El fin de dos décadas nefastas en el Arzobispado de Lima.,El nombramiento de Carlos Castillo como arzobispo de Lima constituye un hecho trascendental para la reconstrucción de la reputación que la iglesia católica perdió en el Perú por culpa de Juan Luis Cipriani. Su designación genera expectativa porque significa la promesa de cambio del perjuicio que Cipriani hizo en la iglesia y en el país en dos décadas. Castillo es docente principal de la PUCP que Cipriani quiso capturar para establecerlo como centro ideológico del conservadurismo del país. Cipriani le prohibió a Castillo enseñar teología en la PUCP y desempeñarse en la parroquia de San Lázaro del Rímac, en línea con su patrón de decisiones arbitrarias y prepotentes como la que aplicó al padre Gastón Garatea, entre otros. Dentro de la iglesia, Cipriani fue factor de división en vez de cohesión, y nunca pudo ganar la elección para presidir la Conferencia Episcopal. En el ámbito más amplio de la sociedad, Cipriani mezcló religión con política, pero no la gran política de la defensa de principios y derechos básicos, especialmente de los pobres, sino con la alineada a las posiciones del Apra y el fujimorismo, partidos con los que tuvo sintonía frecuente. Aunque el Vaticano pudo prolongar por cinco años más su mandato –para sus 75 años su salud se ve bien–, su relevo parece una decisión sensata del papa Francisco pues Cipriani le hacía daño a la iglesia y al Perú. El estado peruano es laico pero la iglesia católica tiene el derecho a participar en el debate sobre los temas principales del país, aportando sus puntos de vista que son relevantes para todos, creyentes y no creyentes. Pero este derecho se pervierte si se desvía para la defensa de intereses políticos particulares. Ese fue el grave problema de Cipriani, quien tuvo un proyecto político opuesto a la construcción de una sociedad tolerante y plural, basada en principios, y que, felizmente, fracasó por su conservadurismo extremo asociado a la oposición a los derechos de las personas, incluyendo exabruptos lamentables contra la mujer y sospechas de encubrimiento a pedófilos que son investigados por la fiscalía. A este respecto, Cipriani debería dar cuenta a informaciones preocupantes y negativas sobre su comportamiento personal que están en manos del Vaticano y que parecen haber pesado mucho en la decisión del Papa de no prolongar su permanencia en el Arzobispado de Lima. Como el propio Cipriani ironizó ayer en la rueda de prensa sobre la designación del padre Castillo, “el retrógrado del Opus se va”. Enhorabuena.