocadas por la pandemia, los nuevos espacios y la creciente importancia que hoy tienen las políticas de diversificación y desarrollo productivo. En su enfoque no hay espacio conceptual para el análisis de la gobernanza global, no importan las alianzas regionales ni la geopolítica. El velero ha sido entregado “llave en mano”, por lo que tampoco importan la tecnología ni la innovación. Parece ser el único velero que surca los mares, no hay barcos de piratas ni interacción alguna con otras naves en el medio del mar. Igual que en la economía de Robinson Crusoe.
Waldo advierte que hoy nuestro velero tiene vientos a favor, pero falla el piloto. Afirma que “la calidad de la gestión pública está en su peor nivel de la historia contemporánea” y acertadamente cuestiona designaciones de altos funcionarios que no dan la talla. Pero el deterioro de la gestión pública viene de muy atrás, no ha ocurrido repentinamente en estos últimos cuatro meses de gobierno. Es también un subproducto del modelo que Waldo defiende. Es como si el velero produjera su propia tripulación y sus propios pilotos, como si tuviera un rumbo predeterminado, directo a la tormenta. No habrá manera de evitarlo si no discutimos las cuestiones de fondo, que mi colega suele calificar como “un pie de página”. ¿Cuál debe ser la dirección de la nave? ¿Qué tipo de nave necesitamos? ¿Cómo nos organizamos para construirla y conducirla?