La fuga, recaptura y llegada al país de Martín Belaunde Lossio deja varias lecciones. Una de ellas es que la política suele ser más compleja de lo que parece y suele advertirse. En estos días hemos visto cómo las interpretaciones sobre lo sucedido se construyeron pensando en que todos los actos son encadenados y unidireccionales, de tal manera que todo parecía claro y contundente. Se sostenía que Martín Belaunde era un personaje cercano a la pareja presidencial, principal financista del nacionalismo en la campaña presidencial del 2006, que habría hecho dinero tejiendo una red mafiosa protegido al amparo de sus contactos gubernamentales y que, al ser descubierto, se le facilitó la fuga a Bolivia, país cuyo presidente es hermano político de Humala. Estando allí todo se hacía difícil, lo que sería confirmado con una nueva fuga de Bolivia, que tendría como destino Paraguay o la Venezuela chavista, donde se alejaría definitivamente de las manos de las autoridades peruanas, que solo hacían pantomimas distractivas. Todo estaba calculado y los protagonistas actuaban con un libreto ya establecido. El problema no es que varios de los supuestos sean falsos, sino que la conclusión final es la desacertada. Martín Belaunde Lossio fue capturado muy rápido, entregado a la justicia peruana y hoy es un inquilino más del Penal de Piedras Gordas. Solo en dictaduras, las acciones de los intermediarios cumplen exitosamente sus objetivos, por tratarse de una estructura férreamente vertical, donde todo es controlado. En democracia, por más que sus instituciones sean débiles, los márgenes de acción de los actores son más amplios que cumplir a pie juntillas los deseos de la máxima autoridad. Para el caso, una cosa es lo que los actores políticos pudieran querer (pareja presidencial) y otra distinta es que lo logren (fuga exitosa del prófugo). Incluso si fuera cierto que existía un involucramiento de jueces, fiscales, procuradores, policías, ministros y, además, el gobierno boliviano, alineados perfectamente, sus respectivas instituciones envuelven una serie de relaciones internas y externas más complejas. Es más, incluso si parte de la prensa sometida al oficialismo apoyara este propósito, los actos gubernamentales están sometidos a un control, cada vez más exigente, de la opinión pública. Asimismo, en este entramado es necesario entender que los intereses y oportunidades son variados y pueden cambiar en poco tiempo. Para empezar, en el Perú no se captura a muchos prófugos desde los asociados al régimen fujimorista (Víctor Aritomi, Rosa y Juana Fujimori, Ernesto Schutz, Julio Vera Abad, Víctor Caso Lay, entre otros) hasta el último Lelio Balarezo, ex dirigente de la Confiep. Por el contrario, regresaron, y están presos después de fugar, Vladimiro Montesinos y Alberto Fujimori, cuando se pensaba totalmente lo contrario. Más allá de la corrupción que puede abrir puertas a los prófugos, está también la desidia, incompetencia del Estado, al lado también de aquellas autoridades que quieren hacer bien las cosas y no cruzan el Rubicón de la ilegalidad. Evo Morales no se portó como muchos pensaban, siendo drástico con un ministro, varios funcionarios y capturó a Martín Belaunde en pocos días. En cambio varios prófugos hacen su vida sin contratiempos, con gobiernos lejos de la línea chavista. Es más, los que se pensaban que iban a hablar, como Agustín Mantilla y Vladimiro Montesinos, derrumbando figuras como Alan García y Alberto Fujimori, no lo hicieron. No todo el que fuga calla y no todo el que regresa habla. Nada de lo dicho exime de la responsabilidad al presidente Humala por su falta de decisión firme y oportuna, pero tampoco a aquellos que leen la realidad como una simple suma y una sola dirección.