Carlos Villanes Cairo De la casona donde vino al mundo Ciro Alegría solo queda un par de paredes a medio caer. La incuria nacional y los largos 100 años desde que nació el gran novelista han hecho el resto. Era una acogedora morada de dos alas, en forma de escuadra, de una sola planta, techada con tejas rojas encima de alares sobresalidos, soportados por unos troncos labrados y un amplio corredor que daba al patio-jardín. Aquello, en un país europeo sería un santuario por ser la cuna de uno de sus hijos más ilustres, acá es una deplorable ruina, que clama en el olvido, como una herida abierta ante los festejos y demás parafernalia con motivo del Centenario de Ciro Alegría. Pero no es tarde, ojalá a todos cuantos acuden al Congreso de Escritores de Cajamarca se les ocurra entablar una cruzada nacional por reconstruir la casa de Alegría, allá en la casa-hacienda de Quilca, en Sartimbamba, en la provincia de Huamachuco. Y valga esta oportunidad, para subsanar un error: el 4 de noviembre, en esta misma página, quien escribe estas líneas apuntó a Marcabal y no Quilca, como el lugar de nacimiento de Ciro Alegría. De manera correcta figura en nuestras ediciones críticas de El mundo es ancho y ajeno y Los perros hambrientos, publicadas en España, en las editoriales De la Torre y Cátedra, respectivamente.