Sociedad

Correcciones, cada día

Todos pierden, nadie gana: Distopía.

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La selección natural es el proceso identificado por Darwin debido al cual las especies evolucionan. O, mejor dicho, tienen que evolucionar. Adaptación o muerte, es el lema de la implacable Madre Naturaleza. Por estos días, los humanos, que pensábamos haberla ya sometido a nuestra voluntad, haberla amaestrado y sojuzgado, nos hemos vuelto a dar cuenta que las leyes naturales son inapelables. Un virus, una cosa que ni siquiera está viva de verdad, ha puesto de rodillas al supuesto pináculo de la evolución.

Pero no estamos indefensos. Reducidos al impulso primario más elemental –la conservación de la vida–, hemos encontrado la forma más efectiva de luchar contra la amenaza. Corregimos nuestra conducta habitual: nos recluimos en nuestras guaridas. Nos adaptamos.

Pero la adaptación cuesta. Sobre todo porque los humanos vivimos en manada. Y en los últimos siglos, desde algo que llamamos la revolución industrial, nuestras manadas fueron evolucionando de una forma más bien parasitaria. Hemos basado nuestras sociedades alrededor del intercambio de bienes y servicios, hasta tal punto que si –como ahora– nos limitamos a consumir solo lo estrictamente necesario, la economía colapsa. Este último concepto –el colapso económico– es solo una forma aséptica de decir que mucha gente morirá ya no solo por el virus, sino de hambre. Y eso cierto para todas las manadas, pero mucho más en la manada llamada Perú.

Aquí es cuando dos instintos entran en juego: no solo el de conservación de la vida, sino el de la manada. Y aquí es cuando la humanidad parece dividirse en dos: entre los que creen que esos instintos se complementan versus los que creen que se contraponen. Las noticias peruanas nos muestran todos los días a representantes de ambas escuelas de pensamiento. Por ejemplo, entre últimos están las AFP, los bancos, la Confiep, los canales de TV, etc. Todos ellos han seguido actuando como siempre. Business as usual. No han corregido el rumbo. Nunca han necesitado adaptarse. Son, como les gusta decir, too big to fail. Pero, quizás, todo esto sea más grande que ellos. Quizás. Ojalá.

El gobierno sí parece estarse adaptando. Vizcarra, en particular, es el último sobreviviente de una clase política que hace solo cuatro años era omnipresente. Parece tener buenos reflejos y capacidad de corrección (cfr: el fiasco de la división por géneros). Pero la precariedad del sistema sanitario peruano es, definitivamente, más grande que él y que la capacidad de adaptación de sus políticas. Ya ha empezado a verse. Un país de 30 millones que solo tenía 100 camas UCI no puede corregirse a base de martillazos.

Se habla de “volver a la normalidad” como la meta. No lo es. Primero, porque se encuentra muy, muy lejana. Pero también porque eso significaría que no nos hemos adaptado. Que no hemos corregido el curso. Que no hemos identificado todas las costuras que están saltando: la informalidad, el centralismo, el transporte público, las gollerías del poder económico, etc., etc., etc. Lo último que debería ocurrir es volver a eso. En algún momento, no demasiado lejano, todo eso, que ahora está en pausa, deberá corregirse de manera permanente. Aprovechar una amenaza para cambiar: eso es, después de todo, evolucionar.

Correcciones, todo cuesta.

No salgan pero hagan sus apuestas, ciudadanía.