Nadie quiere sacar cuentas de lo costoso que viene resultando el supuesto ahorro de dejar la UE. Salir corriendo sin reducir el daño no parece ser la solución.,Cuando ganó el referendo en el 2016, el Brexit parecía una victoria nacionalista. Ahora, dos años más tarde, da la impresión de una confusa estampida. Quizás por eso el pequeño margen de 4% a favor de dejar la Unión Europea en la elección de aquel año se ha convertido en un pequeño margen de 4% en contra de dejar la UE. Si bien los esfuerzos por revertir aquella decisión no avanzaron, el primer clima de entusiasmo se ha diluido ante las realidades del desenganche. En especial porque las negociaciones de Gran Bretaña con la UE han resultado más complicadas y duras de lo que los promotores del Brexit esperaban. Con lo cual las opciones también vienen siendo menos atractivas. Estas dificultades han colocado en el horizonte la posibilidad de un Brexit sin acuerdo (no deal), en la cual Londres tira la esponja y simplemente se aleja de la UE sin que medie una negociación de fondo. Esta sería la demostración de que los promotores del Brexit simplemente no tenían un plan para la salida de la UE. Una salida negociada de la UE tiene el costo político de ser un canje de concesiones, que abrirían un flanco al ataque de los brexitistas duros. Pero por su parte el Brexit sin acuerdo trae la sombra de catástrofes para muchos sectores de la economía británica. Por ejemplo el peligro de una carestía en muchos productos básicos. Del otro lado del canal hay la convicción de que el Brexit, y más uno sin acuerdo, también afectará seriamente a la UE, pero muy poca disposición a una política de concesiones. Sobre todo porque no encuentran un liderazgo coherente entre sus interlocutores británicos, que están dejando correr el tiempo hacia la fecha final, marzo 2019, irresponsablemente. La falta de liderazgo afecta a todos los sectores en el tema, pero el caso más dramático es el de la creciente oposición al Brexit. Pues no parece haber manera de frenar la carrera hacia el abismo en que se ha convertido la votación del 2016. Nadie quiere sacar cuentas de lo costoso que viene resultando el supuesto ahorro de dejar la UE. Salir corriendo sin reducir el daño no parece ser la solución.