Las críticas no son solo por Lula, sino por el errático manejo de la culpa y la inocencia en los casos que comprometen a políticos de todo tipo. ,La pregunta ha sido repetida desde el primer día en que fue acusado. Entonces fue la señal de que Lula da Silva había entrado a un territorio impredecible. Sigue allí, colgado entre acusaciones discutidas y una enorme popularidad. Entre una condena de 12 años, bastante larga para su edad, y la presidencia de su país en octubre próximo. El sparring entre jueces de diversos niveles que mantuvo a Brasil en vilo todo el domingo pasado es una nueva prueba de que el caso Lula no tiene un solo desenlace inevitable. Las presiones de ambos lados son muy fuertes, y la intensa batalla judicial se traslapa con las campañas electorales, incluida la del propio Lula. Al dejar a Lula como preso, los jueces le están impidiendo ser candidato a la presidencia, una carrera en la cual, preso y todo, lleva una cómoda delantera. A dos meses de prisión, su intención de voto en junio era 30%, casi el doble que su rival más cercano, el derechista Jair Bolsonaro. Es, pues, una presidencia en manos de los jueces. Es inevitable que el amplio primer lugar de Lula sea leído también como una difundida visión crítica del sistema que, con el célebre juez Sergio Moro a la cabeza, lo mantienen interesadamente entre rejas. Las críticas no son solo por Lula, sino por el errático manejo de la culpa y la inocencia en los casos que comprometen a políticos de todo tipo. Es cierto que el juez Rogerio Faveto, que aceptó el habeas corpus de Lula y ordenó su libertad, viene de una larga militancia en el PT. Pero ese no es el caso de todos los jueces brasileños a favor de que Lula enfrente su juicio en libertad, y en consecuencia pueda candidatear. Los argumentos a favor de la inocencia de Lula no son solo políticos sino también legales. Mientras Lula espera, las fuertes discrepancias dentro del sistema judicial brasileño son cada vez más intensas, y llegan hasta el Supremo Tribunal Federal, STF, ahora insólitamente llamado el jardín del edén por lo impredecible de algunas de sus decisiones. Como en el Perú, la carga de casos ligados a la corrupción se ha vuelto una bola de nieve, digamos.