Domingo

Uriel García: “La historia de la medicina de ninguna manera es un relato de grandes triunfos”

Cumplirá 100 años en noviembre y tiene como meta volver a su Cusco natal. El médico patólogo, historiador y político hace un repaso de su larga trayectoria y de su vida en esta charla con Domingo.

Uriel García en su casa de Surco. Todavía responde consultas de sus colegas patólogos. Fotografía: Marco Cotrina.
Uriel García en su casa de Surco. Todavía responde consultas de sus colegas patólogos. Fotografía: Marco Cotrina.

El hombre de 99 años que se eleva sobre el mar de Miraflores reflexiona sobre otros vuelos más urgentes, como ese que hizo poco antes de terminar la universidad, en un monomotor de Faucett, entre Lima y Moquegua, para investigar al mal de Chagas, lo que terminó en su tesis de bachillerato.

A 250 metros de altura, en el cielo limeño, Uriel García se desplaza montado en un paratrike, una máquina de tres ruedas y una hélice que le permite ver de nuevo la Costa Verde. Es un viaje que decidió tomar para romper la rutina que le impuso la pandemia.

Hasta los 98 años, antes de que el virus llegara al país, el patólogo iba todos los días a su consultorio de la Clínica Javier Prado, pero la crisis sanitaria lo obligó a retirarse. Empacó su microscopio y empezó a trabajar en casa, como tantos otros, desde la virtualidad. En los pasillos de la clínica hay muchos que lo extrañan. Recuerdan al veterano que, ante las malas noticias que pueblan los centros médicos, recitaba a Bécquer para recordarle a sus colegas la fragilidad humana. “Al brillar un relámpago nacemos y aún dura su fulgor cuando morimos”, repetía.

Su vida ha estado dedicada a la ciencia, la historia y alguna vez a la política. En noviembre cumplirá 100 años. Hoy medita sobre ese largo recorrido.

Uriel García

Lo de (Daniel Alcides) Carrión es, la historia de la reacción de un cholo frente al desprecio que se tenía entonces, y aún hasta ahora, por los mestizos”

Hizo parapente hace unos días, sobre Miraflores y Barranco. Entiendo que ese era un deseo que había tenido pendiente durante mucho tiempo.

Bueno, siempre me ha gustado ver pasar los parapentes. Alguna vez he volado en helicóptero, cuando fui ministro, en el interior del país, y me gustaba mucho ver panorámicamente, no muy alto, ni muy bajo, el paisaje. Cuando era ministro, viajaba en esos aviones rusos, los Antonov, que tienen unas burbujas. Y ahí, junto a la burbuja, siempre hay un asiento, y entonces me sentaba a ver.

Su primer vuelo lo hizo cuando estaba muy jovencito. Fue un viaje del Cusco al campo de aviación de Cochasayhuas, y eso le costó un castigo muy severo.

Sí, sí. Vivíamos en una chacra, que ahora ya forma parte de la ciudad, cercana al Cusco, que quedaba justo al frente de la carretera hacia Puno. Y allí había un campo de aviación de una empresa grande. Transportaban maquinaria para un proyecto con unos aviones de carga, unos trimotores antiguos, de esos que tienen el cuerpo de un metal encalaminado y los lomos destapables. Tenían tres aviones.

Y usted se embarcó allí.

Bueno, yo, como era muchachito, me hice amigo de los pilotos. Un día, uno me dijo: “¿quieres volar?” y yo fui encantado.

El problema fue al regreso: su mamá estaba furiosa.

Sí, pues. Es que, mientras descargaban, demoraron en regresar unas 6 o 7 horas. Y yo había desaparecido, sin dejar huella.

Bueno, y ahora quiere volver al Cusco.

Quisiera regresar al Cusco, sí. Pero quiero someterme a un examen, voy a cumplir 100 años dentro de poco. Y soy un tosedor crónico, porque tengo una laringitis de hace muchos años. Puede ser que mis pulmones no estén capacitados para soportar la baja tensión de oxígeno que hay en el Cusco.

¿Cuál es su recuerdo más querido de su infancia en el Cusco?

Bueno, el haber sido alumno del Colegio Nacional de Ciencias. Le voy a contar una anécdota: el Colegio Nacional del Cusco, fundado por Bolívar, estaba muy equipado. Estoy seguro de que era uno de los mejores colegios del Perú. Tenía toda clase de implementos, de todo orden, incluyendo un gimnasio exportado del extranjero. Me acuerdo mucho que había un tablón de madera, grueso, del techo al suelo, con unos huecos para escalar. Luego vine a Lima. Mi padre había sido electo senador. Y yo decía: “Bueno, si así ha sido en el Cusco, en la universidad va a ser una cosa excelente”. Pero sufrí una decepción tremenda, porque entré a la Facultad de Ciencias, a un programa que se llamaba premédicas. Y no había nada. Se vendían unas copias de las lecciones que habían sido dictadas en años pasados. Era una cosa que no podía creer. San Marcos, en esa etapa de premédicas, fue una decepción.

Alguna vez ha dicho que usted fue el secretario intelectual de su papá, ¿por qué?

Bueno, yo tuve que regresar de Estados Unidos al Perú debido, principalmente, a la salud de mi padre, con gran rechazo de mis jefes en ese país, que no querían soltarme. El hecho es que mi padre trabajaba en una obra sobre Machu Picchu, enfermo, con un cáncer de próstata que estaba en evolución.

Trabajó con él.

Sí. Me dijo: “Anda a Machu Picchu y toma fotografías”. Con una precisión matemática me decía: “Toma una foto con la cámara para arriba, para ver las escaleras de tal lugar”. En el famoso templo semicircular me pedía: “Toma de la ventana, que mire hacia el este”. Yo ya había ido de niño, pero él conocía Machu Picchu como la palma de su mano.

¿Su padre fue quien guio al poeta Pablo Neruda en ese viaje a Machu Picchu que lo inspiró a escribir sobre la maravilla inca?

Sí, claro. Pablo Neruda le pidió a mi padre que fuera su cicerone. Y ahí tengo una foto de él con Pablo Neruda. Fueron muy amigos, sin duda.

En el Cusco usted también fue asistente de Martín Chambi, ¿no?

No, asistente no.

¿Qué fue?

(Se ríe) Un chulillo. Las vacaciones útiles las pasaba con él. A ver, mi padre y Martín Chambi fueron muy amigos. Y yo iba a su estudio, y Martín tenía un genio muy terrible. Aprendí muchas lisuras.

¿Con Chambi?

Con Chambi, sí (se ríe). El mal genio de Chambi lo expresaba con sus hijos e hijas.

A ver, hablemos un poco de su especialidad. Usted es médico patólogo.

Sí.

Lo ha sido hasta hace poquito, hasta hace un año.

Así es. Todavía tengo un microscopio aquí. A veces me traen casos para saber mi opinión. La anatomía patológica es una ciencia que se basa en la observación de las alteraciones que producen las enfermedades en el cuerpo entero, en un órgano, en un tejido, en una célula.

Usted dice que es la especialidad que logra diagnósticos verdaderos.

Así es. Por lo menos tiene una ventaja, el análisis anatomopatológico no es perecible. En este momento, en la Clínica Javier Prado, hay guardados tejidos que están desde que se fundó. Y no son perecibles, porque son trozos embebidos en un bloque de una parafina especial. Para investigar, ese bloque de parafina es sometido a cortes, a tajadas de cinco micras, o sea, a cinco milésimas de milímetro, luego es montado en una lámina de vidrio y se le colorea. Y esa lámina con ese tejido queda archivada. Es el único procedimiento con el cual uno puede mandar la lámina a cualquier lugar del mundo donde haya un experto mundial en, pongamos, pulmones, el cerebro o la piel.

Como patólogo, ¿cuál ha sido la autopsia más compleja que ha hecho?

Más compleja, la autopsia al sabio Julio C. Tello, fue un arqueólogo peruano de fama mundial. Murió de un tumor que se llama Hodgkin.

También se ha dedicado a la paleopatología, que es esta ciencia que une la medicina con la historia.

Ah, la paleopatología, claro. Una vez analizamos una momia, con una jiba, una joroba, y unos huecos en una de las vértebras que había colapsado. Eso es producido por la tuberculosis. Llevamos las muestras a Estados Unidos, incluso quisimos cultivar los bacilos de Koch, pero no se pudo. Lo que comprobamos indudablemente es que antes de la venida de los europeos hubo tuberculosis en Sudamérica.

En general, ¿de qué morían los peruanos antiguos, antes de la llegada de los españoles?

Bueno, lo más común en la patología peruana, sobre todo andina, ha sido la desnutrición, la anemia. Y ahora se ha demostrado que el consumo muy frecuente del maíz, del choclo, produce anemia. Mi maestro, Pedro Weiss, fue el fundador de la paleopatología en el Perú, y él demostró que cuando hay una anemia muy severa aparecen unas excrecencias encima de los huesos del cráneo. Y eso es por el consumo excesivo y casi exclusivo de maíz, que produce una molécula que impide la absorción del fierro.

¿Usted también hizo la autopsia a los restos de Francisco Pizarro?

Por supuesto.

¿Qué recuerda de esa experiencia?

Bueno, se confirmó lo que decía el cronista que mandaron desde España para que hiciera una historia y un estudio exhaustivo. Resulta que los almagristas entraron a Palacio de Gobierno con la intención de matarlo. Pizarro, que era un espadachín excelente, estaba almorzando y se parapetó en la puerta de entrada. Entonces, el jefe de estos retrocedió y empujó a toda la masa de almagristas y al propio Pizarro, que también tuvo que retroceder. Con un hacha le cortaron la apófisis, este hueso que tenemos en el brazo derecho. Así, él quedó desarmado. Ahí fue que lo masacraron con la estocada en el cuello, en donde están las vértebras sexta y séptima. Allí estaba la huella del espadazo.

Dicen que alguna vez la policía lo detuvo cuando llevaba en su auto una momia para estudiarla. ¿Es verdad eso?

Sí. Una misión japonesa pidió permiso, casi como un intercambio, para desenfardar una de las momias que encontró Julio C. Tello en Paracas. A cambio nos ofrecían una habitación con aire acondicionado y temperaturas reguladas. Y, entonces, comenzaron a filmar y a desenfardar capa por capa las telas. Dicen que eso fue un hit formidable en la televisión japonesa, que lo repetían montones de veces. Y poco a poco fueron desnudando la momia hasta encontrar el cadáver. Y se fueron. Después, por supuesto, cumplí con instalar lo que dejaron en esa habitación. A la momia la encontramos con mi discípulo, el doctor Guido Lombardi, en un cajón de cartón. Y entonces pedimos permiso para llevar la momia a mi laboratorio de la Clínica Javier Prado, para hacer la autopsia y sacar tejidos.

¿Y allí lo detuvieron?

Sacamos la momia, completamente desnuda. La tuve que poner en el asiento de al lado. Esos asientos, como usted sabe, se pueden poner horizontales. Allí estaba la momia, completamente echada, junto a mí, y yo manejaba mi auto. Ya cerca a la clínica, hubo casi un choque, tuve que frenar y la persona con la cual iba a chocar vino a incriminarme, pero con la frenada brusca, la momia se había levantado. Y el tipo se pegó un susto de los demonios (suelta una carcajada).

El Perú ha sido uno de los países más golpeados por la última crisis del COVID, ¿por qué cree usted qué pasó esto?

Bueno, en el sistema de salud -y entre ellos, me puedo hacer una autocrítica, porque he sido yo ministro de Salud, aunque fuera solo dos años- ocurre esto: cuando hubo plata, millones de millones, porque había una ley para crear un fondo nacional de salud y bienestar social, que consistía en descontar de todos los sueldos del sector público y privado el 3% de cada planilla, se comenzó al revés. Los hospitales regionales casi todos fueron hechos con ese dinero en todo el país.

Se construyeron hospitales sin saber realmente cuántas camas necesitaban.

No, se hicieron hospitales de tal manera que ahora un habitante de un barrio pobre que se siente mal debe ir al hospital y no a un consultorio que esté en su barrio, bien equipado.

O sea, se descuidó la atención primaria.

Así es. Y se hicieron tentadoramente hospitales. Un experto de los Estados Unidos dijo: “El Perú ha comenzado su reforma de salud al revés, haciendo hospitales”. Y la atención de salud es como una pirámide, y en la base está la atención primaria, en el propio hogar. Si hay un resfriado, ¿para qué ir al hospital? Si hay una diarrea, ¿por qué ir al hospital? Y, entonces, hay que comenzar en el propio hogar. Luego, en postas médicas y consultorios. Posteriormente, llegar al hospital. Y por encima del hospital, están los institutos que son centros de investigación, como el Instituto de Neoplásicas.

Lo que pasa es que para los políticos la tentación es muy grande. Siempre quieren aparecer en la foto de la inauguración del hospital.

Sí pues, inaugurar un hospital era una cosa que daba…

…mucho prestigio.

Y a ellos les gusta ponerle la placa. Apenas entré al ministerio de Salud fui a la inauguración de un hospital en el norte de Lima, creo que en Ancón. Vi que habían puesto una placa que decía: “Siendo Ministro de Salud Uriel García…”. Yo ordené que me borraran.

No le gustaba eso.

Sí, y además se había hecho con plata del gobierno español o del gobierno alemán. El funcionario extranjero que estaba ahí me felicitó, porque pensaba como yo.

Usted fue ministro de Fernando Belaúnde y también militante de Acción Popular. ¿Cuándo dejó el partido?

No lo he dejado.

¿No lo ha dejado?

Absolutamente.

¿Sigue siendo militante ahora mismo?

Por supuesto. Pero, debido a mi edad no voy al local central. Pero sigo la doctrina de Acción Popular, que está basada en que ninguno de los dos polos, la ultraderecha y la ultraizquierda, se dividan la actividad política. La doctrina de Acción Popular es para aquellos que no tienen nada, que hoy mismo son una mayoría. El partido rescata la política de cooperación popular. Cuando fui ministro iba con Violeta Correa, la esposa de Belaunde, a inaugurar pequeñas postas de salud, hechas por la misma población. Allí poníamos “El pueblo lo hizo”.

Claro. Ese famoso lema.

Así es. Y así tratábamos de llenar ese vacío que existe en la pirámide de las acciones de salud.

¿Por qué no aceptó la condecoración que le quiso dar la señora Maricarmen Alva hace unas pocas semanas, antes de que terminara su gestión como presidenta del Congreso?

Eso está explicado en mi carta. No estamos para recibir condecoraciones. El país está en una crisis tremenda, y, además, no podía recibir la condecoración junto con personas que estuvieron en el poder y que tuvieron que renunciar porque hubo una protesta tremenda, que sí Belaunde hubiera estado vivo, él también hubiera estado junto conmigo en la marcha de protesta.

A usted no le gustan los homenajes, ¿no?

No mucho. De chico, cuando alguna de mis tías llegaba los domingos a mi casa y me decía: “Ay, qué lindo, está vestido para ir a la misa”, yo me tiraba al suelo.

Para que no le dijeran nada más.

Así es.

Pero los peruanos vivimos muy agradecidos con usted por la gestión que hizo para dejar las bolsitas salvadoras, las sales de rehidratación oral que evitaron una mortalidad más grande en la epidemia de cólera del 91.

Sí pues, pero no me gusta que me lo recuerden.

¿Y qué recuerda de esa gestión?

Tengo una anécdota graciosa. Es que estuve hace años en Estados Unidos, en Boston, conversando con un colega patólogo y me dice: “Oye, hoy día hay una charla sobre el cólera en el Perú. Bueno, ¿quieres ir?”. Y yo le digo: “Claro, claro, vamos”. Y había un conferencista que había estado en el Perú durante la epidemia y llegó a la conclusión de que la cepa del cólera había sido transportada de Guinea-Bisáu, un país africano, seguramente en el intestino de un marinero. Comenzó en Chimbote y se extendió por todo el Perú. Y la mortalidad en Guinea-Bisáu por esa cepa fue de 18% y en el Perú de 1%. Entonces hubo una pregunta: ¿Cómo explicaba esa diferencia?

¿Y qué respondió?

Entonces dijo: “Es que en el Perú un ministro medio loco hizo una campaña sobre sales de rehidratación”. Y, entonces, el patólogo que me había llevado se para y dice: “Ese loco está acá”. (suelta otra carcajada). Yo no sabía dónde meterme, porque no me gusta esa atención.

Pero su nombre está en los estudios académicos, no lo puede negar.

Sí, sí.

También ha hecho un poco de historia de la medicina. Se ha dedicado a estudiar a personajes prominentes de la historia de la salud en el Perú. ¿Cuál ha sido más relevante para el país, Hipólito Unánue o Daniel Alcides Carrión?

Bueno, primero, lo más importante es que la historia es una ciencia que expone con documentos. Es una ciencia en la que están documentados los hechos del pasado, lo que sirve para progresar o no caer en el mismo error. Entonces, la historia de la medicina peruana enseña los errores que se cometieron o los éxitos que hubo en algún momento. Como dice un historiador: “La historia de la medicina de ninguna manera es un relato de grandes triunfos”. La historia de la medicina tiene que ser real. Mucho me han criticado, casi me botan del Colegio Médico cuando publiqué sobre Unánue y las cosas que hizo bien y las cosas que hizo pésimo o mal. Y me dijeron que era un traidor, pero la historia de la medicina hay que exponerla, como lo hace un anatomopatólogo, con hechos demostrables.

Entiendo, ¿y cuál es su opinión sobre Carrión? Sobre su experiencia trágica.

Lo de Carrión es, fundamentalmente, la historia de la reacción de un cholo frente al desprecio que se tenía entonces, y aún hasta ahora, por los mestizos. Carrión hizo algo que nadie, ningún blanco, pudo hacer al inocularse el mal (de la verruga). Tengo un libro que se llama Loor a Daniel Alcides Carrión, en donde explico precisamente eso que le estoy diciendo, en resumen.