Tierra o muerte
“Ni siquiera un hater acérrimo de Velasco podría resistirse a esta lección sobre el pasado: una revolución necesaria”
El gran hallazgo de La revolución y la tierra es haber encontrado la forma para comunicar asuntos de fondo que venimos arrastrando de una manera desorganizada y tópica. En el collage, en ese cruce entre nuestras realidades y ficciones cinematográficas, en la polifonía de voces, en blanco y negro y en color, en el montaje que superpone pasado, presente y continuo, está la lucha de imaginarios intentando imponerse.
También en el videoclip delirante y frenético que es ver aparecer a los Shapis, al Cholo Sotil y Chambi y Hugo Blanco y los Sinamos, y Sendero, y Saturnino Wilca, y Túpac Amaru y Heraud. Las piezas del puzzle están sobre la mesa para que decidamos qué hacer con él. Se salda una deuda con la búsqueda urgente del sentido de la reforma agraria, uno de los hitos del siglo XX en el Perú, oponiendo a los mitos y prejuicios, los hechos y documentos de la mano del análisis y la interpretación.
Ni siquiera un hater acérrimo de Velasco podría resistirse a esta lección sobre el pasado: una revolución necesaria que empujó el campesinado y que no solo abolió la esclavitud semifeudal, sino que dio por primera vez ciudadanía al indígena y mostró el Perú de todas las sangres.
Una revolución social y política a la que este documental dirigido por Gonzalo Benavente Secco, con guion de Benavente y Grecia Barbieri, suma la consiguiente revolución cultural. El relato falaz, esa visión de país secuestrada por quienes perdieron privilegios, se desmiente, pero no sin señalar las contradicciones del proyecto reformista. Dos escenas que hablan de lo que queda por delante: el ministro de Cultura, Petrozzi, genuflexo ante el rey de España y los campesinos cocaleros gritando contra el cambio climático. Tierra o muerte, un grito de absoluta vigencia.