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Política

Reflexiones bárbaras: Que a todos les pasen el cuy

La falta de carácter y resiliencia de las que parecen adolecer recientemente en el Poder Ejecutivo lo lleva a tomar decisiones contraproducentes. Lejanos parecen los días de referéndums, pedidos de confianza y disoluciones.

vizcarra
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Por: Luis Davelouis

“In the End, we will remember not the words of our enemies, but the silence of our friends”

Martin Luther King Jr.

El presidente Martín Vizcarra vive asustado. Y el susto es un mal consejero y peor compañero de viaje. Es pesimista, paranoico, espeso, exagerado y agotador. Impide pensar con claridad y percibir las cosas en su real dimensión: todo lo agranda o todo lo achica, lo que sea peor. Y suele llevarnos a tomar decisiones apresuradas y casi siempre subóptimas. O terribles.

Quisieron esconder el reclamo de Odebrecht sobre el Gasoducto y no pudieron. Quisieron luego impedir que ODB demande al Perú y después que ese hecho se haga público. Y fracasaron otra vez.

Es verdad que el gobierno vive bajo ataque permanente de la mafia y sus amigos y áulicos que llaman dictador, corrupto e inepto a Vizcarra y a todos en su equipo todos los días, en una avalancha de difamaciones ininterrumpidas que van desde lo nimio y ridículo hasta lo que podría considerarse terrorismo.

También es verdad que vivir en estrés constante, pensando que cualquier error que cometas se magnifica por mil y que cualquier malentendido se interpreta como ineptitud o, peor, como corrupción, afecta la conducta y la percepción de quien padece dicho estrés. Y sí, se acaba cuando uno se va, pero Vizcarra todavía no se puede ir y su gente tampoco.

Y es obvio: conseguir ministros de repuesto es cada vez más difícil. Y ya no porque tenga al Congreso del 2016-2017 con sangre en el ojo y en modo destrucción total con todo aquél que quiera colaborar con el gobierno. Hoy esos cargos son poco atractivos en sí mismos: duran poco y uno sale quemado e impedido.

Hace rato que no se le puede achacar toda la culpa al aprofujimorismo ni a la mafia de las malas decisiones e inacción del gobierno y de Vizcarra. Ellos, sus aliados y cómplices seguirán siendo lo que son y es esa realidad a la que hay que acomodarse. Asustarse no es una opción, correrse o replegarse menos. Pero eso es lo que han estado haciendo Vizcarra y su equipo, quitándole el poto a la jeringa porque la única manera de no equivocarse es no haciendo nada. Y sabemos cómo acaba eso: en su casa en pantuflas y con impedimento de salida del país.

El gobierno está en una especie de depresión: al mismo tiempo sufre de un desgano profundo y de un estado de alerta descalibrado y chillón. No tiene voluntad de comprarse ningún pleito ni de enfrentar nada desagradable y, al mismo tiempo, está predispuesto a sobrerreaccionar ante el menor estímulo percibido como disruptor. Y en esas condiciones toma decisiones.

Fue el miedo al escándalo público lo que hizo que Vizcarra y su gabinete trataran por todos los medios de encapsular el pedido de Odebrecht para ampliar por seis meses la prescripción del caso del Gasoducto ante la CIADI. Como si por no mirarlo el pedido hubiera de desaparecer.

Fue el miedo a la indignación de la opinión pública lo que hizo que el gobierno tratara por todos los medios de ocultar que Odebrecht había decidido demandar al Estado. Cuatro ministros recibieron a Odebrecht (Justicia, Energía y Minas, Economía y Finanzas y PCM) y se tiraron entre ellos la papa caliente. Una papa que les llevó el exprocurador Ramírez para que alguno se hiciera cargo porque eso a él no le correspondía. Ninguno se hizo cargo.

Producto del susto se toman malas decisiones, injustas y torpes: ¿quién era el personaje menos importante en esa historia? Ramírez, el procurador que sonó la alarma. Quizás lo botaron dándole las gracias pensando que se quedaría callado sin relatar lo que pasó realmente. Si lo sancionaban, en cambio, tendría que dar sus descargos y eso no le convenía a nadie.

Pero Ramírez habló: él le contó a la ministra de Justicia y al premier que Odebrecht nos estaba demandando; que fue el ministro de Energía y Minas quien llamó a Ramírez y no al revés y que para cuando se reunieron con Odebrecht en el despacho de Juan Carlos Liu el 9 de enero, ya todos en el gobierno sabían qué estaba pasando, dónde y por qué. El presidente también.

Si Vizcarra hubiera sido capaz de mantener la ecuanimidad se hubiera dado cuenta de lo obvio: la “rabia” no se acaba cuando se mata al perro porque el perro no es el problema. La rabia la transmiten las pulgas y cuando uno mata al perro, las pulgas se mudan a otro perro.

Ramírez todavía estaba tratando de contestarle al exministro Liu sin salpicar a nadie más en el gobierno cuando se enteró de su destitución. Si no se hubieran muerto del susto, el único que se hubiera tenido que ir era Liu por su flagrante conflicto de interés no declarado.

En vez de sostener a Ramírez como el muro de contención que este estaba intentando ser, Vizcarra, Zeballos, Revilla o Soria lo quitaron. Y tras él salieron todos los que tenían yaya y casi hasta Zeballos. La rabia siguió su curso.

Así va el saldo de esta crisis:

i) un gobierno muy golpeado en su credibilidad, que pierde capital político por todas las costuras; ii) tres ministros y un procurador menos; iii) un gabinete pegado con babas, y; iv) un origen del problema (la demanda de Odebrecht) intacto.

Ramírez les comunicó a sus jefes la intención de Odebrecht de demandar al Perú el 23 de diciembre. La demanda de Odebrecht se hizo pública el 6 de febrero. La alarma contra incendios se disparó hace mes y medio, pero igual se quemaron todos.

Es verdad que acabada la guerra todos son generales. Desde el penal de Cuevita hasta la vacancia de PPK, pasando por la prisión de Keiko, todos dicen hoy que era obvio que esas cosas iban a pasar. Terrible, ¿no? Todos sabían, pero nadie pudo evitarlas. Síndrome de Casandra: del furor, al pánico, a la negación.

Visto desde lejos, sin la angustia que imprime en las tripas el furor de la batalla en primera persona, parece fácil, pues mantener la ecuanimidad es importante para el líder y para quienes lo siguen porque la cadena de malas decisiones puede ser interminable o, peor, terminar en tragedia.

Y no, no es fácil, pero para eso están usted y su gente en esos cargos, señor presidente. Por favor busque que les pasen el cuy o un huevo.