Pedro Escribano ¿Usted fue excluido de la antología Páginas Amarillas de la editorial Lengua de Trapo? ¿Cómo se sintió? Esta es una anécdota que he contado, pero que también, como otras, se ha malinterpretado. Lo aclaramos aquí, entonces. Vamos a aclararlo. La cuestión es la siguiente. En 1998, a mí no me leía nadie. Yo publiqué varios libros y esos libros no tuvieron ninguna repercusión y me parecía lo normal. Nunca me quejé y nadie me vio quejarme. Yo tengo amigos desde que tengo 7 años y son mis amigos de ahora, ellos ni nadie me vio quejarme de que yo era un escritor infravalorado; eso jamás se me ocurrió. ¿Ni Bolaño, que andaba muy cerca de usted? Ah no, ni Bolaño. Esta anécdota la cuento siempre porque Roberto tenía esta cosa que era maravillosa, que era quizá el carburante fundamental de su literatura: el sentido belicoso y guerrillero de la literatura,o sea, los amigos, los enemigos, las batallas literarias. Entonces, éramos muy amigos y yo no entendía esas batallas, porque yo era un escritor, un chaval que había vivido en las provincias y a mí me parecía lo normal no tener lectores… pues cien lectores me parecía una barbaridad. Bolaño carburante, ¿qué hacía? Tenía un sentido belicoso. Y cuando yo lo conocí, él empezaba a tener cierta notoriedad, cada vez más. Entonces un día, me llama por teléfono, teníamos una relación muy intensa de la época, nos llamábamos cada día prácticamente y hablábamos horas. Un día en la noche me llama y me dice: “Javier, acabo de ver esta antología que se titula Páginas Amarillas—Páginas Amarillas significaba que estaban todos los escritores españoles— y están todos menos tú! ¿Ves? Tú, Javier, tienes un enemigo muy poderoso que te excluye”. Y yo le decía, “pero tú estás loco, Roberto, a mí no me excluyen porque tengo un enemigo poderoso, ¡sino porque nadie sabe quién soy, es normal!”. Lo raro es ganarse la vida con la literatura como lo hago ahora y estar traducido en treinta lenguas, con premios, eso no se podía esperar. Nunca lo esperé, nunca imaginé ser un escritor profesional, no era mi plan. Es más, a mí me parecía sospechoso que un escritor vendiera sus libros. Ese es el caso de Páginas Amarillas. ¿Y en qué circunstancia conoció a Roberto Bolaño? Yo tenía 18 o 19 años, él era 10 años mayor que yo. Yo quería ser escritor desde que tenía 14 años, pero me daba vergüenza decirlo. Un día en Gerona, con un amigo subimos a la universidad y este amigo sí que quería ser escritor y me lo decía, y baja un tipo con pinta de hippy por las escaleras y mi amigo se acerca para saludarlo “qué tal, cómo estás”. Era latinoamericano, pero sabía de qué país y mi amigo le pregunta, “cómo va tu novela”. Joder, yo me quedé impresionado, ¡es un escritor de verdad que está escribiendo una puta novela! Y entonces el tipo este le dijo, “va, va, pero no sé muy bien hacia dónde va”. Joder, esa frase me pareció maravillosa, era una frase de un escritor de verdad que estaba escribiendo una puta novela, me pareció tan fantástica esta frase que en la segunda novela que escribí, El inquilino, que transcurre en EEUU, hay un personaje que le dice a otro, “¿y cómo va tu tesis de doctorado?” y el otro personaje le responde: “va va, pero no sé muy bien hacia a dónde va”. Ahí lo vi, pero no sabía que era Bolaño, para mí solo era un tío que estaba escribiendo una puta novela. ¿Y cuándo supo que era Bolaño? Bueno, pasan los años y estamos en los años 97 o 98, cuando estoy en Gerona –resulta que en aquel momento Roberto Bolaño es un tipo que empieza a sonar porque ha publicado en Latinoamérica— y entonces era la presentación de Llamadas telefónicas. Entonces, yo iba a escribir, porque en aquel momento escribía unas crónicas para El País, sobre un amigo mío de toda la vida que estaba haciendo una exposición justo delante de la librería donde se hacía la presentación de Bolaño. Total, me encuentro a este Bolaño y también a un amigo que iba a presentarlo, nos tomamos un café y una cerveza, estoy hablando con él y de repente lo veo con esta pinta de hippy y esos pelos y le digo, “oye tú conocías –ato cabos y rabos— al tipo aquél y que vivía en Gerona”. Me dijo que sí. ¡Mierda! ¡ Pero tú eres el tío de “va, va, pero no sé hacia dónde va”, qué mierda! Y dijo, “sí, claro”. Bueno, me fui a la librería, le enseñé mi libro y esa noche nos quedamos hasta las 5 de la mañana. Fue increíble, me pareció maravilloso que aquel latinoamericano que yo había visto ahí y había olvidado por completo porque pensé: “Este es uno de tantos latinoamericanos que llegan a España o a Europa queriendo ser escritores y que nunca serán escritores”. Pero sí, resulta que él había sido escritor y me alegró tanto, que me pasé toda la noche gritando ¡viva Bolaño! Toda la noche, a las 5 de la mañana ¡va, va, va! (risas). Es que me parecía maravilloso. Al cabo de dos días recibí Estrella distante con una dedicatoria, comentándome porque yo le había regalado el libro El inquilino, muy generoso. Y en aquel momento él no era él, ni yo era nadie. Eran dos escritores medianos. Medianos no, inexistentes. Pero él enseguida adquirió notoriedad. La crítica dice que sus novelas son testimonios que entreteje la política y la historia. Sí, pero no me gusta esa etiqueta y tampoco me gusta la idea de testimonio. Nunca la he entendido. ¿Entonces cuál es la cocina de su narrativa? Las obsesiones. ¿Las preguntas? Sí, las preguntas son obsesiones, preguntas que te haces una y otra vez, para las cuales no tienes respuesta y ya está. Mi carburante es muy egoísta, me gustaría decir que escribo para ayudar a la gente, pero no es verdad, mentiría. No escribo para ayudar a nadie, escribo para ayudarme a mí mismo. ¿Soldado de Salamina reinstaló el tema histórico en la literatura española? Yo solo te puedo decir una cosa. Cuando ese libro se publicó en el 2001, la Guerra Civil era un tema que no le interesaba a nadie. Es más, mi editora que era experta y conocía el mercado, me dijo, “este libro está muy bien, eh, vamos a vender 5 mil ejemplares y les va a interesar a las personas mayores de 60 años”… Me sentí Hemingway francamente (risas). Puso de moda el tema histórico. En aquel entonces los escritores de mi generación no escribían sobre la Guerra Civil, nada, eso fue una moda que vino después y, discúlpame que lo diga yo, obviamente porque ese libro fue un éxito. Lo que pasa es que el pasado es el presente, el pasado no es algo que tenemos ahí, archivadito en un librito. No, el pasado nunca pasa. Eso es tan cierto que en España Soldado...desencadenó una moda y mi generación se puso a escribir sobre la Guerra Civil como loca.