Cuando una neuropediatra le diagnosticó autismo a Gonzalo, a sus dos años y medio, un estruendo directo a los oídos, como nota aguda de trompeta, remeció todos los sentidos de su madre, la poeta, gestora cultural y comunicadora Katherine Estrada.
La noticia no la doblegó. Al contrario, en me-nos de 24 horas se convenció de que debía vencer sus miedos para mantenerse firme en esa íntima lucha. A partir del año 2008, Katherine comenzó a homenajear a Gonzalo en su prosa literaria, como un proceso de catarsis por los señalamientos sociales. Él tenía 5 años en esa época.
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Ese conjunto de versos es hoy el libro Liberaciones: el sentido de tu universo (Madrépora, 2022) que aborda la protección incondicional bajo la calurosa sombra maternal.
La también organizadora del Festival de Poesía de Lima inicia su libro así: “Cuando llegaste a mi vida, solo era soldada de mi propia voz”, una promesa de ser siempre el faro que guie a su hijo. Cada pieza lírica, en forma cronológica, recoge la experiencia de su embarazo, la crianza de Gonzalo y la evolución de ambos.
A los ocho meses de gestación, Katherine ya se daba cuenta de que ciertas situaciones eran inusuales: “Gonzalo se adueñaba de mis pasos. La personita que tenía adentro era muy fuerte. Él me dirigía, me balanceaba de izquierda a derecha”. Cuando expresaba su curiosidad y emoción por conocer a su hijo —cuenta la autora—, el médico de aquel entonces la miraba con desdén, quizás anticipando dificultades futuras. “Esa actitud, esa falta de empatía, se repetiría en otros lugares a través de toda la niñez de Gonzalo”, añade.
Poco a poco, Katherine descubría que su pequeño podía sorprender a todos con aptitudes increíbles. Pese a que los profesores le advertían que se aislaba y no participaba en los juegos, Gonzalo llegó a ser capaz de leer varias palabras a los 3 años y, más adelante, calcular el día exacto del nacimiento de alguien al decir-le la fecha completa. La autora certifica otras particularidades en el poema “Las patitas”: Memorizaste sin migajas la ruta de regreso / jardines de infantes, matorral de geranios / di-bujas logaritmos entre muros.
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Estas características estaban estrechamente asociadas con el diagnóstico de Gonzalo: un autismo de alto funcionamiento. “Los especialistas me contaron que, con terapias y tratamientos, él sería funcional para la sociedad, autónomo; acabaría la secundaria, estudiaría una carrera”, explica la poeta. Orgullosa y son-riendo plácidamente, Estrada Aguirre apunta: “Me obsesioné con ayudarlo. Nunca dudé en dedicarle mi cuerpo y alma”.
El conocimiento teórico del autismo se trans-mite de generación en generación, pero a ve-ces solo repite postulados ligeros de rigor. “Hay creencias antiguas, que surgieron en los años 40 y 60, y se difunden hasta hoy. Por ejemplo, la teoría de las madres nevera”, dice la escritora. El término proviene del psiquiatra austriaco Leo Kanner. Según sus observaciones, el autismo era la consecuencia de la inadecuada relación afectiva entre una madre y su hijo. Aunque Kanner aceptó su error en 1971, otros estudiosos propagaron ese absurdo, incluso hasta hoy.
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”Una psicóloga afirmaba que los niños nacen así porque no los quieren traer al mundo. Eso es falso. No es justo que, encima de afrontar el autismo, la gente eche la culpa a las mamás”, asevera Estrada. “Hay muchas personas que se quejan de su mala suerte. Y no es así. Gonzalo es mi maestro. Me ha enseñado a ser paciente, tolerante y empática”.
Violeta Barrientos, escritora y activista feminista, quien escribió el prólogo del libro, analizó los versos del poema “Mi astro”, donde la autora habla de la muletilla que muchos le repetían tras el diagnóstico de Gonzalo: “Nunca podrá, nunca podrá...”. Con esas palabras, intentaban decirle que el autismo impediría que él logre integrar-se a la modernidad y sus reglas. Katherine no prestó atención a esos dichos. Es nuestro deber abolir esa frase limitante. Empecemos pronto.