Evo y la revolución indigenista
Del prejuicio de la inferioridad de la raza indígena empieza a pasarse al extremo opuesto: el de que la creación de una nueva cultura americana será obra de las fuerzas raciales autóctonas.
-José Carlos Mariátegui, 1929.
Hay quienes afirman que la revolución latinoamericana de inspiración marxista hoy solo es tema para memoristas.
Creo que es un buen deseo de los demócratas variopintos, pues, parafraseando el lema castrense “el mando nunca muere”, esos procesos nunca desaparecen. Mutan en proyectos del mismo espíritu con nuevas encarnaciones, mientras sus jefes derrotados procrean a sus descendientes o sobreviven como “samuráis cesantes”, según cruda descripción del excastrista Regis Debray.
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Una retrospectiva simple lo confirma. En poco más de medio siglo hubo tres grandes proyectos frustrados: la transición revolucionaria desde las instituciones, liderada por Salvador Allende; la revolución armada continental, catalizada por Fidel Castro y la revolución bolivariana de Hugo Chávez, con elecciones intervenidas y ejército militante.
Por lo dicho, cuando se creía que la implosión de la URSS, la exitosa economía de mercado de China y la desastrosa performance de Nicolás Maduro marcaban el fin definitivo de las revoluciones marxianas, un combinado de ideólogos y políticos jóvenes extraía de sus rescoldos un nuevo fantasma: la revolución indigenista y plurinacional, que hoy recorre la región.
Bolívar lo anunció
La percepción de los Pueblos Originarios (PPOO) como fuerza contestataria viene de nuestros libertadores. Bernardo O’Higgins quiso incorporarlos a la emergente nacionalidad en modo jurídico. Por decreto de 1818 dispuso que “respecto de los indios no debe hacerse diferencia, sino denominarlos chilenos”. Simón Bolívar, en cambio, fue fríamente realista. En 1819, ante el Congreso venezolano, asumió que los patriotas triunfantes enfrentarían el más complicado de los conflictos: “El de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer”.
Durante dos siglos, el mestizaje redujo la crudeza de ese conflicto. Pero, por déficit de políticas públicas integracionistas, hoy coexistimos con PPOO ajenos a la nacionalidad y conservadores de sus culturas. Algunos con densidad demográfica mayoritaria y todos entre descontentos e indignados con los políticos del establishment.
evo Domingo
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De ahí que, mientras Fukuyama fantaseaba con el fin de la historia, ideólogos neomarxistas descubrían en los indígenas la fuerza social necesaria para mutar de caciques solitarios en líderes de masas. Eran la alternativa revolucionaria a la democracia liberal y a ese “comunismo de academia” que seguía fiel a la utopía del “futuro radiante para la humanidad”, con base en los obreros y el desarrollo del capitalismo.
Como contrapunto, instalarían en sus cenáculos la utopía arcaica del “buen vivir” de los PPOO, respetuosos de la Pachamama, de la “sintiencia” de los animales y del cuidado de los ecosistemas.
Teoría de la indigenidad
El pistoletazo inicial lo dio Hugo Chávez en 1999.
Antes de asumir la Presidencia de Venezuela, decidió que el primer deber de un revolucionario era terminar con las constituciones de impronta democrático-liberal, levantar una a su pinta y hacerlo antes de que la opinión pública recapacitara. Lo dijo en su histórico juramento de toma de posesión: “Juro por esta moribunda Constitución”.
Las tesis indigenistas que vinieron son refritos del marxismo congelado, frases aisladas de Mariátegui, actualizaciones de Antonio Gramsci e incrustaciones recientes de Rosa Luxemburgo (esto, quizás como homenaje al paritarismo). Su objetivo estratégico es abrir paso a “sociedades posneoliberales”, que liquiden la “mentalidad colonizada” y la democracia de “un ciudadano, un voto”, propia de “los comunistas de cátedra” (léase socialdemócratas). A estos se les reprocha haberse aferrado a las reglas del juego democrático-liberal, colocando como ejemplos a la Concertación chilena, el PT brasileño, el kirchnerismo argentino y el Frente Amplio en Uruguay.
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Como contrapartida, exaltan las movilizaciones de los PPOO, con énfasis en la ecuatoriana de octubre 2019, liderada por Leonidas Iza, indígena con estudios superiores y coautor del libro El estallido. Según el prologuista Hernán Ouviña, Iza postula un “comunismo indoamericano” con acción directa, autodeterminación territorial, revitalización de los símbolos, crítica de la herencia colonial y un proyecto civilizatorio en el que destacan el “buen vivir”, la plurinacionalidad, la diplomacia de los pueblos, la soberanía alimentaria y la interculturalidad.
Evo con todo
Tras el fallo de La Haya del 2018, que denegó su pretensión de soberanía marítima e incidió en su abrupta salida del poder, Evo Morales no arrojó la toalla. Por el contrario, inició la segunda fase de su estrategia “recuperacionista”, buscando liderar el proceso revolucionario indigenista en desarrollo.
Su objetivo principal, ahora directo, era instrumentalizar la plurinacionalidad para liquidar el tratado chileno-peruano de 1929, que garantiza la continuidad geográfica de ambos países. Para ese efecto, su exvicepresidente Alvaro García Linera ya le había escrito una tesis según la cual la revolución indigenista continental “obligatoriamente pasa por la resolución del tema marítimo”. Esto implicaba sobrepasar el tratado mencionado.
En cuando a su liderazgo continental, lucía plausible por default. Desaparecidos Castro y Chávez, desacreditado Maduro y empecinados en dura lucha interna los peronistas Alberto y Cristina Fernández, no había otro dirigente de nivel presidencial a la vista. En todo caso, la realidad le exigía actuar al toque, por si en Brasil volvía Lula y porque en Bolivia había otro presidente.
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Como ya hemos visto, en diciembre pasado Morales quiso oficiar como sumo sacerdote de una América Latina plurinacional, convocando a líderes de PPOO a un gran evento en el Cusco -sede emblemática del imperio inca-, con el tácito visto bueno del presidente peruano Pedro Castillo. En esos trajines estaba, cuando diez prestigiados excancilleres y vicecancilleres peruanos emitieron una fortísima declaración que le reventó el tema: “No se puede permitir y menos apoyar a políticos extranjeros para realizar eventos que propician la división entre peruanos y buscan la destrucción del Estado de derecho”. Agregaron que Morales pretendía “desmembrar al Perú otorgando a Bolivia una salida soberana al Pacífico y así conformar una nación aymara como extensión territorial boliviana”.
Aunque no lo expresaron, tal declaración defendía, de manera elegante, el tratado de 1929. Por eso, la penúltima esperanza de Morales para recuperar su poder político es que Chile apruebe el 4 de setiembre la propuesta constitucional en trámite, que lo convierte en un Estado plurinacional.
Continuará
Al parecer, los jóvenes neorrevolucionarios ignoran que, para Mariátegui, “los indios no entenderán de veras sino a individuos de su seno, y del blanco, del mestizo, desconfiarán siempre”.
Por otra parte, está claro que en los PPOO hay líderes que repudian por igual las débiles democracias vigentes y los proyectos revolucionarios de los neomarxistas. Algunos incluso han iniciado acciones armadas de tipo terrorista, por cuenta propia, que los medios publicitan y los gobiernos soslayan.
Quede para otra ocasión, entonces, el planteo de una interrogante de carácter decisivo: la de hasta qué punto nuestros indígenas pueden subordinarse a la conducción de neorrevolucionarios blancos y mestizos. Es decir, la de quién puede manipular a quién.