A medida que la variante ómicron del coronavirus se expande por el planeta, los estudios muestran que tiene gran capacidad para transmitirse y evadir los anticuerpos, razón por la que se propaga fácilmente entre vacunados y recuperados.
Sin embargo, en Europa (altas tasas de vacunación) y Sudáfrica (alto porcentaje de población previamente contagiada) reportan que las infecciones con ómicron son mayoritariamente leves.
El principal motivo de ello es la compleja respuesta del sistema inmunitario frente al virus. Un mecanismo de defensa que no solo se basa en anticuerpos.
En diálogo con La República, Mariana Leguía, directora de Laboratorio de Genómica de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), explicó que la vacuna o la infección previa estimulan en la persona dos tipos de mecanismos defensores: la inmunidad humoral y la inmunidad celular.
La inmunidad humoral, liderada por glóbulos blancos llamados linfocitos B, se encarga de neutralizar los patógenos que circulan en el organismo; mientras que la inmunidad celular, liderada por los linfocitos T, se enfoca en eliminar las células infectadas.
Cuando se aplica una vacuna contra la COVID-19, partículas inactivadas de SARS-CoV-2 o partes de este se liberan dentro del cuerpo para que sean reconocidos y memorizados por los linfocitos B y los linfocitos T.
Los linfocitos B son los encargados de producir anticuerpos que neutralizarán al coronavirus cuando la persona se exponga al contagio. Su objetivo es eliminar las partículas virales antes de que infecten las células.
La ilustración muestra anticuerpos atacando al virus de la covid-19. Foto: Science Photo Library
¿Y si los anticuerpos producidos por la vacuna ya desaparecieron cuando ocurra el contagio? Los linfocitos B usarán su memoria y volverán a producirlos.
En tanto, los linfocitos T “son como policías que van por ahí identificando células infectadas y las presentan a los fagocitos (por ejemplo, los macrófagos) para que se las coman. También sueltan unas sustancia tóxicas llamadas citoquinas, que provocan la muerte de la célula infectada”, describe Leguía.
Por ello, si las partículas de coronavirus logran evadir los anticuerpos —ya sea porque queden muy pocos circulando o porque no reconozcan esa variante— e ingresan a las células, la presencia de linfocitos T impedirá que dichos invasores se repliquen y ayudará a controlar la infección.
Un estudio publicado en la revista Cell mostró que los pacientes con COVID-19 que tenían mayor cantidad de linfocitos T desarrollaron una enfermedad más leve que los que no tenían tales niveles de glóbulos blancos.
Otra investigación muestra que las células B que reconocen al SARS-CoV-2 aumentaron con el tiempo en las personas recuperadas.
Linfocitos T atacan una célula infectada. Foto: NIH
Dicho esto, es evidente que la principal función de las actuales vacunas contra la COVID-19 no es prevenir la infección, sino ayudar a vencerla más rápido y, por tanto, evitar que el paciente enferme gravemente o muera.
En ese sentido, “el hecho de que el nivel de anticuerpos de una persona (vacunada o recuperada) decaiga no necesariamente quiere decir que ya no esté protegida”, recalca la doctora en biología molecular, celular y bioquímica.
Hasta ahora, la mayoría de estudios sobre la inmunidad generada por la infección con SARS-CoV-2 indican que la cantidad de anticuerpos decae permanentemente. En tanto, los niveles de linfocitos B y T que recuerdan al virus tienden a estabilizarse después de una caída inicial.
En cuando a la inmunidad generada por la vacuna, se observa algo parecido. Un estudio preliminar en residentes de un hogar de ancianos y sus cuidadores muestra que la cantidad de anticuerpos producidos por la vacuna de Pfizer cae 84% en seis meses.
Otro documento, publicado en la revista científica NEJM, indica una ligera caída de anticuerpos después de seis meses en las personas que recibieron la vacuna de Janssen. Pero lo destacable fue que, al cabo de ese periodo, un tipo de células T incrementó su cantidad, mientras que los linfocitos B mostraron indicios de adaptación, ya que produjeron cada vez más anticuerpos dirigidos a nuevas variantes (Beta, Gamma y Delta).
Estos hallazgos concuerdan con lo que ya se ha demostrado en la inmunidad frente a otras enfermedades. Por ejemplo, se observaron linfocitos B contra la viruela 60 años después de la vacunación. Asimismo, personas recuperadas de SARS exhibieron, 17 años después de la infección, niveles detectables de células T.
Artículo actualizado el 23 de diciembre de 2021 ante la propagación de la variante ómicron. La primera versión se publicó en setiembre de 2021 para explicar cómo funciona la inmunidad de los vacunados y recuperados ante el coronavirus.